Por Gustavo Duch, coordinador de la revista Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas (EL PERIÓDICO, 13/06/11):
Hace unos meses hubo también en Alemania una crisis alimentaria por la aparición de dioxinas en algunas granjas. ¿Recuerdan? La explicación se dirigió hacia la alimentación del ganado: piensos contaminados seguramente por la utilización de residuos procedentes de la elaboración de agrocombustibles. Los sobrantes después del procesamiento del maíz o la soja para elaborar etanol son, desde un punto de vista nutritivo, semejantes a las harinas de dichos cereales. Conocido como granos húmedos de destilería, este subproducto se utiliza como un ingrediente barato del pienso que se destina a la alimentación de la ganadería industrial.
Pues bien, repasando información al respecto, en primer lugar en el documental Food, Inc. (2008) se puede ver cómo un investigador veterinario, con las manos dentro del rumen de una vaca, explica que una alimentación excesiva de las vacas con granos en lugar de pasto o forrajes, como harían en su estado natural, es un factor que favorece la presencia de cepas de la bacteria E. coli en los estómagos de esos animales, y por lo tanto en sus excrementos. Ya saben, la E. coli de la epidemia de Alemania, que acusó precipitadamente a los pepinos andaluces y que ahora señala a brotes de soja, aunque por el momento no puede confirmarlo.
Con más concreción, en segundo lugar averiguamos que desde el 2007 científicos del Servicio de Investigación Agrícola de EEUU han estudiado qué les ocurre a los animales alimentados con los granos húmedos que los coches y la industria desechan. En su centro Roman L. Hruska de Investigación de Animales para Carne, en Clay Center, Nebraska, han determinado con 608 vacunos que los animales alimentados con estos subproductos mostraron niveles significativamente más altos en sus excrementos de E. coli O157:H7. Es decir, niveles más altos de una de las variantes graves de E. coli, perteneciente a la misma familia que la detectada en Alemania.
Cuando las vacas industriales que malviven encima de sus excrementos llegan a los mataderos con las patas y los cueros sucios, el salto de la bacteria a la carne es viable. Y ya tenemos carne picada con posibilidades de estar contaminada, como ocurrió en 1982 en EEUU. Desde entonces se estima que cada año hay en ese país 73.000 casos de infección y 61 muertes por esta variante de la bacteria E. coli.
Aunque también se han dado casos de contaminación de esta bacteria en botellas de zumo de manzana, en el agua, en espinacas -y queda aún abierta la hipótesis de la contaminación de vegetales en alguna fase de su larguísima cadena alimentaria-, e incluso teniendo en cuenta que esta infección deriva de una nueva cepa, hay preguntas clave que deben obtener respuesta. ¿Necesitamos correr estos riesgos? ¿Todos los alimentos han de tener pasaporte para recorrer el mundo? ¿Hay alternativas a la ganadería industrial y al consumo excesivo de carne? ¿Es buena idea esa de los agrocombustibles? Ya sabemos que la dedicación de muchas tierras sustituyendo comestibles por combustibles es uno de los elementos clave que, junto con la especulación financiera con los cereales, explica la subida de precio de la materia prima alimenticia que tanta hambruna provoca. ¿No parece todo un despropósito? Un modelo agroganadero que provoca hambre en los países empobrecidos del sur y sustos epidémicos en los países industrializados (dioxinas, gripe A, vacas locas…).
Así que, ya metido a investigador de hipótesis, me aventuro a lanzar varias recomendaciones a quien corresponda:
- Revisen, las autoridades higiénico-sanitarias correspondientes, el factor hamburguesa. Es decir, investiguen las granjas industriales y los acuíferos cercanos, para localizar el foco del contagio. Por si acaso.
- Revisen, las autoridades agroalimentarias correspondientes, este modelo de ganadería industrial que nos asusta día sí y día también y que tiene el único propósito de producir seudoalimentos aparentemente baratos. Por favor.
- Revisen, las autoridades políticas correspondientes, este modelo de alimentación global que guarda los mejores manjares para los coches y en el que lo que come nuestro ganado -y por tanto también los seres humanos- son los residuos. Por decencia.
- Revisen también un modelo que dedica el 50% de las tierras fértiles de Argentina a producir soja, o el 30% de las de EEUU a producir maíz, siempre en detrimento de la alimentación humana y de los campesinos que en esas tierras cosechaban su bienestar. Hoy desplazados a las periferias pobres de las urbes, sus parcos ingresos solo les permiten comer en el McDonald’s de turno… hamburguesas baratas. Por justicia.
Para acabar, dos proverbios. Uno de mi amiga Marta: «La mejor garantía de seguridad alimentaria son las políticas a favor de la soberanía alimentaria». ¿Y qué es la soberanía alimentaria? Lo explica el segundo proverbio, un dicho africano que me he permitido modificar ligeramente: «Mucha gente pequeña, en muchos lugares pequeños, cultivará pequeños huertos… que alimentarán al mundo».
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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