Por Yossi Beilin, exministro de Justicia israelí, arquitecto del proceso de paz de Oslo. Traducción: Sonia de Pedro (LA VANGUARDIA, 18/05/11):
El ataque a la embajada israelí en El Cairo por parte de una multitud de manifestantes en la noche del 9 al 10 de septiembre constituye la crisis más importante en las relaciones entre Israel y Egipto desde que en noviembre de 1977 el avión del presidente egipcio Sadat aterrizase en el aeropuerto israelí de Lod. Los seis vigilantes de seguridad israelíes, los únicos que se hallaban en la embajada en el momento del asalto, estuvieron a punto de morir y sólo tras la presión de Israel y, sobre todo de Estados Unidos, llegó un comando egipcio a rescatarlos para llevarlos sanos y salvos a Israel. Cuatro manifestantes egipcios murieron y cientos fueron heridos durante el asalto y la intervención del comando.
En seguida las autoridades egipcias condenaron el ataque, lo mismo que hicieron los medios de comunicación y el mundo árabe. El acuerdo de paz israelo-egipcio no peligra de momento, pero es cierto que, cuando el personal diplomático israelí ha tenido que ser evacuado y los manifestantes han vaciado los cajones y armarios de la embajada y han esparcido por el suelo toda la documentación, nadie puede asegurar que las cosas vuelvan a ser como eran antes.
La primavera árabe ha dado voz al pueblo y, en especial en Egipto, ha hecho que sienta que puede cambiar la realidad. En un Egipto donde ya hay libertad de expresión y donde se está juzgando al ex presidente Mubarak y a sus hijos, la gente está empezando a liberar sus frustraciones. Pero no hay que olvidar que quien manda ahora es una junta militar cuyos miembros fueron nombrados por Mubarak, y el pueblo no está viendo el cambio que tanto anhelaba y sigue sin saber cuándo se convocarán elecciones para el Parlamento y la Presidencia. Así pues, la sensación de incertidumbre, el temor de que al final acabe gobernando el país un régimen militar, unido a la grave situación económica, hace que muchos se sigan manifestando en la plaza Tahrir para oponerse a los símbolos de poder, como el Ministerio del Interior, y a su enemigo común: Israel. Curiosamente, la mayoría de los manifestantes nacieron después del acuerdo de paz entre Egipto e Israel, y la mayoría no sabe que gracias a ese acuerdo Israel le devolvió a Egipto todos los territorios que había perdido en la Guerra de 1967, y que gracias a ese acuerdo Egipto recibe cada año una generosa ayuda económica por parte de Estados Unidos. La petición de romper relaciones diplomáticas con Israel empezó a oírse en las protestas acaloradas de principios de septiembre, y como no había un verdadero gobierno que se enfrentase a ella sino una junta militar temporal, los eslóganes pasaron a querer convertirse en realidad. El mensaje a Egipto ha de ser claro: no se puede eternizar un gobierno temporal. El mando del país ha de pasar a manos de poderes civiles que garanticen el orden y el cumplimiento de la ley; la democratización ha de empezar ya.
Por otra parte, Israel también debe aprender la lección. El mundo árabe no es un grupo de 22 presidentes que se encuentran cada cierto tiempo en las reuniones oficiales de la Liga Árabe. El mundo árabe son cientos de millones de personas con anhelos propios y que cada vez influirán más en sus líderes. Y la cuestión palestina es un elemento que aglutina al mundo árabe, aunque su solución no vaya a hacer cambiar la situación del resto de los árabes. En cambio, el Gobierno de Netanyahu insiste en que el problema palestino no afecta a las relaciones de Israel con los países de su entorno. Pero esa no es la realidad. Precisamente ahora se hace mucho más urgente solucionar el problema con los palestinos, ya que así mejorarían las relaciones con nuestros vecinos, Israel sería realmente una democracia con una mayoría judía y, sobre todo, muchos países ya no tendrían un pretexto para tratarnos con hostilidad. Esto serviría no sólo para casos como Turquía, con quien últimamente se han deteriorado tanto las relaciones, sino para otros países de la región.
En Israel se plantean ahora preguntas de tipo práctico: ¿Era adecuado el edificio donde está la embajada? ¿Era necesario que hubiera seis vigilantes de seguridad? ¿Por qué no era posible hablar por teléfono con el mariscal egipcio Tantatui? ¿Por qué este contestó sólo cuando le llamó Obama?, etcétera. Pero hay algo más preocupante y es que el Gobierno Netanyahu-Libermann ha enterrado la posibilidad de negociar seriamente un acuerdo con los palestinos y se niega a congelar la construcción de asentamientos.
Israel se halla así en el invierno que ha traído la primavera árabe: los turcos expulsan de su país al embajador israelí, Jordania lleva año y medio sin nombrar a un nuevo embajador, y el embajador israelí en Egipto ha de ser evacuado en mitad de la noche. Además, la dependencia de Estados Unidos es enorme. Si no llega a ser por la intervención de Obama, ningún comando egipcio habría entrado en la embajada israelí para salvar a los vigilantes. Por tanto, para garantizar la colaboración norteamericana, el Gobierno de Netanyahu debe cambiar de actitud: en vez de pactar con los republicanos en contra de Obama, ha de cultivar la relación con el Gobierno actual y, para ello, es fundamental negociar y poner fin al conflicto con los palestinos.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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