Por Mai Yamani. Su libro más reciente es Cradle of Islam (Project Syndicate, 13/06/11):
La inesperada visibilidad y determinación de las mujeres en las revoluciones que se desarrollan en todo el mundo árabe –en Túnez, Egipto, Libia, Yemen, Bahrain, Siria y otras partes- ayudaron a impulsar lo que se dio a conocer de diferentes maneras como el “despertar árabe” o la “primavera árabe”. Se produjeron cambios importantes en las mentes y en las vidas de las mujeres, lo que las ayudó a romper con los grilletes del pasado, y a exigir su libertad y dignidad.
Desde enero de 2011, imágenes de millones de mujeres manifestando junto a los hombres fueron transmitidas en todo el mundo por periodistas televisivos, publicadas en YouTube y reproducidas en las tapas de los periódicos. Uno podía ver a mujeres de todas las condiciones sociales marchar con la esperanza de un futuro mejor, para ellas y para sus países.
Aparecían de manera prominente –elocuentes y francas, marchando diariamente, portando caricaturas de dictadores y reclamando a gritos un cambio democrático-. Caminaban, iban en autobús, viajaban en carros, hacían llamadas telefónicas y “tweeteaban” con sus compatriotas, motivadas en parte por las demandas sociales, pero, sobre todo, por sus propios derechos.
El contraste entre este espacio dinámico para una protesta abierta y Arabia Saudita no podría ser más marcado. Las mujeres sauditas viven en un sistema petrificado. Los rostros de la familia real están en todas partes; las caras de las mujeres están cubiertas por un velo, ocultas.
En ninguna otra parte del mundo vemos que la modernidad se experimente como semejante problema. En el desierto se erigen rascacielos, pero a las mujeres no se les permite compartir el ascensor con los hombres. Tampoco se las deja caminar por la calle, conducir un auto o salir del país sin el permiso de un guardián varón.
Fatima, una joven de Mecca, me envió un correo electrónico en el ápice de la revolución egipcia: “Olvidémonos de los gritos pidiendo libertad; yo ni siquiera puedo dar a luz sin ser acompaña al hospital por un mihrim (guardián varón)”. Y continuaba: “Y a la mutaw’a (la policía religiosa, conocida oficialmente como el Comité para la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio, y cuyo director tiene rango ministerial) se le otorgó el derecho de humillarnos en público”. Por cierto, la mutaw’a vio cómo sus ya amplios poderes aumentaban aún más gracias a decretos emitidos por el rey Abdullah en marzo, después de ayudar a reprimir las protestas en el reino a principios de ese mes.
Sin embargo, la globalización no conoce límites, ni siquiera los impuestos por los guardianes de la probidad islámica. Las niñas sauditas de nueve años chatean en línea, desoyendo las fatwas emitidas por los clérigos wahabíes que les prohíben acceso a Internet sin la supervisión de un guardián varón. Muchas mujeres en secreto viven pegadas a los canales de televisión satelital, observando a sus pares en las plazas públicas de Egipto o Yemen, más allá de su alcance pero no de su imaginación.
El 21 de mayo, una mujer valiente llamada Manal al Sharif rompió el silencio y la apatía, y se atrevió a desafiar la prohibición de que las mujeres conduzcan un automóvil. Toda la semana siguiente la pasó en una prisión saudita. Pero, a los días de su detención, 500.000 espectadores ya habían visto el video de su excursión en YouTube. Miles de mujeres sauditas, frustradas y humilladas por la prohibición, prometieron montar un “día de manejo” el 17 de junio.
Arabia Saudita es el único país del mundo que les prohíbe a las mujeres conducir autos. El sistema de confinamiento que representa la prohibición no está justificado ni en los textos islámicos, ni en la naturaleza de la sociedad diversa que gobiernan Al Saud y sus socios wahabíes. De hecho, incluso está muy alejada del resto del mundo árabe –lo que se tornó manifiestamente obvio en el contexto del levantamiento social masivo casi en todas partes en la región.
La segregación impuesta se refleja en cada aspecto de la vida saudita. La educación religiosa constituye hasta el 50% del plan de estudios de los estudiantes. Como resultado, el dogma wahabí penetra en todos los hogares del país. Los libros de texto –rosas para las niñas, azules para los varones, cada uno con diferentes contenidos- destacan las reglas prescriptas por el Imán Muhammad bin Abdul Wahhab, un clérigo del siglo XVIII y fundador del wahabismo.
El sistema judicial saudita es uno de los obstáculos más importantes para las aspiraciones de las mujeres, ya que se basa en interpretaciones islámicas que protegen un sistema patriarcal defensivo. En realidad, no sólo las decisiones de los jueces respaldan el sistema, sino también lo contrario: el patriarcado se ha vuelto la fuerza impulsora de la ley.
En consecuencia, las mujeres sauditas tienen prohibido acceder a la profesión legal sobre la base de una constricción wahabí que determina que “una mujer carece de mente y religión”. En otras palabras, el régimen de derecho en Arabia Saudita es el régimen de la misoginia –la absoluta exclusión legal de las mujeres de la esfera pública.
Los gobernantes sauditas anunciaron que las manifestaciones son haram –un pecado castigable con la cárcel y los azotes-. Ahora algunos clérigos pronunciaron que el hecho de que las mujeres conduzcan un automóvil es un haram de inspiración externa, castigable de la misma manera. Sin embargo, a pesar de esas amenazas, miles de mujeres sauditas se sumaron a “Todas somos Manal al Sharif” en Facebook, y aparecieron infinidad de otros videos de mujeres al volante en YouTube desde su arresto.
Al igual que Manal, ellas también fueron detenidas y el gobierno parece decidido a procesarlas. Pero Wajeha al Huwaider, Bahia al Mansour, Rasha al Maliki y muchas otras activistas siguen insistiendo en que conducir un automóvil es su derecho legítimo, y exigen de manera elocuente que se levanten las restricciones y se ponga fin a la dependencia de las mujeres.
La valentía revolucionaria de Rosa Parks al negarse a moverse a la parte de atrás de un ómnibus municipal de Montgomery, Alabama, en 1955 ayudó a que se encendiera el movimiento por los derechos humanos en Estados Unidos. Pronto descubriremos que la manera en que Manal al Sharif desafía el confinamiento sistémico de las mujeres por parte del régimen saudita produce un efecto similar.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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