Por Dominique Moisi, autor de The Geopolitics of Emotion (Project Syndicate, 29/08/11):
Con el agravamiento de la crisis económica y la perspectiva de otra recesión importante en el horizonte, la creciente desigualdad social se convirtió en una cuestión cada vez más apremiante. ¿Cómo se refuerza una sensación de solidaridad y responsabilidad dentro de un país? ¿Quién protegerá a los más débiles?
Mientras reflexiono sobre esta cuestión, me viene a la mente un debate que tuve hace más de diez años en Berlín con el teólogo alemán Hans Küng y participantes norteamericanos y asiáticos. El tema era “Globalización y ética” -específicamente, una comparación de las maneras en que Europa, Estados Unidos y Asia protegen a los miembros más frágiles de sus respectivas sociedades.
Todos los participantes coincidieron en que en Europa el estado tradicionalmente desempeñaba el papel que llevaba a cabo la filantropía privada en Estados Unidos y la familia en Asia. Pero todos nos apresuramos a agregar que ningún modelo era “puro”; vale decir, la familia ya no era lo que solía ser en Asia, el estado desempeñaba un papel más importante de lo esperado en Estados Unidos y muchas veces no cumplía con las expectativas en Europa.
La realidad se ha tornado aún más complicada desde entonces: el papel de la familia sigue decayendo en Asia; la filantropía, a pesar de unos pocos individuos extraordinariamente generosos, hace rato que encontró sus límites en Estados Unidos; y, posiblemente a excepción de los países nórdicos, el estado en Europa, sobrecargado por la deuda, ya no tiene los medios o la voluntad para asumir nuevas responsabilidades.
Entonces, ¿quién se ocupará de proteger a los más débiles si ninguno de estos tres actores puede hacerlo como corresponde? ¿Vamos camino a un mundo unido por la incompetencia y la deficiencia compartidas?
En el mundo occidental, los más pobres son los más afectados por el estancamiento económico. Sin embargo, en los países de rápido crecimiento de los mercados emergentes, los ricos tienden a cerrar los ojos ante el sufrimiento de los más pobres, excepto cuando se sienten amenazados por el riesgo de un levantamiento politico como, digamos, en Arabia Saudita.
De hecho, las elites adineradas en los países emergentes viven en un estado de negación de sus pobres, ignorándolos literalmente. Brasil e India son particularmente asombrosos en este sentido. El crecimiento económico es necesario, pero no suficiente: también hace falta una fuerte sensación de responsabilidad social.
Sería absurdo condenar, como hacen algunos, a la globalización como el principal y único culpable de la erosión de las fuentes tradicionales de apoyo a los pobres. La globalización es por sobre todo un contexto, un entorno, aún si las consecuencias de la primera crisis financiera y económica importante de la era global profundizan aún más la brecha entre los muy ricos y los muy pobres.
Sin embargo, la globalización hace que los más vulnerables sean más visibles, y por lo tanto hace que la ausencia de justicia social resulte más inaceptable. Un mundo de mucha mayor transparaencia e interdependencia crea nuevas responsabilidades para los ricos. O, más precisamente, hace que la antigua responsabilidad de proteger a los más débiles sea más difícil y más urgente.
En un mundo de creciente complejidad, quizá lo que hagan falta sean soluciones simples. Se podría seguir, por ejemplo, el principio de ventaja comparativa de Adam Smith: lo que Europa hace mejor es el estado, mientras que Asia sigue basándose en la familia y Estados Unidos continúa centrándose en la iniciativa individual. El problema es que en un mundo de referencias universales, la legitimidad de las soluciones surgirá más que nunca de su aceptabilidad cultural y de su eficiencia.
En Europa occidental, por ejemplo, el llamado al sacrificio de todos los ciudadanos para resolver la crisis de deuda va en contra de una percepción persistente de que no todos contribuirán de la misma manera, y que la desigualdad social se verá exacerbada por la austeridad. Restablecer el crecimiento en el corto plazo y, al mismo tiempo, abordar los problemas de la deuda en el mediano y largo plazo bien puede ser la única respuesta válida a la crisis.
Pero no funcionará, ni en Europa ni en otras partes, sin un énfasis mucho mayor en la justicia social. Si bien algunas de las personas muy ricas se quejan, como lo hizo recientemente Warren Buffett, de que no pagan suficientes impuestos, la generosidad iluminada de estas pocas almas felices -que quieren salvar al capitalismo y al liberalismo- probablememnte no sea emulada por los nuevos ricos en los países emergentes, mucho menos por los ricos en otras partes. Seamos realistas: la gente como Buffett y Bill Gates tienen muy pocos seguidores entre los muy ricos de Estados Unidos. ¿Y acaso las sociedades asiáticas pueden realmente reflotar una sensación efectiva de responsabilidad familiar?
La globalización sí parece haber debilitado las diferencias culturales perceptiblemente en la última década. Pero, cuando se trata de la protección de los más débiles y la lucha contra la creciente injusticia social, quizá la “desculturización global” cree una oportunidad para combinar lo mejor de lo que queda en determinadas tradiciones. Quizá los países deberían intentar basar sus sistemas de bienestar social en una nueva síntesis de estado, familia y filantropia.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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