Por Minxin Pei, Professor of Government at Claremont McKenna College and a non-resident senior fellow at the German Marshall Fund of the United States. Traducido del inglés por Carlos Manzano (Project Syndicate, 27/08/2012).
Una de las más claras peculiaridades –aunque pasada por alto– de la China actual es la de cómo divergen las impresiones sobre sus dirigentes, según cuál sea el observador. A ojos del público chino, los funcionarios estatales son corruptos e incompetentes y sólo están interesados exclusivamente en lograr nombramientos lucrativos, pero los ejecutivos occidentales califican invariablemente a los funcionarios chinos de inteligentes, resueltos, expertos y con amplitud de miras: más o menos los mismos adjetivos que utilizaban en otro tiempo para calificar a Bo Xilai, el jefe del Partido comunista de Chongqing antes de que cayera en desgracia.
Resulta imposible conciliar esas opiniones. O bien es imposible agradar al público chino o bien los ejecutivos occidentales están totalmente equivocados, pero, en vista de que la experiencia diaria sitúa a los ciudadanos chinos en una posición infinitamente mejor que la de los ejecutivos occidentales para evaluar a los funcionarios chinos y su conducta, habría que concluir que están en lo cierto casi con toda seguridad y eso significa que los occidentales que han pasado bastante tiempo en el país y se consideran veteranos “conocedores de China” deberían preguntarse por qué se han equivocado tanto.
Una explicación evidente es la de que los funcionarios chinos son extraordinariamente hábiles para seducir a los hombres de negocios occidentales con gestos amistosos y promesas generosas. Los mismos funcionarios que tratan despóticamente a los chinos comunes y corrientes dan pruebas de un encanto irresistible para con los inversores occidentales.
Otra ventaja para los ejecutivos occidentales es la de que muchos funcionarios chinos tienen una formación técnica, a diferencia de sus homólogos occidentales, la mayoría de los cuales son abogados. Para los hombres de negocios, los técnicos tienen capacidad para resolver los problemas prácticos, mientras que los abogados están obsesionados con las complejidades de los procedimientos y centrados en aprovechar los resquicios legales. Además, la mayoría de los funcionarios chinos ha aprendido la jerga empresarial occidental y pueden hablar de forma inteligente sobre los problemas que las empresas necesitan resolver.
Una razón más sutil que explica las impresiones de los ejecutivos occidentales es su marco de referencia subconsciente cuando juzgan a los funcionarios chinos. Los ejecutivos superiores de empresas multinacionales suelen tener ideas preconcebidas sobre China como otro país desarrollado más, por lo que evalúan a los funcionarios chinos comparándolos con los de otros países desarrollados.
Esa involuntaria comparación suele beneficiar a los funcionarios chinos, que, como grupo, tienen una mejor formación, son más cosmopolitas y están más centrados en los negocios (porque el gobernante Partido Comunista utiliza el crecimiento económico y la inversión extranjera como criterios para ascender a los funcionarios) y, como organización, el Estado chino es mucho más fuerte y decidido que los de los países en desarrollo más típicos.
Pero, si bien puede ser natural para los hombres de negocios occidentales comparar a China con otros países en desarrollo, los ciudadanos chinos tienen criterios mucho más exigentes, porque no consideran el suyo un país en desarrollo más. Consideran a China excepcional, una gran potencia de nuevo en ascenso y destinada a engrosar las filas de los países más avanzados del mundo y los métodos de gestión que sus periódicos citan como modelos son invariablemente los de las sociedades ricas, no las de países en desarrollo. De hecho, una forma segura de insultar a los chinos es decirles que deben sentirse afortunados porque tienen un gobierno mejor que los indios o los brasileños.
Una tercera razón por la que los hombres de negocios occidentales se equivocan sobre China es la de que su admiración del Gobierno chino es un reflejo de su frustración con sus propios gobiernos. Han llegado a impacientarse con las complicaciones del proceso democrático, las agobiantes reglamentaciones, los impuestos elevados y la estrecha vigilancia de los medios de comunicación, En cambio, en el Estado unipartidista de China, les resulta más fácil hacer negocios con funcionarios que pueden adoptar decisiones rápidas y aplicarlas casi instantáneamente.
Naturalmente, a veces esos ejecutivos sí que añoran el Estado de derecho que prevalece en Occidente, pero, comparados con los empresarios privados chinos, los representantes de grandes empresas occidentales son un grupo privilegiado y no son víctimas tan frecuentes de la corrupción oficial. A consecuencia de ello, tienen poca apreciación directa del peor aspecto de un gobierno de un solo partido: una minoría dominante, rapaz y libre de cortapisas legales.
El aspecto más lamentable de las ideas erróneas de los ejecutivos occidentales sobre el Gobierno chino es la de que lo más probable es que persistan, al menos entre los que carecen de experiencia directa de la faceta siniestra del Estado chino. Son personas con éxito, inteligentes y tienen una gran confianza en su capacidad de juicio político. Además, las grandes empresas occidentales son jerárquicas y autocráticas, similares al Estado chino de un solo partido, por lo que los errores de juicio de los ejecutivos superiores raras veces son impugnados por sus subordinados.
Se trata de una auténtica lástima. Pocos ejecutivos occidentales entienden las consecuencias políticas de sus ideas erróneas. Con frecuencia el Partido Comunista considera sus elogios de la calidad y eficacia de los funcionarios chinos un respaldo internacional de sus políticas y legitimidad… aunque los chinos comunes y corrientes sepan mejor a qué atenerse al respecto.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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