Por Barak Barfi es investigador de la New America Foundation. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen (Project Syndicate, 08/06/11):
En los meses transcurridos desde la renuncia el presidente egipcio, Hosni Mubarak, sus sucesores han dado señales de un cambio en la política exterior mediante acercamientos a sus antiguos adversarios. El gobierno de Egipto ha dado la bienvenida a diplomáticos iraníes y recibió al grupo palestino Hamás. Muchos interpretan estos pasos como una clara evidencia del deseo de Egipto de adoptar una diplomacia no subordinada a los intereses norteamericanos.
Sin embargo, Mubarak nunca correspondió del todo al retrato de “lacayo de Estados Unidos” que de él hacían sus detractores. De hecho, la necesidad de complacer a sus benefactores de Arabia Saudita, no los Estados Unidos, era de suma importancia en su pensamiento. Aunque a veces apoyó las políticas estadounidenses, con frecuencia Mubarak rechazó a EE.UU. cuando sus posiciones no se alineaban con la suya.
Desde el final de la guerra de octubre de 1973, la paz árabe-israelí ha sido una piedra angular del programa de Estados Unidos para el Oriente Próximo. A menudo EE.UU. recurrió a Egipto, el país árabe más importante e influyente, para que desempeñara un papel de liderazgo en la promoción de este objetivo. Y, cuando le convenía, Mubarak jugaba su parte. Cuando el fallecido líder palestino Yasser Arafat humilló a Mubarak ante el Secretario de Estado de EE.UU. y los medios de comunicación internacionales al negarse a firmar un anexo de un acuerdo negociado entre israelíes y palestinos en El Cairo, Mubarak le dijo: “¡Firma, hijo de un perro!”
Por otro lado, cuando la opinión pública árabe se opuso a las concesiones palestinas, Mubarak se mantuvo al margen de las iniciativas de paz de EE.UU. Por ejemplo, en 1996 declinó la invitación del presidente Bill Clinton de venir a Washington, junto con Arafat y los líderes de Israel y Jordania, para resolver un estallido de violencia palestina. Y se negó cuando Clinton le pidió a Mubarak que presionara a Arafat para facilitar un acuerdo de paz entre israelíes y palestinos durante las negociaciones en Camp David en 2000.
Mubarak tenía una difícil relación con Israel y a lo largo de su presidencia mantuvo a distancia al aliado más cercano a Estados Unidos en Oriente Próximo. Durante casi diez de sus 30 años en el cargo, Egipto no tuvo embajador en Tel Aviv. Mubarak nunca realizó una visita de estado oficial a Israel, y con frecuencia rechazó peticiones de primeros ministros israelíes de visitar El Cairo. Cuando EE.UU. trató de ampliar el Tratado de No Proliferación Nuclear en 1994, Mubarak movilizó al mundo árabe en contra de la iniciativa porque Israel se negó a firmar el TNP.
En cambio, la relación de Mubarak con los saudíes por lo general determinaba su política exterior. Cuando Irak invadió Kuwait en 1990 y amenazó con atacar a Arabia Saudita, Mubarak rápidamente envió tropas para defender el reino. Estaba dispuesto a apoyar a los saudíes y sus aliados del Golfo Pérsico, que le proporcionaron un flujo constante de la ayuda y salida para la mano de obra excedentaria egipcia.
A pesar de que la oposición de Mubarak a la invasión iraquí de Kuwait en 1991 lo puso en línea con la política de EE.UU., no estaba dispuesto a respaldar otras campañas estadounidenses contra líderes árabes. Cuando el asesor suplente de seguridad nacional del presidente Ronald Reagan, John Poindexter, pidió a Mubarak que participara en un ataque conjunto de Estados Unidos y Egipto contra Libia en 1985, el presidente egipcio regañó a su visitante diciendo: “Mire, Almirante, cuando decidamos atacar a Libia será por decisión nuestra y según nuestros tiempos”.
Mubarak de nuevo se negó a aceptar los planes de EE.UU. de aislar a Libia en la década de 1990 por su participación en la explosión del vuelo Pan Am 103 sobre Lockerbie, Escocia. En lugar de aislar a Muammar el-Gadafi, Mubarak lo recibió en El Cairo. Después de que las Naciones Unidas impusieran una prohibición de vuelos internacionales contra Libia en 1992, sus pasos terrestres con Egipto resultaron cruciales para la economía libia (y posiblemente para la supervivencia política de Gaddafi). Libia resistió las sanciones, en parte gracias a la importación de alimentos y los suministros para la infraestructura petrolera a través de Egipto, y mediante la exportación de petróleo y acero con la ayuda de Mubarak.
De hecho, la política de Mubarak sobre Libia se debió en gran parte a preocupaciones económicas y de seguridad, y rara vez se tomó en consideración los intereses de EE.UU.. Más de un millón de egipcios trabajaban en Libia, que era también un importante mercado de exportaciones. Y Gadafi estaba ansioso por ayudar a someter las amenazas islamistas Mubarak al régimen egipcio. A diferencia de la vecina Sudán, que albergaba a radicales egipcios, como el líder de Al-Qaeda, Ayman al-Zawahiri, que estaban empeñados en desestabilizar el país, Libia los entregó a Mubarak.
Mientras Gadafi entregaba terroristas a Mubarak, el presidente egipcio declinó las peticiones estadounidenses de hacer lo mismo. Después de los palestinos secuestraran en 1985 el buque italiano Achille Lauro, mataran a un estadounidense y atracaran en Egipto, EE.UU. pidió a Mubarak su extradición. Pero Mubarak se negó, diciendo que el secretario de Estado George Shultz estaba “loco” si creía que Egipto traicionaría la causa palestina.
Los nuevos líderes de Egipto han heredado el dilema de Mubarak: cómo llevar a la práctica la aspiración del país de liderar el mundo árabe sin enojar a sus benefactores saudíes. Por esta razón, el acercamiento entre Egipto e Irán dará más oportunidades para tomar fotos que resultados tangibles. Estando en bandos opuestos del cisma religioso y las divisiones étnicas, una relación bilateral estrecha parece poco probable, incluso en las mejores circunstancias. Y, puesto que Egipto tiene necesidad de una masiva ayuda financiera para compensar las pérdidas económicas causadas por la revolución de febrero, sus líderes no pueden permitirse un distanciamiento de los saudíes, que consideran a Irán, no Israel, como la amenaza más grave a la estabilidad regional.
Egipto está entrando en una nueva era. Pero la agitación política radical que esperaban los analistas resultará ser poco más que pequeños temblores. Los intereses de Arabia Saudita seguirán pesando sobre la política exterior egipcia. Y eso, sobre todo, significa preservar el status quo.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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