El caluroso respaldo de Rusia al presidente sirio Bashar al Assad ha sido como un baldazo de agua fría para la comunidad internacional. El contraste con la actitud positiva de Rusia en relación con Libia en 2011 refleja el cambio de su política exterior con el regreso de Vladimir Putin al Kremlin, ya que (al menos en cuestiones de política internacional) el ex presidente ruso Dmitri Medvedev tenía un papel mucho más significativo de lo que suele suponerse.
Rusia ha vuelto a su agresiva política antiestadounidense del bienio 2007-2008, que terminó en guerra con Georgia en agosto de 2008. Irónicamente, la más dañada con esta belicosidad es la misma Rusia, porque su política la aleja de todo el mundo, excepto de unos pocos parias internacionales como Siria, Venezuela y Bielorrusia.
Incluso entre los países de la ex Unión Soviética, ahora casi todos ellos procuran establecer relaciones comerciales y de seguridad con cualquiera que no sea Rusia: es que Putin les da sólo palos y ninguna zanahoria. Los tres instrumentos principales de su política hacia los estados de la ex Unión Soviética son: la unión aduanera incluida en su propuesta de “Unión Euroasiática”; Gazprom; y la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC). Todos estos elementos intimidan a los vecinos de Rusia y ninguno los beneficia, así que no les quedan muchos motivos para cooperar con Rusia.
La prioridad principal de Putin en este momento es persuadir a tantos países como sea posible de integrarse a la unión aduanera, pero hasta ahora los únicos que lo han hecho fueron Bielorrusia y Kazajistán. Bielorrusia puso a su cooperación un alto precio, al demandar, el año pasado, un rescate de al menos 20 mil millones de dólares. En cuanto a Kazajistán, la geografía lo condena a tener buenas relaciones con Rusia. Pero los otros países postsoviéticos resisten, porque la unión aduanera los obligaría a elevar sus aranceles de importación y eso pondría trabas al comercio con otros países.
Si Rusia se tomara en serio lo de la integración económica, lo que haría sería promover acuerdos de libre comercio que faciliten el intercambio en todas direcciones. De hecho, en octubre de 2011 Rusia lanzó un nuevo tratado multilateral de libre comercio en el espacio postsoviético, pero, por culpa de la obstinación del Kremlin en crear la unión aduanera, solamente lo ratificaron Bielorrusia y Ucrania, de modo que la importancia de este tratado está en duda.
La oposición de los países del centro de Asia a una unión aduanera con Rusia es reflejo del aumento del comercio entre estos países y China. En cuanto a los países europeos, Moldavia, Ucrania, y los países del Cáucaso prefieren firmar acuerdos de libre comercio con la Unión Europea, algo que no podrían hacer dentro de la unión aduanera, que además, vuelve prácticamente imposible que Rusia firme tratados de libre comercio con la UE.
En relación con Gazprom (uno de los principales instrumentos de la política exterior rusa), es probable que sea la corporación peor administrada del mundo. El año pasado, una evaluación realizada por bancos de inversión calculó que la corporación perdió no menos de 40 mil millones de dólares por culpa del derroche y la corrupción; tanto desgobierno provocó el derrumbe de la cotización de sus acciones. Gazprom sigue una política de amenazar a los países clientes con cobrarles precios altos y suspenderles los envíos, para lograr que aquellos entreguen el control total de sus sistemas de gasoductos. Tanto siendo presidente de Rusia como mientras fue primer ministro, Putin dirigió la compañía con mano firme.
Pero la mala administración de Gazprom no se reduce al ámbito financiero. A principios de 2009, cuando por culpa de la Gran Recesión la compañía no pudo vender toda su provisión de gas a Europa, intentó recortar el suministro desde Asia Central, pero lo hizo tan repentinamente y sin preaviso que el gasoducto tendido desde Turkmenistán explotó.
Después de que los turkmenos repararon el gasoducto, Gazprom tampoco quiso respetar el precio que ya les había ofrecido, y es al día de hoy que Turkmenistán se niega a cooperar con Rusia y envía la mayor parte de su producción de gas por un nuevo gasoducto a China, igual que Kazajistán y Uzbekistán. Como resultado, Rusia perdió su acceso tanto al gas barato del centro de Asia como al mercado chino.
De todos los combates librados por Gazprom, el más notorio fue con Ucrania, cuando insistió en cobrarle precios un 50% más altos que los que pagan los clientes de la UE. Por añadidura, Gazprom está desviando a su nuevo gasoducto Nord Stream una parte cada vez mayor de los envíos de gas a Europa a través de Ucrania, y tiene planes de prescindir aún más de este país en 2015, cuando se complete el propuesto gasoducto South Stream. El gobierno actual de Ucrania no tendría problemas en entregar la mitad de su sistema de gasoductos a Gazprom a cambio de precios más bajos, pero Putin también les exige integrarse a la unión aduanera.
En julio, Putin fue a Ucrania para discutir estas cuestiones con el presidente Viktor Yanukovych. Pero de camino a Crimea, se reunió con una famosa banda de motociclistas nacionalistas rusos, cuyos miembros exigen que Crimea pase a la órbita de Rusia. Tanto tiempo pasó Putin con los motociclistas que llegó con cuatro horas de retraso a su reunión con Yanukovych, y esta se redujo entonces a 20 minutos. Para colmo de ofensas, Putin se la pasó hablando con sus compañeros en vez de con Yanukovych.
En semejantes circunstancias, ni siquiera Yanukovych, cuyo estilo de gobierno tiene características similares a las de Putin, puede estar del lado de Rusia. Putin no ofrece nada a Ucrania, así que este país redujo al mínimo las compras de gas a Rusia y degradó los demás contactos bilaterales.
La situación de Moldavia es parecida. A pesar de haber entregado el control de sus gasoductos a Gazprom, todavía debe pagarle un precio de usura, porque los rusos también le exigen integrarse a la unión aduanera. No es raro entonces que Moldavia, uno de los estados postsoviéticos más democráticos, quiera firmar un tratado de libre comercio con la UE para librarse de las arbitrariedades de la política de Putin.
Rusia está desde 1992 intentando dar forma a su otra gran herramienta de política exterior, la OTSC, a la que propone como alternativa a la OTAN; pero esta organización lleva años sin más que seis miembros: Rusia y sus aliados más cercanos (Bielorrusia y Kazajistán) más otros tres estados pobres e inseguros (Armenia, Kirguistán y Tayikistán). En 2006, el Kremlin logró que Uzbekistán se uniera a la organización, pero después de la visita de Putin a Tashkent a principios de junio, el presidente Islam Karimov suspendió la participación de su país. La OTSC todavía es una alianza de papel sin ningún peso militar.
Los países ex soviéticos más venturosos son Estonia, Letonia y Lituania, y todos ellos minimizaron sus contactos con Rusia en 1992 y se unieron tanto a la UE como a la OTAN en 2004. Georgia decidió abandonar la Comunidad de Estados Independientes, dominada por Rusia, después de la guerra que libró con este país en 2008. Azerbaiyán, Turkmenistán y Uzbekistán boicotean rutinariamente las inútiles reuniones anuales de la CEI. ¿Cuánto tiempo más seguirán siendo miembros?
La política del Kremlin en el espacio postsoviético no tiene sentido, porque Rusia no obtiene nada de ella. Es de suponer que la intención de Putin es excitar el fervor nacionalista y así fortalecer su debilitado poder interno. Pero hay un problema para Putin, y es que los rusos cada vez se dejan engañar menos.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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