Por María Dolores Masana, presidenta de Reporteros Sin Fronteras (EL PÁIS, 16/03/07):
El día 7 de enero, el prisionero número 905 de “la cárcel de máxima seguridad” de la base naval de Guantánamo -enclave de Cuba ocupado por Estados Unidos desde 1898- inició una huelga de hambre. Esta grave decisión es el último recurso del sudanés Sami al Haj como protesta por los cinco años que lleva detenido. Además, reclama: respeto al derecho de los presos para practicar su religión, aplicación a todos los reclusos de la Convención de Ginebra sobre prisioneros, fin del régimen de aislamiento total de varios presos, una investigación independiente, completa y pública sobre el fallecimiento de tres internos el 10 de junio de 2006, y su propia libertad o, en su defecto, la comparecencia ante un tribunal civil norteamericano.
Hasta el momento, la respuesta que ha obtenido de las autoridades militares ha sido una serie de confiscaciones: la alfombrilla para la oración, el colchón, el neceser de aseo, las gafas, la prótesis de la rodilla que llevaba acoplada, correspondencia, un bolígrafo… Todo ello, en función de una aleatoria “proporcionalidad” establecida por la administración del campo, a tenor del número de comidas rechazadas por el preso. Al Haj ha adelgazado 10 kilos, pérdida remarcable en un hombre de complexión delgada y que padece un cáncer de garganta para el que no hay constancia de que reciba tratamiento alguno.
Sami ha sido sometido en Guantánamo a interrogatorios con amenazas hasta 130 veces, ha sufrido torturas físicas y psicológicas como exposición prolongada a pleno sol, privación del sueño, suplicio de la bañera, etcétera, y se haya privado de cualquier contacto con su familia. Su suerte no es muy distinta de la de tantos otros compañeros de internamiento, considerados “enemigos combatientes” como él. Sólo en una cosa: es el único periodista -que se haya podido confirmar- de este verdadero gulag norteamericano.
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El día 7 de enero, el prisionero número 905 de “la cárcel de máxima seguridad” de la base naval de Guantánamo -enclave de Cuba ocupado por Estados Unidos desde 1898- inició una huelga de hambre. Esta grave decisión es el último recurso del sudanés Sami al Haj como protesta por los cinco años que lleva detenido. Además, reclama: respeto al derecho de los presos para practicar su religión, aplicación a todos los reclusos de la Convención de Ginebra sobre prisioneros, fin del régimen de aislamiento total de varios presos, una investigación independiente, completa y pública sobre el fallecimiento de tres internos el 10 de junio de 2006, y su propia libertad o, en su defecto, la comparecencia ante un tribunal civil norteamericano.
Hasta el momento, la respuesta que ha obtenido de las autoridades militares ha sido una serie de confiscaciones: la alfombrilla para la oración, el colchón, el neceser de aseo, las gafas, la prótesis de la rodilla que llevaba acoplada, correspondencia, un bolígrafo… Todo ello, en función de una aleatoria “proporcionalidad” establecida por la administración del campo, a tenor del número de comidas rechazadas por el preso. Al Haj ha adelgazado 10 kilos, pérdida remarcable en un hombre de complexión delgada y que padece un cáncer de garganta para el que no hay constancia de que reciba tratamiento alguno.
Sami ha sido sometido en Guantánamo a interrogatorios con amenazas hasta 130 veces, ha sufrido torturas físicas y psicológicas como exposición prolongada a pleno sol, privación del sueño, suplicio de la bañera, etcétera, y se haya privado de cualquier contacto con su familia. Su suerte no es muy distinta de la de tantos otros compañeros de internamiento, considerados “enemigos combatientes” como él. Sólo en una cosa: es el único periodista -que se haya podido confirmar- de este verdadero gulag norteamericano.
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