Por Tariq Ramadan, profesor de Estudios Islámicos Contemporáneos en Oxford. Ramadan es nieto de Hasan al Bana, que en 1928 fundó los Hermanos Musulmanes. © 2011 Global Viewpoint Network; dist. by Tribune Media Services. Traducción de Jesús Cuéllar Menezo (EL PAÍS, 10/02/11):
Cuando las manifestaciones masivas se iniciaron en Túnez, ¿quién iba a pensar que el régimen de Ben Ali se vendría abajo tan rápido? ¿Quién podía prever que Egipto no tardaría en asistir a una protesta popular tan inaudita? Se ha derribado una barrera y nada volverá a ser lo mismo. Es bastante probable que, dada la centralidad de Egipto y su importancia simbólica, otros países sigan la senda. ¿Pero cuál será el papel de los islamistas después del derrumbe de las dictaduras?
Durante décadas, la presencia de los islamistas ha justificado la aceptación por Occidente de las peores dictaduras en el mundo árabe. Y fueron estos mismos regímenes los que demonizaron a sus oponentes islamistas, sobre todo a los Hermanos Musulmanes egipcios, que históricamente representan el primer movimiento de masas bien organizado y con influencia política del país. Durante más de 60 años, los Hermanos, ilegales pero tolerados, han demostrado una gran capacidad de movilización popular en las elecciones relativamente democráticas en las que ha participado, aquellas que han elegido, entre otros, a representantes sindicales o profesionales, concejales o parlamentarios. ¿Son los Hermanos Musulmanes el poder emergente en Egipto y, de ser así, qué podemos prever de una organización como la suya?
De Occidente hemos acabado por esperar análisis superficiales del islam político y, en concreto, de los Hermanos Musulmanes. Sin embargo, no solo el islamismo es un mosaico de tendencias y facciones divergentes, sino que sus múltiples y diversas facetas han ido surgiendo a lo largo del tiempo para responder a cambios históricos. Los Hermanos Musulmanes, que comenzaron su andadura en la década de 1930 en forma de movimiento no violento, legalista y anticolonialista, proclamaron la legitimidad de la resistencia armada contra el expansionismo sionista que se estaba produciendo en Palestina durante el periodo anterior a la II Guerra Mundial.
Entre 1930 y 1945, los textos de Hasan al Bana, fundador de la hermandad, demuestran que se oponía al colonialismo y que criticaba enérgicamente a los gobiernos fascistas de Alemania e Italia. Al Bana, que rechazaba el uso de la violencia en Egipto, aunque la consideraba legítima en Palestina como modo resistencia frente a las actividades terroristas de los grupos Stern e Irgún, creía que el parlamentarismo británico representaba el modelo más cercano a los principios islámicos. Su objetivo era la creación de un “Estado islámico” basado en una reforma gradual que se iniciaría con un plan de educación popular y con programas sociales de amplio alcance. Fue asesinado en 1949 por el Gobierno egipcio, por orden del ocupante británico.
Tras la revolución de Gamal Abdel Nasser de 1952, el movimiento sufrió una violenta represión y varias tendencias distintas surgieron en su seno. Radicalizados por la experiencia de la cárcel y la tortura, algunos de sus miembros (que acabarían por abandonar la organización) llegaron a la conclusión de que había que derribar el Estado a toda costa, aunque fuera violentamente. Otros siguieron ateniéndose al reformismo gradual de los inicios.
Muchos de los integrantes de la hermandad se vieron obligados a exiliarse: algunos en Arabia Saudí, donde recibieron la influencia de la ideología literalista saudí; otros, en lugares como Turquía e Indonesia, países mayoritariamente musulmanes en los que coexistían comunidades muy distintas. Por otra parte, otros se asentaron en Occidente, donde entraron directamente en contacto con la tradición europea de las libertades democráticas.
Hoy en día los Hermanos Musulmanes beben de todas esas visiones. Pero los líderes del movimiento ya no representan las aspiraciones de los más jóvenes que, mucho más abiertos al mundo y deseosos de promover reformas internas, están fascinados con el ejemplo turco. Detrás de la fachada de unidad y jerarquía, operan influencias contradictorias. Nadie puede decir en qué dirección irá el movimiento.
Los Hermanos Musulmanes no lideran la efusión que está derribando a Hosni Mubarak. Los Hermanos Musulmanes y el conjunto de los islamistas no representan a la mayoría. No cabe duda de que esperan participar en la transición democrática cuando Mubarak haya partido, pero nadie puede decir qué facción acabará imponiéndose. Entre los literalistas y los partidarios de la vía turca todo es posible, ya que la hermandad ha evolucionado de forma considerable durante los últimos 20 años.
Ni Estados Unidos ni Europa, por no hablar de Israel, permitirán fácilmente que el pueblo egipcio haga realidad su sueño de alcanzar la democracia y la libertad. Las consideraciones estratégicas y geopolíticas tienen tal peso que el movimiento reformista será objeto, y ya lo está siendo, de un minucioso seguimiento por parte de organismos estadounidenses, en colaboración con el Ejército egipcio, que, sirviéndose de prácticas dilatorias, ha asumido el crucial papel de mediador.
Al optar por colocarse detrás de Mohamed el Baradei, cabeza visible de quienes se manifiestan contra Mubarak, los líderes de los Hermanos Musulmanes han hecho ver que no es momento de destacarse y plantear exigencias políticas que pudieran asustar a Occidente, e incluso al propio pueblo egipcio. El lema es: prudencia. El respeto a los principios democráticos exige que todas las fuerzas que rechacen la violencia y acaten el Estado de derecho participen en igualdad de condiciones en el proceso político. Los Hermanos Musulmanes deben integrarse en el proceso de cambio, y así lo harán si llegara a establecerse un Estado mínimamente democrático.
Ni la represión ni la tortura han logrado eliminar a la hermandad, más bien al contrario. El debate democrático y el intercambio de ideas han sido los únicos factores que han influido en la evolución de gran parte de las tesis islamistas más problemáticas, que van desde la interpretación de la sharía hasta el respeto a la libertad y la defensa de la igualdad. Solo mediante el intercambio de ideas, no mediante la tortura y la dictadura, podremos encontrar soluciones que respeten la voluntad popular. El ejemplo de Turquía debería ser motivo de inspiración.
Occidente continúa utilizando la “amenaza islamista” para justificar su pasividad y el apoyo descarado a las dictaduras. Cuando la resistencia contra Mubarak subió de tono, el Gobierno israelí pidió repetidamente a Washington que respaldara a la junta militar egipcia. Mientras, Europa optó por sentarse a esperar.
Ambas actitudes son reveladoras: al fin y al cabo, frente a la defensa de los intereses políticos y económicos, poco peso tiene apoyar de boquilla los principios democráticos. Estados Unidos prefiere dictaduras que garanticen acceso al petróleo y dejen a los israelíes continuar su lenta colonización, antes que representantes populares creíbles que quizá no permitan el mantenimiento de esas situaciones.
Citar las voces de peligrosos islamistas para justificar que no se preste atención a las voces del pueblo es una actitud tan corta de miras como ilógica. Durante las Administraciones de Bush y de Obama, EE UU ha sufrido una gran pérdida de credibilidad en Oriente Próximo, y lo mismo puede decirse de Europa. Si los estadounidenses y los europeos no reevalúan sus políticas, puede que otras potencias de Asia y Sudamérica se inmiscuyan en su compleja estructura de alianzas estratégicas. En cuanto a Israel, que ahora se ha situado como amigo y protector de las dictaduras árabes, su Gobierno podría llegar a darse cuenta de que éstas solo están comprometidas con su política de ciega colonización.
El impacto regional de la retirada de Mubarak será enorme, pero es imposible predecir cuáles serán sus consecuencias. Después de las revoluciones tunecina y egipcia, el mensaje político está claro: con protestas masivas no violentas, cualquier cosa es posible y ya ningún Gobierno autocrático está del todo seguro.
Presidentes y reyes sienten la presión de este histórico punto de inflexión. El malestar ha llegado a Argelia, Yemen y Mauritania. También deberíamos fijarnos en Jordania, Siria e incluso Arabia Saudí. Esta preocupante situación de inestabilidad es al mismo tiempo muy prometedora. El mundo árabe está despertando con dignidad y esperanza. Los cambios auguran tiempos de esperanza para los auténticos demócratas y problemas para quienes sacrificarían los principios democráticos por mor de sus cálculos económicos y geoestratégicos. La liberación de Egipto parece solo el principio. ¿Quién será el siguiente?
Entre los musulmanes hay una masa crítica que apoyaría esa necesaria revolución surgida en el centro. Al final, únicamente las democracias que incorporen a todas las fuerzas políticas no violentas podrán llevar la paz a Oriente Próximo; una paz que también deberá respetar la dignidad de los palestinos.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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