Por Henry Kamen, historiador británico. Su último libro es Poder y gloria. Los héroes de la España imperial, Espasa, 2010 (EL MUNDO, 09/06/11):
Ya que no tuve el privilegio de ser uno de los 5.000 colaboradores que contribuyeron al Diccionario Biográfico Español (DBE) que acaba de ser publicado por la Real Academia de la Historia (RAH), puedo darme el lujo de comentar con cierta libertad los insólitos acontecimientos que han tenido lugar durante los últimos días. No he visto nada de los volúmenes del Diccionario aparte de los extractos publicados en la web, pero eso no afecta el contenido de mi comentario. Lo primero que hay que subrayar es el valor del director, Gonzalo Anes, que ha llevado a buen término un trabajo que debe haberle representado a él y su equipo mucha ansiedad y duro trabajo.
Hace algunos años dirigí una obra similar pero más modesta, sobre las mil personalidades más importantes de principios de la edad moderna en Europa (obra que aún continúa vendiéndose bien), y puedo asegurar que no es fácil planificar o dirigir semejante empresa. Desde finales del siglo XIX, ha habido muchos diccionarios biográficos de las principales naciones de Europa. Uno de los mejores es el Allgemeine Deutsche Biographie del año 1875. No se puede dejar de mencionar la Gran Enciclopedia Soviética, que consta de 65 volúmenes (c. 1940), un colofón de la historiografía socialista. Tenía una característica única. Como que Stalin iba liquidando a cada uno de los famosos líderes de la revolución comunista, su entrada biográfica también desapareció de las páginas de la Enciclopedia, por lo que hay que remontarse a las ediciones anteriores de la obra para averiguar si alguna vez realmente existieron personas tales como Bujarin, Kamenev y Trotsky. Por mi experiencia de las lecturas de las ediciones de la Enciclopedia siempre he pensado que es un error incluir (como hace el DBE) las entradas de personas vivas en un diccionario biográfico. Siempre es mejor evaluar a una persona cuando él o ella han pasado a otra existencia, y la inclusión de políticos vivos es una práctica que no se encuentra en ningún otro gran diccionario.
Más allá de toda duda -y no lo digo porque sea británico- el mejor ejemplo de una biografía nacional en Europa es el Dictionary of National Biography (DNB) de Gran Bretaña, publicado desde 1885 en adelante. La obra combinaba las más altas cualidades de erudición e imparcialidad y fue seguido en 2004 por una nueva versión, los 60 volúmenes del Oxford DNB. ¿A qué debe la obra su éxito? Sin duda, a su prosa precisa y límpida, su narrativa cuidadosamente documentada y su cumplida imparcialidad.
Ninguno de estos diccionarios sufrió las críticas y la mala fortuna del DBE. ¿Entonces, qué ha salido mal en España? El profesor Julián Casanova escribió en la prensa hace unos días que «los miembros de la Real Academia de la Historia, supuestos guardianes de las esencias de la profesión, ignoran esos principios y acaban poniendo la ideología y sus influencias políticas al servicio de la historia». Estoy de acuerdo con él en que la ideología es la principal culpable. Pero desarrollemos su comentario sobre los miembros de la Real Academia de la Historia como «guardianes de la profesión».
De lo que he leído, hay poca duda de que el primer error, hecho al parecer por el Gobierno de Aznar, fue la creencia de que la historia de España es la reserva especial de un grupo selecto de personas conocido como la RAH, y que sólo ellos tienen los conocimientos especiales necesarios para comprenderla e interpretarla. ¿Quién mejor, entonces, para llevar a cabo una masiva obra de síntesis biográfica de toda la historia de España? Aznar no entendió que muchos de los historiadores de la RAH pertenecen a una época pasada en su forma de pensar. La consecuencia fue que cuando se eligieron los nombres de las biografías, los 36 miembros de la academia tuvieron prioridad a la hora de seleccionar sobre qué figuras históricas querían escribir, basándose en sus preferencias personales. Eso explica perfectamente por qué la entrada biográfica de Franco fue puesta en manos de un conocido admirador del Caudillo.
Una obra que pretende tener una cierta autoridad profesional nunca debió haber sido concebida de tal manera. La historia de España ha sido tan compleja y tan conflictiva, en todos los niveles y no simplemente a nivel sólo del nacionalismo, que al menos los directores de la empresa deberían haber tenido la visión de futuro para dar cabida a posibles problemas. Sin embargo parece que no lo han hecho. Hace varios años, el autor de la entrada biográfica sobre Franco declaró en una entrevista con la prensa sobre un libro mío: «La gran desgracia de España es que tenemos extranjeros para escribir nuestra historia». Eso, sin duda, puede explicar por qué ciertos extranjeros no conectados con la RAH fueron excluidos de la empresa biográfica. Pero no explica por qué muchos historiadores españoles, también no conectados con la RAH, fueron excluidos. La única explicación lógica parece señalar a razones ideológicas.
Eso nos lleva a la cuestión de la ideología. Parece estar fuera de toda duda que la ideología de un tipo específico se ha permitido que predominara en el Diccionario Biográfico Español. La ideología de la historia tradicionalista, de la religión tradicionalista, del chauvinismo imperialista, está claramente presente en las pocas entradas biográficas a las que he tenido acceso. En particular, la prensa ha puesto objeciones a una predisposición ideológica que favorece a un bando en la Guerra Civil. De acuerdo con mi información, un texto sobre un coronel de infantería del lado de Franco dice que participó en ella «consciente del sentido de verdadera cruzada que adquiría nuestra guerra», y que luchó «siempre brillante y heroicamente contra el ejército rojo.» Los textos sobre los comandantes militares en el lado de Franco durante la guerra civil resucitan el uso de términos ideológicos como «rojos» (republicanos), «glorioso alzamiento» (rebelión), «pacificación» (ejecuciones). Estos textos dificultan tomarse en serio el DBE como una obra de historia imparcial. Se puede citar un comentario relevante de uno de los extranjeros que mejor conoce España, Giles Tremlett, autor del magnífico ensayo España ante sus fantasmas, quien observa en su libro que «los españoles no están siempre seguros de si pueden confiar en lo que sus propios escritores tienen que decir sobre ellos».
CADA OBRA publicada tiene errores y deslices y la historia siempre ha invitado a desacuerdo y polémica. Pero a la larga la opinión de los historiadores tiene el derecho a ser oída. Errores de hecho siempre se pueden corregir más tarde, como ha ocurrido en el caso del DNB británico. La peor manera posible para tratar de corregir las debilidades de una obra sería invitar a una intervención de la ideología opuesta. Uno espera sinceramente que el director de la RAH, quien ha dicho que revisará nuevamente los textos, no intentará censurar la ideología de sus contribuyentes pro Franco. Un diputado comunista, que puede estar pensando inconscientemente la forma en que Stalin corrigió «errores» en la Enciclopedia Soviética, ha reclamado que se corrijan los errores en el DBE. La ministra de cultura, Sinde, ha participado en la campaña y ha pedido que las opiniones de los escritores pro Franco en la obra sean reeditadas. ¡Que el cielo ayude a la ciencia de la historia si se da el control a los políticos! La ministra ha pedido incluso que se reduzca el número de entradas masculinas y su lugar lo tomen mujeres. ¡Evidentemente tiene poco conocimiento de la sociedad sólidamente masculina que España ha sido durante más de cinco siglos! Como si esto no fuera suficiente, un senador comunista, Joan Saura, ha pedido un comité inquisitorial del Senado para examinar la entrada del Diccionario escrita sobre Franco. Las palabras y acciones de Sinde y Saura revelan absolutamente que hay sólo una suerte peor para el DBE que ser puesto en manos de la RAH, eso es, ponerlo en manos de los políticos totalitarios que desean controlar la libre expresión de ideas, aunque sean erróneas.
¿Es este el lugar para citar las palabras de Don Quijote? «Auiendo y deuiendo ser los historiadores puntuales, verdaderos y no apassionados nada, y que ni el interes ni el miedo, el rencor ni la aficion, no les hagan torcer del camino de la verdad, cuya madre es la historia, emula del tiempo, deposito de las acciones, testigo de lo passado, exemplo y auiso de lo presente.»
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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