En la actualidad, se consideran las palabras una causa de inestabilidad. La violenta reacción del año pasado ante las caricaturas del profeta Mahoma publicadas en un periódico danés recibió una respuesta occidental confusa, en la que los gobiernos se trabucaron al intentar explicar lo que se debe permitir hacer y lo que no a los medios de comunicación en nombre de la sátira política. Después Irán jugó una baza contra Occidente al patrocinar una conferencia de negadores del holocausto, declaración castigada en casi toda Europa por considerarla delictiva.
Como bien saben los turcos, es peligroso adoptar una posición sobre el genocidio armenio de 1915.
El más reciente premio Nobel de Literatura, Orhan Pamuk, fue procesado en Estambul por negar la historia turca oficial, al decir que el genocidio armenio ocurrió efectivamente. Otros turcos han tenido que afrontar su procesamiento en Europa Occidental por decir que no ocurrió.
De modo que ahora las palabras son claramente un campo de batalla en el conflicto cultural entre el islam y Occidente. Ahora éste sabe que, como simple autocensura y no por mandato legal, los medios de comunicación no difundirán imágenes críticas de Mahoma y el Papa no volverá a hacer observaciones críticas sobre el islam, pero a esos gestos de cooperación con las sensibilidades musulmanas no han correspondido gestos recíprocos. Al contrario, Mahmud Ahmadineyad, presidente de Irán, ha amenazado con borrar a Israel del mapa. Ahora el Ministerio de Asuntos Exteriores israelí intenta conseguir el procesamiento de Ahmadineyad por incitación a la comisión de genocidio: una violación del derecho internacional.
Pero también la prensa israelí se muestra belicosa. Los periódicos israelíes publican artículos sobre las razones por las que Israel puede necesitar atacar a Irán para impedir que adquiera un arsenal de armas nucleares. El presidente George W. Bush ha hecho declaraciones igualmente inquietantes, aunque más imprecisas, sobre Irán. En Alemania, semejantes llamamientos en pro de ataques militares preventivos son objeto de sanciones penales.
Como bien saben los turcos, es peligroso adoptar una posición sobre el genocidio armenio de 1915.
El más reciente premio Nobel de Literatura, Orhan Pamuk, fue procesado en Estambul por negar la historia turca oficial, al decir que el genocidio armenio ocurrió efectivamente. Otros turcos han tenido que afrontar su procesamiento en Europa Occidental por decir que no ocurrió.
De modo que ahora las palabras son claramente un campo de batalla en el conflicto cultural entre el islam y Occidente. Ahora éste sabe que, como simple autocensura y no por mandato legal, los medios de comunicación no difundirán imágenes críticas de Mahoma y el Papa no volverá a hacer observaciones críticas sobre el islam, pero a esos gestos de cooperación con las sensibilidades musulmanas no han correspondido gestos recíprocos. Al contrario, Mahmud Ahmadineyad, presidente de Irán, ha amenazado con borrar a Israel del mapa. Ahora el Ministerio de Asuntos Exteriores israelí intenta conseguir el procesamiento de Ahmadineyad por incitación a la comisión de genocidio: una violación del derecho internacional.
Pero también la prensa israelí se muestra belicosa. Los periódicos israelíes publican artículos sobre las razones por las que Israel puede necesitar atacar a Irán para impedir que adquiera un arsenal de armas nucleares. El presidente George W. Bush ha hecho declaraciones igualmente inquietantes, aunque más imprecisas, sobre Irán. En Alemania, semejantes llamamientos en pro de ataques militares preventivos son objeto de sanciones penales.
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