Por Josep Borrell, presidente del Instituto Universitario Europeo de Florencia (EL PERIÓDICO, 14/06/11):
La moneda y la frontera definen la soberanía .La frontera delimita el espacio de una comunidad política y el valor de su moneda refleja su fuerza. Por eso la creacion del euro y la supresión practica de las fronteras mediante el acuerdo de Schengen han sido parte tan importante de la integración europea ,por la cual estados soberanos comparten soberanía a través de instituciones comunes.
Para muchos europeos, las ventajas de la integración se hacen evidentes cuando viajan. Pasar un frontera ya no exige cambiar de moneda ni enseñar el pasaporte. Pero compartir una moneda exige coordinar las políticas económicas y suprimir las fronteras internas implica que las exteriores se convierten en fronteras comunes. Y ahora esos dos elementos simbólicos de la unificación están amenazados: la crisis de la deuda pública amenaza la estabilidad del euro y las tensiones migratorias han cuestionado los acuerdos de Schengen.
Esos acontecimientos han demostrado la extrema fragilidad del proceso de comunitarizar la moneda y suprimir las fronteras. Ha bastado que un pequeño país, Grecia, que representa menos del 3 % del PIB de la zona euro, tuviese problemas de equilibrio presupuestario para que la zona euro haya llegado a una situación crítica. Ha bastado que lleguen 25.000 emigrantes tunecinos a la primera línea de costa europea, que es la pequeña isla italiana de Lampedusa, para que Francia cierre su frontera con Italia y los dos países pidan una urgente revisión del Tratado de Schengen para permitir restablecer controles en las fronteras.
Los europeos hemos saludado la primavera árabe después de haber apoyado a los dictadores del norte de África hasta el ultimo minuto. Y después de que sus pueblos los hubieran expulsado, ante nuestra sorpresa y desconcierto, con la única fuerza de sus manos desnudas, lo único que parece que nos preocupa es la amenaza migratoria creada por el fin del control que esos regímenes ejercían. Habíamos hecho un pacto con el diablo subarrendando con dictadores la contención de la emigración y, en algunos casos, la retención y devolución de los emigrantes ilegales. Pero las democracias árabes emergentes exigirán un mejor acuerdo que incluya más ayuda, un mejor acceso a nuestros mercados y una mejor gestión de la emigración. Es a eso a lo que Europa debería prepararse en vez de tener reacciones populistas para justificar la vuelta a los controles en las fronteras.
Mal que bien, al menos la respuesta a la crisis de la moneda ha representado más Europa. Se han tomado decisiones, aunque haya sido al borde del abismo, que hubiesen sido impensables. Sistemas de ayuda financiera y más coordinación de las políticas económicas y fiscales serán la positiva herencia de la crisis. Pero, ante la crisis migratoria, la reacción ha sido de menos Europa. Y si la solidaridad europea frente a la crisis del euro tardó en llegar, la llegada de algunos miles de emigrantes a Italia provocó un grave enfrentamiento entre franceses e italianos, cada cual haciendo trampas o actuando ilegalmente para quitarse el problema de encima o para evitar tener que colaborar en su solución.
Cuando Italia se encuentra con 25.000 emigrantes acumulados en Lampedusa, pide a los otros estados europeos que contribuyan a hacerse cargo de ellos. Casi todos se niegan argumentando que no es un numero imposible de gestionar para un país de la talla de Italia. Berlusconi responde con una una astucia, les da un permiso temporal de residencia, no para que se queden en Italia, sino para expedirlos al otro lado de los Alpes. Francia responde con controles en la frontera y parando y devolviendo a Italia los trenes. Al final del psicodrama, acuerdo para que la Comisión Europea revise Schengen y permita reimponer controles fronterizos en casos de «excepcional dificultad».
¿Pero estábamos ante un caso de «excepcional dificultad»? Ciertamente no. Berlusconi tuvo que acabar reconociendo que Francia recibe cinco veces más emigrantes magrebís que Italia. En el fondo, unos y otros han estado haciendo el teatro requerido para contentar a sus partidos antiinmigrantes a los que necesitan como aliados o a cuyos electores tienen que cortejar. La Liga Norte, que ha llegado a cuestionar el interés para Italia de seguir en la UE, y el Frente Nacional, que defiende la salida de Schengen y del euro.
Y mientras, la cacofonía europea sigue sembrando la desconfianza sobre la solvencia de Grecia y retrasa una ayuda adicional imprescindible para evitar su quiebra. Al final se la darán porque así lo exige la defensa del euro. Pero los manifestantes de las plazas de Atenas, asfixiados por planes de austeridad que se hacen ya insoportables, y los emigrantes tunecinos y libios que se ahogan en su intento de llegar a Europa son hoy las caras dramáticas de la escasa solidaridad entre los europeos.Tanto una moneda común como una frontera abierta requieren la confianza de que todos cumplirán con las obligaciones comunes. Esto es lo que hoy se hecha dramáticamente en falta en Europa.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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