Por Jorge Dezcallar es embajador de España. Su último destino ha sido Washington (El País, 05/09/2012).
Apenas una semana después de la convención republicana en Tampa, Florida, el partido Demócrata abre la suya en Charlotte, Carolina del Norte. Los dos partidos han elegido Estados oscilantes para tratar de inclinarles en su favor. Tanto Florida como Carolina del Norte votaron demócrata con el vendaval Obama de 2008 pero ambos habían votado en 2004 al candidato republicano.
En Tampa los republicanos, empujados por el radicalismo del Tea Party y disparando con pólvora del rey, han hecho gala de acendrado conservadurismo y no han ahorrado críticas a sus rivales que se enfrentan ahora a la tarea de defender la gestión de los cuatro últimos años en medio de una difícil situación económica y sin contar con el entusiasmo que originó en 2008 la aparición del primer presidente negro en la historia de los Estados Unidos. Nunca olvidaré el espectáculo que ofrecía el Mall de Washington el gélido día de su investidura. Durante este tiempo Obama se ha enfrentado a la mala herencia recibida de Bush con dos guerras abiertas y una crisis económica brutal, la peor desde 1929, que ha hecho quebrar bancos, ha estallado la burbuja inmobiliaria, ha dejado sin trabajo a tres millones de norteamericanos y ha forzado a masivas intervenciones de la Reserva Federal con el resultado del aumento del déficit hasta límites intolerables. Pero como dijo Jeb Bush en Tampa, Obama no puede culpar eternamente a su predecesor por lo mal que van las cosas cuatro años más tarde.
Todo ello en medio de una polarización política cada vez más acusada que ha bloqueado el Congreso impidiendo acuerdos sobre la emigración, para aumentar el techo de gasto, o para cerrar la prisión de Guantánamo como Obama había prometido con la lógica decepción de muchos jóvenes, independientes e hispanos que le dieron su apoyo en 2008. Estos últimos —que ya son el 16,5% de la población— votarán demócrata en una proporción de 2 a 1 aunque todavía no se han dado cuenta de la enorme influencia política que les pueden dar las urnas. Ayer un senador amigo me decía desde Tampa que los republicanos daban por perdido el voto hispano porque “Romney no lo había trabajado bastante”. Por su parte, el 94% de los afroamericanos (13,5% de la población) declaran que votarán monolíticamente a Obama. Nunca ha sucedido algo parecido. Los judíos, no numerosos pero influyentes, también votarán demócrata en un 70% a pesar de los rifirrafes de estos años entre Obama y Netanyahu, que no oculta sus simpatías por Romney. Finalmente, las mujeres, que son el 50% de la población muestran crecientes signos de irritación con algunas posiciones republicanas sobre temas como el aborto y la libertad de decidir, mientras que el voto gay es tradicionalmente demócrata.
Está por ver cómo influirá en esta elección el novedoso fenómeno de las llamadas Superpacs (Political Action Committees) que entran en juego por vez primera gracias a una decisión del Tribunal Supremo que, al amparo de la Primera Enmienda, permite a las grandes corporaciones dar dinero sin límites a la campaña de los candidatos así como hacer “gastos independientes”, es decir, no coordinados con ellos, No sería de extrañar que los grandes intereses de Wall Street, el mundo del petróleo, la industria farmacéutica, el sector del carbón o el de los seguros médicos decidieran entrar en la carrera presidencial con medios económicos ilimitados y cabe aventurar a quién apoyarán. Algunos Estados como Montana ya se han quejado de la intromisión de ingentes sumas de dinero durante las primarias que alteraban el juego político local.
Hasta ahora, los demócratas han conseguido centrar el debate en el terreno que les interesa, sobre cuestiones morales como el aborto o sociales como el hecho de que los ricos paguen muy pocos impuestos. El propio Romney, que ingresó 20 millones de dólares al año de rentas en 2011 confiesa haber pagado solo un 13% de impuestos y si las propuestas que ha hecho Paul Ryan en Tampa salen adelante podría acabar pagando menos del 1%. Es claro que ese es el debate que quiere Obama en lugar de debatir la situación económica donde puede mostrar menos éxitos y que es precisamente donde insistirá Romney a partir de ahora. De hecho, ningún presidente de EE UU ha sido elegido con más de un 7% de desempleo y ahora está en un 8,3%.
El gran problema de Obama es que la victoria no se la dará ni la política exterior ni la de seguridad, donde puede exhibir éxitos como la muerte de Bin Laden, sino que se decidirá por la economía y eso explica su creciente nerviosismo con la tardanza de los europeos en resolver sus problemas. Obama no lo tiene fácil pues más del 60% de los americanos piensan que el país va en dirección equivocada, pero si Europa empeora lo tendrá imposible y él necesita ganar para consolidar la reforma sanitaria(Affordable Care Act) que es su gran obra, porque si no gana en noviembre los republicanos la desmantelarán —como acaba de prometer Romney en Tampa— y desaparecerá el gran legado de su presidencia. Solo por eso no se puede arriesgar a ser un presidente de un solo mandato. Y es que la América profunda es muy profunda y por eso tanto Obama como Woody Allen son más populares a este lado del Atlántico.
Sea como fuere, los americanos se enfrentan a una elección fascinante con dos filosofías radicalmente diferentes en relación al papel del gobierno y a cómo arreglar la economía.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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