Por Ian Roberts, profesor de Epidemiología y Salud Pública en la London School of Hygiene & Tropical Medicine, y autor de The Energy Glut: the Politics of Fatness in an Overheating World. Traducción de Kena Nequiz (Project Syndicate, 02/02/11):
Mitigar el cambio climático ofrece oportunidades incomparables para mejorar la salud y el bienestar del ser humano. En efecto, las políticas de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero pueden traer consigo una disminución significativa de las enfermedades cardiacas y respiratorias, el cáncer, la obesidad, la diabetes, la depresión y las muertes y lesiones por accidentes automovilísticos.
Estos beneficios para la salud surgen porque la política ambiental afecta necesariamente a dos de los principales determinantes de la salud humana: la nutrición y el movimiento. Aunque los profesionales de la salud reconocen cada vez más los beneficios de las políticas que abordan el cambio climático, los encargados del diseño de políticas no los valoran tan ampliamente. La existencia de estos beneficios para la salud supone una reducción radical de los costos netos de emprender acciones firmes para mitigar el cambio climático –lo que significa que el no comprender su importancia podría tener graves consecuencias ambientales.
Los múltiples beneficios para la salud derivados de la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero han quedado documentados en investigaciones recientes. Para cumplir las metas de reducción de emisiones en el sector de los transportes se necesitaría, además de reducir el uso del automóvil, aumentar ligeramente las caminatas y el uso de la bicicleta. Sobre la base de evidencias epidemiológicas que vinculan la actividad física con la salud, el aumento resultante de esa actividad reduciría en gran medida las tasas de enfermedad crónica: entre el 10% y el 20% en el caso de las enfermedades cardiacas y los derrames cerebrales, entre el 12% y el 18% en el del cáncer de mama y el 8% en el de la demencia senil.
El transporte sostenible también mejoraría nuestra salud mental, pues se calcula que habría un 6% menos de casos de depresión. Habría beneficios adicionales para la salud mental con más espacios verdes, menos contaminación de ruido y una mejor condición física.
La reducción de la producción de ganado a fin de reducir las emisiones de metano procedentes de los animales y la deforestación –factores que contribuyen significativamente al cambio climático—también mejoraría la salud. Menos ganado significaría menos productos animales en nuestra dieta, lo que reduciría nuestro consumo de grasas saturadas nocivas y conduciría a una reducción del 30% en las enfermedades cardiacas. Reducir el consumo de carne también debería reducir las tasas de cáncer colorrectal –el segundo tipo de cáncer más común entre los hombres después del cáncer de pulmón.
Al mejorar la dieta y elevar los niveles de actividad física, las políticas orientadas a mitigar el cambio climático conducirían a grandes reducciones de las tasas de enfermedades que producen muertes prematuras e incapacidad en cientos de millones de personas en todo el mundo. También reducirían la gordura de la población. Más de mil millones de adultos tienen sobrepeso y 300 millones son obesos, incluyendo a una tercera parte de la población estadounidense. Además, científicos del gobierno británico predicen que el Reino Unido “será una sociedad predominantemente obesa” para 2050.
De hecho, si se mantienen las tendencias actuales, para 2050 nueve de cada diez adultos en el mundo desarrollado tendrán sobrepeso o serán obesos. En los países de ingresos medios, el índice de masa corporal está aumentando de manera constante. Esto tendrá un impacto grave en la salud y el bienestar y aumentará el riesgo de diabetes, enfermedades cardiacas, derrames cerebrales y cáncer.
Pero los países en desarrollo también están en peligro. A México sólo lo superan los Estados Unidos en términos de prevalencia de la obesidad. El aumento de la diabetes como consecuencia de una población que engorda está provocando una epidemia de enfermedades renales en un país en el que sólo una de cada cuatro personas puede recibir tratamiento.
La experiencia de Cuba en los años noventa confirma los efectos sobre la salud de reducir el consumo de combustibles fósiles. Durante la crisis de energía cubana que siguió a la interrupción de los insumos soviéticos subsidiados, la proporción de adultos que hacían actividades físicas aumentó en más del doble. El índice de masa corporal promedio de la población disminuyó 1.5 unidades, con lo que la prevalencia de la obesidad cayó a la mitad, del 14% al 7%. Las muertes por diabetes se redujeron 51%, por enfermedades cardiacas 35% y por derrames cerebrales 20%.
Además, en un mundo en el que se recurra menos al carbono habría menos hambre. En abril de 2008, Evo Morales, el presidente de la pobre y cada vez más hambrienta Bolivia, hizo un llamado por “la vida primero, los autos segundos” y exhortó al mundo rico a que dejara de quemar alimentos cada vez que manejaban sus autos –una referencia a las políticas de los gobiernos occidentales sobre los biocombustibles.
Sin embargo, el uso del automóvil y los precios de los alimentos ya estaban vinculados mucho antes de las políticas sobre los biocombustibles. El uso del automóvil hace que aumenten los precios de los alimentos, porque el petróleo es un insumo clave para la agricultura. Reducir el uso del petróleo en el sector de los transportes es esencial para evitar la hambruna en los países pobres. Hasta que la agricultura se libere de la dependencia del petróleo, habrá una competencia para llenar los tanques de gasolina en los países ricos y los estómagos en los pobres. Comer menos productos animales también reduciría los precios de los alimentos, porque el ganado se alimenta a base de cereales.
Otras políticas orientadas a mitigar el cambio climático también tienen efectos positivos sobre la salud. Aislar los hogares en los países de altos ingresos para conservar energía prevendría las muertes relacionadas con el frío. Igualmente, el uso de cocinas más eficientes en el consumo de combustible en los países pobres reduciría el número de muertes de niños –que actualmente es de un millón al año—por infecciones respiratorias provocadas o agravadas por el uso de combustibles sólidos.
Un programa de reducción del uso del carbono en todas las principales áreas del uso de energía, junto con una reducción del consumo de productos animales, generaría beneficios sustanciales para la salud y el bienestar del ser humano. En sus debates sobre el costo de la mitigación del cambio climático, los negociadores y encargados del diseño de políticas no pueden pasar por alto el enorme valor de estos beneficios.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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