Por Xavier Sala i Martín, Columbia University, UPF I Fundació Umbele (LA VANGUARDIA, 17/06/11):
Estados Unidos. 1866. Herman Hollerith, un profesor de estadística contratado por la oficina del censo, viaja en tren. El taquillero le da un billete de cartulina donde están escritas las palabras: hombre, mujer, blanco, negro, niño, joven, adulto, anciano y una serie de números que indican la estatura. El revisor utiliza una maquinita para agujerear las casillas de hombre, blanco, adulto, de 6 pies. La compañía del ferrocarril hace eso para identificar a los viajeros y evitar que se cuelen compartiendo el billete. Y en aquel momento Hollerith tiene una idea: se podría hacer una ficha parecida para marcar las características censales de cada ciudadano estadounidense. Los agujeritos podrían ser luego leídos por una lectora óptica para almacenar y gestionar la información rápidamente. El censo de 1890 se realiza con esa nueva tecnología. Tras abandonar el gobierno, Hollerith crea una empresa para rentabilizar su invento. Es el 16 de junio de 1911. Así nace, ayer hizo exactamente 100 años, IBM.
El centenario de IBM es peculiar porque cuando hay innovación las empresas tienen una vida muy corta. Miren, si no, lo que ha pasado en la telefonía móvil durante los últimos años. Después de dominar el mercado en sus inicios, Motorola cedió su liderazgo a Nokia y sus carcasas de colorines. Hace muy pocos años todos ustedes hubieran apostado por Nokia, pero surgió Blackberry y su eficiente tecnología de distribución de e-mails y en pocos tiempo pasó a liderar el mercado. En la actualidad, Blackberry no parece haberse adaptado a los smartphones, y Apple y Google (con su Android) le han tomado la delantera. En un mundo tan cambiante, es difícil prever quién será el líder dentro de sólo cinco años y cuál de estas empresas dejará de existir. ¡Por eso la supervivencia de IBM durante un siglo es tan interesante!
La pregunta es: ¿cómo lo ha conseguido? Pues la verdad es que no ha sido fácil porque ha tenido que reinventarse cada vez que las plataformas informáticas han cambiado. La clave, sin embargo, ha sido que IBM ha sabido mantenerse fiel a su ADN a pesar de los cambios. Y, contrariamente a lo que su propio nombre puede indicar –IBM significa International Business Machines (máquinas de negocios internacionales)-,el ADN de IBM no es la producción de máquinas de oficina, sino el almacenamiento y gestión inteligente de los datos de sus clientes.
Tras varias décadas de utilizar las cartulinas agujereadas, a mediados de los años cuarenta llegaron las cintas magnéticas y, con ellas, los ordenadores electrónicos y la era moderna. IBM se adaptó invirtiendo 5.000 millones de la época para desarrollar los famosos mainframes, aquellos enormes ordenadores centrales que se convirtieron en la plataforma dominante a mediados de los sesenta. Fue la época dorada de IBM.
Después llegó la revolución de los microordenadores y los ordenadores personales. La batalla entre Bill Gates (Microsoft) y Steve Jobs (Apple) dejó a IBM en un segundo plano, obsoleta y en peligro de extinción. IBM intentó adaptarse produciendo PC (¿recuerdan los Thinkpads?) pero fracasó. Los gerentes habían olvidado que el ADN de IBM no es la producción de máquinas de oficina, sino el almacenamiento y gestión inteligente de los datos de sus clientes. Al entrar en el mercado de los portátiles IBM había abandonado su verdadero ser y sus pérdidas anuales se contaban por miles de millones de dólares. IBM estuvo al borde de la muerte.
Lou Gerstner llegó a la dirección de la empresa y no tardó en ver que cuando uno no actúa de acuerdo con su ADN, toma decisiones equivocadas. Inmediatamente vendió el departamento de ordenadores personales e impresoras a Lenovo y se concentró en la gestión de datos. De hecho, Gerstner visionó algo que entonces parecía imposible: llegará un día en que los PC también pasarán a la historia y en lugar de ordenadores las familias y las empresas tendrán terminales para acceder a sus datos, que estarán almacenados en algún lugar desconocido. Hoy ha llegado ese momento y el lugar desconocido se llama “la nube”. Mucho antes de que Sergei Brynn y Larry Page crearan Google, pues, IBM había renacido como una empresa de servicios de gestión de datos. En la actualidad IBM ayuda a sus clientes a analizar los gustos de sus usuarios, las horas de utilización de sus productos, los costes de distribución y una infinidad de aspectos que ellos serían incapaces de descubrir por sí mismos. Todo ello sirve para mejorar la gestión de empresas, hospitales, universidades, centros de investigación o ciudades. Sí, sí. ¡Ciudades! IBM ha creado el concepto de smart cities, una serie de programas que ayudan a las ciudades a regular el tráfico, a distribuir el agua o la electricidad de la manera más eficiente y medioambientalmente responsable posible. La última reinvención ha tenido su premio y IBM vuelve a tener beneficios y a estar entre los líderes de empresas tecnológicas.
La historia de IBM tiene dos moralejas interesantes. La primera es que cuando el entorno cambia, sólo los que saben adaptarse sobreviven. La segunda es que, para adaptarse correctamente es imprescindible conocer el propio ADN y tomar las grandes decisiones de acuerdo con él. En los años ochenta, IBM intentó ser algo que no era y eso le llevó al borde de la quiebra. Afortunadamente, reaccionó a tiempo, se miró al espejo y redescubrió sus viejas raíces en un nuevo hábitat. Y con ello le llegó de nuevo el éxito. Entender quién eres y actuar en consecuencia. Esa es la verdadera lección de IBM… y su ADN.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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