Por J. Solana y Ángel Saz-Carranza, profesores de Esade y presidente y director, respectivamente, de Esadegeo Centro de Economía Global y Geopolítica La Vanguardia, 05/09/2012).
Muchos países desarrollados están haciendo esfuerzos para incrementar sus exportaciones y recuperar procesos de producción, manufactura e industria perdidos durante las últimas décadas de globalización. Estos países –sobre todo los menos exportadores como Estados Unidos (donde las exportaciones suponen el 13% del PIB) y el Reino Unido (30%), lejos de los campeones de la exportación como Suecia (50%) y Alemania (47%)– están intentando reposicionarse en un mundo globalizado y pretenden pasar de meros consumidores a ser países con niveles de exportación e importación más equilibrados.
Así, por ejemplo, el plan federal americano National Export Initiative (export.gov), presentado por el presidente Obama en 2010, y la cascada de planes equivalentes a nivel local (los “Metropolitan Export Initiatives”), tienen el objetivo de doblar las exportaciones estadounidenses en los próximos cinco años. Según el Gobierno federal, este aumento en las exportaciones generará dos millones de empleos y conseguirá un crecimiento global más equilibrado, así como reducir la división global entre los países consumidores y los exportadores.
La globalización económica –la integración global de los mercados nacionales– es un proceso milenario, pero podemos identificar un aceleramiento de este fenómeno a partir de los 70, con la apertura de China al mundo, la revolución tecnológica precipitada en los 80 y la caída de la Unión Soviética en el 89. Desde 1980 los países emergentes han crecido a una media del 7% anual. China por sí sola ha sacado de la pobreza a casi 400 millones de personas (más que toda la población de EE.UU.) desde finales de los 70.
Por su parte, los países desarrollados han crecido a una media anual de 2,5%. Aunque, como ilustra el premio Nobel de economía Michael Spence, los efectos de la globalización sobre el empleo y el crecimiento en los países desarrollados son distintos en función de si el sector es lo que el autor llama comercializable o no.
Un sector comercializable (o transable o comerciable; tradable en inglés) puede exportar sus servicios y productos al extranjero. Una industria no-comercializable produce bienes y servicios que deben consumirse necesariamente en el mercado doméstico. Sectores no-comercializables son los servicios públicos o de salud. Tanto su producción como su consumo deben ocurrir en el ámbito interno. Los servicios de urgencias hospitalarias, la seguridad vial, la seguridad social o la regulación comercial no se exportan ni se importan.
Los sectores industriales son, en general, comercializables –producen bienes exportables– y muchos servicios como los servicios financieros, de diseño, o administrativos también lo son. Por ejemplo, una empresa europea del sector automoción puede subcontratar servicios de diseño automovilísticos a una empresa californiana, o viceversa.
Según Spence, en Estados Unidos durante estas últimas tres décadas el crecimiento medio tanto en sectores comercializables como no-comercializables fue de 2,5%, pero los salarios y el empleo se han comportado muy distintamente según el sector. Los sectores no-comercializables han crecido en empleo un 98% en treinta años pero en cambio prácticamente no han crecido en salarios (un 12%). Por otra parte, los sectores comercializables no han crecido en empleo (sólo un 2%) pero sí en salarios: un 52%.
Las industrias comercializables se han beneficiado del crecimiento de los países emergentes, ya que han podido exportarles sus servicios y bienes. Y precisamente porque son comercializables, estos sectores han podido externalizar los componentes más intensivos en mano de obra poco cualificada de la cadena de producción a países emergentes con costes salariales mucho más bajos. Además, estas industrias han estado sometidas a la competencia exterior por lo que han estado muy incentivadas a mejorar su productividad. Estos supuestos no se dan para las industrias no-comercializables.
En definitiva, la mayoría del empleo generado en muchos países desarrollados durante estas décadas se ha dado en sectores no-comercializables. En cambio, el incremento salarial se lo han llevado prácticamente todo los sectores comercializables, que han deslocalizado los procesos básicos de fabricación a los países emergentes.
En el contexto de crisis fiscal y bajo crecimiento de los países desarrollados, difícilmente podrán los sectores nocomercializables retomar el ritmo de creación de ocupación precrisis. Los sectores comercializables deben tomar el relevo y crear empleo. De hecho, en la crisis brutal que se está viviendo en España, vemos cómo los sectores no-comercializables y las industrias dependientes del mercado doméstico están destruyendo empleo Por ejemplo. el número de asalariados del sector público español bajó 5,5% el último año. Mientras, nuestras industrias exportadoras han ganado cuota de mercado durante esta crisis.
Sin duda, esta dinámica nos marca el camino: el futuro económico de España (cuyas exportaciones suponen el 27% de su PIB) pasa por abrirse al mercado exterior en un momento en que la demanda interna es muy débil. Además, para sacar el máximo beneficio social de esta internacionalización, hay que conseguir que las industrias manufactureras mantengan parte de sus cadenas productivas en el país. Alemania ha sido el último país en conseguirlo.
Al contrario, las empresas estadounidenses se han expandido internacionalmente mediante la deslocalización y la inversión extranjera directa. Las empresas del índice S&P 500 generan más del 40% de sus beneficios fuera de EE.UU. y se estima que mantienen en el extranjero unos beneficios generados por sus filiales extranjeras de un billón de dólares. Las empresas estadounidenses están muy internacionalizadas pero exportan relativamente poco ya que producen localmente en los países. De ahí el esfuerzo de Obama por incrementar las exportaciones, ya que éstas implican mantener la producción, y el empleo, en Estados Unidos.
El momento parece ser propicio para dicho reposicionamiento de los países desarrollados. China, el gran aglutinador de los procesos manufactureros más simples, está viendo sus salarios incrementar rápidamente: la mano de obra china, en algunos casos, cuadruplica el coste del de la vietnamita. También los costes logísticos y de transporte, fundamentales en los procesos de deslocalización, están aumentando debido al alza en el precio del petróleo. Además, los países desarrollados están viendo su productividad incrementar debido a los duros ajustes en respuesta a la crisis.
Para evitar la total deslocalización de la fabricación a países emergentes, España debe seguir incrementando su productividad. Solo así podrá competir con los bajos costes laborales de los países emergentes. Las empresas españolas deben también elevar su inversión en I+D –ahora mismo dedican, en términos relativos, la mitad a investigación que sus homólogas alemanas–. La fiscalidad, además, debe ayudar en este proceso e incentivar el gasto en I+D.
Nuestro sistema educativo debe alinearse con estos objetivos de empleabilidad y productividad. Idiomas, conocimiento del mundo, emprendeduría, enfoque a resultados, solidaridad y competitividad deben ser centrales en la educación de nuestros jóvenes. Por último, las políticas sociales deben adecuarse para reequilibrar las desigualdades que, inevitablemente, produce la globalización en los países desarrollados: los países más abiertos al mundo tienen los estados más grandes precisamente para amortiguar los efectos sociales negativos de la globalización.
Sin duda, los países desarrollados deben evitar caer en la tentación de cerrarse ante la globalización. Aislarse es, seguramente, irrealizable en la práctica y, en todo caso, muy perjudicial para un país de las características y dimensiones de España. A pesar de las muy serias dificultades actuales, la evolución de España durante los últimos treinta años, desde que se incorporó de pleno al mundo, es milagrosa, multiplicando por 9 su renta per cápita. Nuestro futuro pasa por más excelencia, más solidaridad y más mundo.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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