Por Francisco Veiga, profesor de Historia Contemporánea (El Periódico, 05/09/2012).
La Administración de Bararck Obama ha heredado de la que dirigió George Bush un gran proyecto de cambio para eso que los estadounidenses denominan MENA (Middle East &North Africa). Quizá el equipo del presidente republicano pensaba en nuevas fronteras, mientras que el demócrata incide más en un cambio sociopolítico global en el mundo árabe, basado en algo parecido al modelo turco surgido hace diez años: sistemas democráticos controlados por islamistas moderados. Egipto entra en ese esquema: desde la revuelta de Tahrir, en enero del 2011, hasta el presente régimen islamista moderado presidido por Mohamed Mursi desde hace dos meses.
De ahí el desconcierto que ha generado en los medios occidentales, e incluso egipcios, el reciente viaje del presidente a Teherán antes que a Washington o Ankara. Además, era la primera visita de un mandatario egipcio a Irán en más de tres décadas. Y parecía rematar el inquietante acercamiento egipcio-iraní que siguió a la caída de Mubarak y marcó el viraje político que terminó llevando a los islamistas al poder en El Cairo.
Una parte nada desdeñable de los analistas políticos occidentales cercanos a las tesis estadounidenses más combativas solo entiende la raíz de los conflictos en Oriente Próximo a partir de la dicotomía chiís-sunís. No faltan islamófobos que imaginan un gran combate final entre unos y otros que los lleve al exterminio mutuo. Una guerra imposible entre Arabia Saudí e Irán, o una sucesión interminable de coches bomba de unos contra otros. De ahí que el acercamiento entre Egipto e Irán no cuadre en el esquema. O que las informaciones de hace un año y medio, según las cuales Irán estaba ayudando a los Hermanos Musulmanes egipcios, parecieran inconcebibles.
En realidad, las cosas son más matizadas. El Egipto de Mursi está apostando por el viejo papel que ya instituyó el archienemigo presidente Nasser en los años 50: el no alineamiento. La prensa occidental parece haber pasado de puntillas sobre uno de los motivos del viaje del presidente egipcio a Teherán: entregar formalmente la presidencia del Movimiento de Países No Alineados a Irán en su 16º cumbre. En esa misma línea, se han resaltado las palabras del presidente egipcio contra Bashar el Asad, cierto; pero no se ha dicho nada de su petición de reconocer el Estado palestino ante la ONU, también efectuado en esa misma cumbre del Movimiento de Países No Alineados. Y debe recordarse que tanto EEUU como Israel están ejerciendo fuertes presiones para que toda una serie de países -entre ellos España– no apoyen diplomáticamente esa iniciativa, que se va a plantear en breve.
Así que el Egipto pos-Mubarak parece estar resituándose en la órbita de los no alineados más combativos, al menos en el plano internacional. Por si faltaba algún síntoma más: el inminente viaje a China del egipcio. En la política interior sí podríamos considerar que el nuevo régimen apuesta por seguir al pie de la letra la experiencia turca del Partido de la Justicia y el Desarrollo, en el poder desde hace ya una década. Al fin y al cabo, el partido que preside Mursi se denomina, no por casualidad, Partido de la Libertad y la Justicia.
Si atendemos la contundencia con la que los islamistas han llegado al poder en Egipto, por la vía estrictamente electoral, y cómo han copado la presidencia, el paralelismo con lo sucedido en Turquía es evidente. Mucho más si consideramos que el presidente Mursi, que se mueve con mucha rapidez, hace muy pocas semanas destituyó a la cúpula militar encabezada por el mariscal Tantaui, poniendo en jaque al poder del Ejército en el Estado egipcio de una forma muy parecida a como lo hizo Erdogan en Turquía. Más paralelismos: el turco permitió que las Fuerzas Armadas se implicasen de nuevo en la lucha contra el PKK kurdo, esta vez en Irak, en el 2008. Mursi ha enviado a las tropas a luchar contra los fundamentalistas en el Sinaí. Y para completar las semejanzas, la manifestación del pasado 24 de agosto en El Cairo, que debía ser un desafío de los sectores laicos contra el acaparamiento del poder por los islamistas, pinchó como las que se organizaron con ese mismo fin en Turquía en abril del 2007, pero de una forma mucho más rotunda.
Por lo tanto, los islamistas egipcios parecen firmemente asentados en el poder. ¿Pero estamos tan seguros de que todo se va a desarrollar según el modelo turco? Y aquí entra de nuevo en escena la política exterior. El mal llamado neootomanismo de la diplomacia turca, diseñado por el ministro Davutoglu y aplicada con la bendición de Washington, está haciendo aguas en la tormenta siria, un mar lleno de escollos. Si en la orgullosa política exterior turca afloran las contradicciones críticas, la política interior también se resentirá. Porque el neootomanismo era una forma de arrinconar el legado de Atatürk, sobre el que se había fundado la república en 1923. Así que el activismo no alineado de los islamistas egipcios, poco complaciente con la UE, puede ser otro síntoma de que la influencia del modelo turco, tal como fue imaginada por los americanos, está tocando techo.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
No hay comentarios.:
Publicar un comentario