Por Enrique Barón Crespo, ex presidente del Parlamento Europeo (EL MUNDO, 08/06/11):
Jano, el dios romano bifronte, representa cada vez más la gobernanza europea. No sólo por ser inventor del dinero, las leyes y la agricultura, sus tres grandes temas, sino por mostrar la dualidad de su ejecutivo entre la tradicional Comisión y el ascendente Consejo Europeo. La tensión permanente entre método comunitario e intergubernamental se está inclinando claramente hacia el dominio de éste.
Con el Tratado de Lisboa se han intensificado las reuniones del Consejo Europeo y su papel como órgano decisorio. De un ritmo de 3 o 4 reuniones anuales, se ha pasado a 7 en 2011 (entre sesiones formales, informales y cumbres de la Eurozona) y un ritmo más que mensual este año. Su fruto no es sólo un cambio de impresiones, sino decisiones importantes desde el terreno económico y monetario como el Fondo de Estabilidad a la política exterior, véase Libia. ¿Es ya el Gobierno europeo?
Sin duda, la existencia del Presidente del Consejo Europeo con plena dedicación es un paso decisivo. El discreto Van Rompuy no lo ocultó al asumir el cargo, al afirmar que no entendía su papel ni como Presidente ni sólo como moderador.
Tras recordar que para los padres fundadores, como Monnet y Adenauer, la existencia de un Consejo formado por gobernantes era «anatema», por oler a las luchas de intereses nacionales sin objetivos comunes de la preguerra, explicó las razones de su creación. La primera fue la decisión de De Gaulle de ampliar competencias a la política exterior y defensa, la segunda el bloqueo de la Comunidad por la incapacidad de los ministros de tomar medidas ante la crisis de los 70. La solución de Giscard y Schmidt fue crear el Consejo Europeo como encuentro informal de reflexión.
Ahora, el Consejo Europeo se ha transformado en institución comunitaria decisoria. «Un compromiso legalmente extraño» en palabras de Van Rompuy entre los Estados miembros que querían un poder ejecutivo más fuerte y los defensores de la Comisión, superadora de la vieja distinción entre lo intergubernamental y lo supranacional. Opinión que contrasta con la de su predecesor como primer ministro de Bélgica, Guy Verhofstadt, para el que «de club privado y discreto, el Consejo Europeo se ha convertido en el sindicato oficial de los jefes de Estado y Gobierno, con su presidente permanente que no cesa de invadir las competencias de la Comisión, sin ningún control democrático del Parlamento Europeo». No se trata de un debate entre flamencos, los belgas pueden tener sus problemas en casa pero en política europea se mueven con la misma soltura que su paisano Carlos V.
El hecho principal que ha transformado la dinámica del Consejo es el cambio de Alemania, tradicional defensora y beneficiaria del método comunitario, por la canciller Merkel con su «Método de la Unión» como alternativo. En Francia, desde el contraste de concepciones entre Monnet y De Gaulle hay inclinación por la Europa de las Naciones, que es la visión de Sarkozy. El ejemplo del Pacto de competitividad con escritura francesa pero a dictado alemán es sintomático de este cambio.
Llegar a un acuerdo sobre la necesidad de gobernanza económica es un paso adelante pendiente desde el Tratado de Maastricht, consecuencia de la moneda única y la ciudadanía común. El problema es que el Pacto parte de un método intergubernamental que ha mostrado ser ineficaz por falta de disciplina común y gestión imparcial. Ya se demostró en la crisis de 2003 cuando tras la advertencia de la Comisión a Portugal, Francia y Alemania cambiaron las reglas para no ser sancionados. Si se deja la gobernanza en manos del Consejo regirá la unanimidad, lo cual da un extraordinario poder al que veta como se plantea ahora en Finlandia. Siempre habrá jurisprudencia para valorar su contenido y aplicar sanciones. Resulta un tanto surrealista que en el Pacto, Francia defienda aumentar la edad de jubilación a 67 años o que Alemania proponga cambiar los sistemas de negociación salarial sin tener un salario mínimo garantizado.
Mientras tanto, las medidas de control de los fondos de riesgo o el paquete de Unión Económica que se encargaron a la Comisión con codecisión parlamentaria han avanzado. En esa lógica, tiene sentido, como han hecho Delors, Prodi y Verhofstadt pedir un proyecto de ley comunitaria sobre convergencia y gobernanza económica que permita acompasar y coordinar las diversas economías (pensiones, impuesto de sociedades) y los proyectos europeos en I+D, e infraestructuras de transporte, telecomunicaciones y energía.
Con ese instrumento, propio del método comunitario, se podría empezar a trabajar seriamente en las nuevas perspectivas financieras y la estrategia 2020 con participación activa de los Parlamentos nacionales y los interlocutores sociales. También mejorar la calidad democrática de la UE, condición esencial para un buen final que es lo que los romanos pedían al dios Jano.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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