Por Carlos Echeverría Jesús, profesor contratado doctor en Relaciones Internacionales de la UNED (REAL INSTITUTO ELCANO, 03/06/11):
Tema: El régimen sirio ha recurrido a las Fuerzas Armadas y de Seguridad para prevenir, contener y reprimir las revueltas pacíficas que, a pesar de la violencia empleada, se han ido extendiendo en número, geografía y reivindicaciones por toda Siria desde marzo de 2011.
Resumen: El 18 de marzo se iniciaban las revueltas en Siria, un mes después de la salida del poder de Hosni Mubarak en Egipto y dos meses después de la huída de Zine El Abidine Ben Alí de Túnez. El presidente sirio, Bashar El Assad, ha puesto de manifiesto su voluntad de aferrarse al poder frente a quienes exigen su marcha, utilizando para ello su poderoso aparato de seguridad interior reforzado a partir de abril con el uso ya bien visible de sus Fuerzas Armadas. El empleo de las Fuerzas de Seguridad y Defensa ha sido una constante del régimen en el pasado y ante el reto de un contagio de la “primavera árabe”, el presidente Bashar no ha dudado en volver a usar la fuerza. Paradójicamente, el empleo de la violencia ante manifestaciones generalmente pacíficas se ha convertido en un problema para el futuro del propio régimen y de las Fuerzas Armadas y de Seguridad una vez que la represión ha generalizado las protestas en la sociedad siria y conducido a su aislamiento regional e internacional. Este ARI describe la tradición del uso de la fuerza en el régimen sirio, las Fuerzas Armadas y de Seguridad empleadas en la represión y los principales responsables de sus acciones.
Análisis: Desde que en 1970 llegara al poder por un golpe de Estado el partido Baas (Renacimiento Socialista), las Fuerzas Armadas han constituido, junto con las poderosas Fuerzas de Seguridad, el instrumento en el que más han confiado los Assad para controlar el régimen que han impuesto en Siria. Para ello han colocado a miembros de la familia en la cúpula militar y entre los mandos de las unidades más importantes, quedando el resto de los puestos de responsabilidad en manos de la minoría alauí, la minoría chií a la que pertenecen los Assad y que representa sólo el 10% de la población. El control familiar o religioso de las Fuerzas Armadas y de las de Seguridad ha sido fundamental para explicar la duración del régimen sirio y su empleo actual para prolongarlo contra una creciente oleada de manifestaciones y protestas en las calles y plazas sirias.
Una vez desaparecido el partido Baas del poder en el vecino Irak, y con la Libia del coronel Muammar El Gaddafi en crisis por la combinación de revueltas e intervención de la OTAN, el régimen sirio es, junto con el iraní, el único régimen musulmán que aún perdura con una impronta revolucionaria. Ambos controlan y emplean las Fuerzas Armadas y de Seguridad en provecho de sus culturas revolucionarias, aunque el régimen sirio es todavía más refractario a los cambios políticos que el de los ayatolás, donde al menos la diversidad de candidatos en las elecciones – aunque todos pertenecen al aparato religioso-político dominante– simula una apariencia de democracia. A pesar de las semejanzas, el régimen tunecino ha sabido evitar el aislamiento, colaborando con terceros países en la lucha contra el terrorismo yihadista en la segunda mitad de la pasada década y explotando su papel de mediador regional entre palestinos e israelíes y entre suníes y chiíes. Ese papel le ha permitido a Damasco contar con el cortejo del mundo occidental, desde EEUU hasta la UE. También ha sabido explotar una tímida apertura. Por un lado, el jefe de Estado actual, Baschar El Assad, anunció algunas medidas tras suceder a su padre en junio de 2000 gracias a las cuales consiguió firmar un Acuerdo de Asociación en el marco del Proceso de Barcelona, aunque el hecho de que fuera el último en firmarse mostraba ya las dificultades de la relación. Por otro, Siria ha contado con una clase comercial y de negocios dinámica que ha llevado a dudar a los analistas a la hora de calificar a este régimen entre autoritario o totalitario, aunque la apertura económica ha estado vinculada a la corrupción económica de los dirigentes.
En clave regional, Siria ha chocado con Israel tanto en las guerras convencionales libradas hasta la fecha –1948, 1956, 1967 y 1973– como en los enfrentamientos producidos en Líbano, en el resbaladizo escenario allí creado desde la década de los años 70 o, recientemente, en el ataque quirúrgico realizado por la Fuerza Aérea israelí cuando en septiembre de 2007 destruyó las instalaciones de Daiz Alzour destinadas al programa nuclear militar cuidadosamente ocultado por el régimen de Bashar El Assad. La iniciativa de proliferación siria había pasado desapercibida en un contexto marcado por la guerra de Irak y por el desmantelamiento libio de sus programas de armas de destrucción masiva, incluyendo el nuclear, pero no se debe minusvalorar en un contexto estratégico de alta tensión convencional (Siria continúa desplegando sus tropas en torno al territorio ocupado por Israel desde 1967) y nuclear (Siria se resiste a que los inspectores de la Agencia Internacional de la Energía Atómica visiten todas sus instalaciones).
El régimen sirio también ha venido prestando asistencia militar a Hezbolá en Líbano dentro de sus ambiciones hegemónicas regionales, en las que Líbano es uno de los jirones desgajados la “Gran Siria” (conocida como sham). Cabe recordar que Siria retiró su contingente militar en abril de 2005, en aplicación de la Resolución 1559 del Consejo de Seguridad, aunque ha seguido manteniendo hasta el presente sobre el terreno a elementos de sus servicios de inteligencia y ha facilitado tanto la llegada de armamento iraní a Hezbolá como la de sistemas de armas propias, destacándose los misiles contracarro Konet y Metis-M, ambos de fabricación rusa. Paralelamente, Siria ha facilitado los intentos de mediación turcos y saudíes y parece dispuesta a llegar a un acuerdo con Israel. Los juegos de influencias en el país de los cedros aumentan su complejidad si se tiene en cuenta el apoyo iraní a Hezbolá, la oposición de Arabia Saudí a una influencia iraní sobre los líderes suníes, en particular sobre los del Movimiento del Futuro que actualmente dirigen el gobierno interino de Beirut.
El régimen no ha dudado en recurrir a la fuerza cuando se ha visto en peligro, para preservar la unidad de un país que constituye un complejo mosaico de pueblos y de creencias y cuya coexistencia hay que controlar con firmeza en un entorno regional enormemente volátil. Lo ha hecho en el pasado, con ocasión de los brotes de islamismo radical suní que fueron aplastados en el pasado por el presidente Hafez El Assad, padre del presidente actual. Para ello ya se empleó a las Fuerzas Armadas en la represión de la revuelta violenta de los Hermanos Musulmanes sirios en la ciudad de Hama, entre el 3 de febrero y el 5 de marzo de 1982. La represión armada causó entonces la muerte de entre 15.000 y 30.000 personas, dentro del mayor secretismo. También lo ha hecho más recientemente para controlar con firmeza todos los brotes de separatismo kurdo y evitar verse atrapada en los problemas ocasionados por las minorías kurdas en Turquía, Irak e Irán, o desde el 18 de marzo de 2011, cuando el gobierno sirio optó por imitar la vía represiva seguida por Irán para hacer frente a las manifestaciones y evitar el contagio tunecino y egipcio.
Sin embargo, esta vez la violencia no ha podido pasar desapercibida en un contexto árabe abierto al mundo de las redes sociales, de Internet y de la televisión por satélite, que ha tomado conciencia de que el régimen sirio reprime violentamente a su pueblo. Aunque el presidente Bashar pueda ocultar la contabilización objetiva de las víctimas –más de 800 víctimas mortales y la detención de más de 8.000 personas en algo más de dos meses de revueltas según fuentes no contrastadas–, ya no puede ocultar los niveles de represión empleados por sus dirigentes y sus Fuerzas Armadas y de Seguridad a su población, a la comunidad árabe y a la internacional.
El aparato militar y de seguridad del régimen
Las Fuerzas Armadas cuentan con 325.000 efectivos (220.000 del Ejército de Tierra, 5.000 de la Marina de Guerra, 40.000 de la Fuerza Aérea y 60.000 de la Defensa Aérea). La cifra de reservistas es también imponente, y lógica para un país que vive en estado de guerra y que entre 1975 y 2005 mantuvo desplegado en Líbano un enorme contingente militar de unos 35.000 hombres, y numerosos efectivos de inteligencia: 314.000 reservistas repartidos entre los 280.000 del Ejército de Tierra, los 4.000 de la Marina de Guerra, los 10.000 de la Fuerza Aérea y los 20.000 de la Defensa Aérea.
Junto a los 8.000 miembros de la Gendarmería, adscrita al Ministerio del Interior, el régimen dispone de los 100.000 efectivos de la Milicia de los Trabajadores, pertenecientes al Partido y, por ello, firmemente fidelizados. De esta última salen, por ejemplo, en las últimas semanas los tristemente célebres shahbiba, milicianos pertenecientes a la minoría alauí y encuadrados en el Baas, que son infiltrados en las manifestaciones para manipularlas y facilitar la represión de las mismas. Históricamente existieron hasta mediados de los 80 las denominadas Brigadas de Defensa, con unos 10.000 miembros mandados por el entonces vicepresidente Rifaat El Assad, hermano del presidente, que pretendía ser con dicho instrumento de poder un contrapeso a los militares y hacerse con la Jefatura del Estado. A raíz de sufrir el presidente un infarto, en junio de 1984, Rifaat trató infructuosamente de hacerse con el poder y hubo de exiliarse, afincándose en Londres tras vivir a caballo entre Francia y España y volver sólo ocasionalmente a Siria. Hoy en día, Rifaat cuenta con 75 años de edad y, aunque su deseo es ver el derrocamiento del régimen, no se le conocen ni posibilidades ni intenciones serias de optar a la Jefatura del Estado. El presidente Hafed El Assad apostó entonces por su hijo Basel, militar y paracaidista, para la sucesión y contó para ello con el apoyo de la cúpula militar. Sin embargo, al fallecer Basel en un accidente de tráfico en 1994, optó por otro de sus hijos, Bashar, entonces afincado en Londres. Para asegurarse el reconocimiento de los mandos militares, Bashar, que se había formado como oftalmólogo en el Hospital Militar de Tishrin en Damasco y que se había marchado al londinense Western Eye Hospital para ampliar estudios, fue llamado por su padre para ingresar en 1994 en la Academia Militar de Homs, de donde salió en 1999 como coronel, y en junio de 2000 ocupó la Presidencia.
A diferencia de las Fuerzas Armadas egipcias y tunecinas, o incluso de las yemeníes, con las que algunos países occidentales han venido colaborando en los últimos años en materia de lucha contra el terrorismo yihadista salafista, las sirias no tienen una tradición de relaciones internacionales más allá de sus lazos con los antiguos países del este y, en particular, con Rusia. Por tanto, ni Occidente ni la comunidad internacional en su conjunto cuentan con interlocutores válidos dentro de las Fuerzas Armadas y de Seguridad para tratar de influir sobre la situación sobre el terreno. Ello establece una diferencia añadida importante con respecto a los casos de Túnez y de Egipto y ayuda a explicar por qué no se han producido en Siria las deserciones que sí se han dado en los casos de Libia y de Yemen. Los militares y policías sirios no han participado habitualmente en las misiones internacionales de paz y seguridad –otra diferencia importante respecto a sus homólogos tunecinos y egipcios– y su intervención en Líbano a partir del inicio de la guerra civil en 1975 fue como fuerza de ocupación, aunque formalmente perteneciera a un contingente de la Liga Árabe. Aparte de sus relaciones fluidas con los militares iraníes –Siria fue el único país árabe que apoyó a Irán en la Primera Guerra del Golfo contra Irak entre 1980 y 1988– o con los argelinos, sus relaciones militares se reducen a los mantenidos con la Unión Soviética en el pasado y con Rusia, Bielorrusia y otros del antiguo bloque oriental, por lo que sus responsables militares y de seguridad son unos grandes desconocidos para las Fuerzas Armadas y de Seguridad del resto del mundo.
En el círculo más íntimo de Bashar El Assad destacan su hermano pequeño, el general Maher El Assad, a quien en diciembre de 2009 algunos medios dieron erróneamente como muerto por enfermedad en Beirut y que dirige la Guardia Republicana (las antiguas Brigadas de Defensa que creara su tío Rifaat), que ha sido especialmente activa en la represión de las revueltas. Algunas fuentes cifran sus efectivos en unos 70.000 miembros fieles al líder y a su círculo familiar, bien instruidos y dotados de moderno material. Maher entró el 25 de abril de 2011 en Deraa al frente de la 4ª División Acorazada para evitar, se decía, “la creación de un emirato islámico”. Formadas en gran medida por tropas y mandos alauíes, estas fuerzas han permanecido en Deraa desde entonces y han utilizado fuego de ametralladoras pesadas para disolver las manifestaciones. A partir del 2 de mayo, y para reforzar a la 4ª División Acorazada, han intervenido también en las acciones contra esta ciudad helicópteros de combate, y estos y la artillería se habrían cebado entre otros objetivos con la emblemática mezquita El Omari. El general Maher encabeza los listados de sanciones de EEUU y de la UE como máximo responsable de la represión.
La segunda persona más importante en el blindaje del círculo de poder supremo sirio es el general Assef Shawkat. El general Shawkat ya participó en la represión de la revuelta islamista de Hama, en 1982, y en su meteórica carrera en la inteligencia militar, tanto en Líbano como en Siria, ha contado siempre con la confianza presidencial de Hafez y de Bashar. Esto se debe a que siempre se ha mantenido fiel al presidente Hafez El Assad, incluso mientras fue miembro de las Brigadas de Defensa de Rifaat, cuando éste último pretendía desplazarle del poder. El presidente Hafez El Assad no sólo le premió introduciéndole en la elite del poder, sino que también le permitió casarse con su hermana, Bushra, y entrar en el clan familiar de los Assad. Su figura se visto envuelta en controversias debido a su implicación inicial, junto al general Maher, entre los potenciales instigadores de la muerte del primer ministro libanés Rafik Hariri, en 2005, a su nombramiento como jefe de los Servicios de Inteligencia ese año y a su nombramiento en 2010 como teniente general y posible ministro de Defensa. Se le ha incluido entre los sancionados, pero en segunda ronda, lo que reduce su papel en la represión al menos con la información disponible.
Otro mando importante es el teniente general Mohammed Nasif Kheirbek, miembro de la mismo tribu alauí kalibaya que el presidente Bashar y con lazos familiares comunes. Dirigió la Dirección General de Seguridad desde 1999 y es vicepresidente para Asuntos de Seguridad desde 2006. A pesar de su avanzada edad se le ha considerado como el enlace iraní en Damasco y un hombre clave en el sistema de seguridad de los Assad (el presidente Sarkozy acudió a él para que liberara a la súbdita francesa Clotilde Reiss, acusada de espionaje y liberada gracias a su intervención). Se le ha incluido en el segundo listado de sancionados por la UE y ya lo estuvo por EEUU, aunque su exclusión de las primeras listas parece alejarle de los puestos de máxima responsabilidad.
Al frente de la Dirección General de Seguridad (DGS), el órgano encargado de la represión interna figura Ali Mamluk. Procedente de la inteligencia militar se ha caracterizado hacia fuera por favorecer la cooperación antiterrorista siria con EEUU y hacia adentro por liderar la corrupción institucional. El general Hafez Makhlouf, primo del presidente, depende del anterior y está al frente de la DGS en Damasco. Primo de Bashar y hermano de Rami Makhlouf –otro de los sancionados internacionalmente por su relación con la corrupción del régimen–, sobrevivió al accidente de coche de Basel Al Assad y se encarga de controlar los servicios de inteligencia. Se le ha incluido desde el principio entre el grupo de responsables de la represión interna en Siria.
Fuera de los círculos puramente familiares, pero íntimamente ligados al poder y de la máxima confianza de este, destacan el jefe de Estado Mayor de la Defensa y el ministro de Defensa, Hassan Alí Turkmani y Alí Habib Mahmud, respectivamente. Ambos han hecho sus carreras en las Fuerzas Armadas, combatieron a Israel, han trabajado en inteligencia y se han ido sucediendo en los cargos contando con la confianza del círculo familiar de los Assad. El general Tukmani perteneció al comité central del partido Baas y ha sido jefe de Estado Mayor de la Defensa entre 2002 y 2004 y ministro de Defensa entre noviembre de 2004 y junio de 2009, destacando por sus intentos de modernizar el aparato militar sirio mediante adquisiciones a Rusia, a Bielorrusia y a otros socios tradicionales. Sin embargo, ha chocado con las limitaciones presupuestarias que han impedido a Siria renovar, entre otros equipos, el parque de carros y de aviones de combate y hacerse con los sistemas antiaéreos avanzados rusos S-300. Por su parte, el teniente general Alí Habib Mahmud sucedió a Turkmani como ministro de Defensa el 3 de junio de 2009, y tiene una dilatada carrera militar en la que combatió a Israel en Líbano en 1982 en el Valle de la Bekaa, mandó el contingente sirio que combatió a los iraquíes en la II Guerra del Golfo en 1991 y estuvo al frente de las Fuerzas Especiales desde 1994 hasta 2002, año en que fue designado adjunto al jefe de Estado Mayor de la Defensa, siendo jefe de Estado Mayor de la Defensa entre 2004 y 2009. Como ministro de Defensa y responsable de la represión armada, se le ha incluido desde el principio en los listados de sanciones, mientras que Tukmani no aparece en ellos.
También se le ha incluido, aunque en segunda instancia, al director de la Oficina de Seguridad Nacional del Partido Baas. Antiguo director de la DGS entre 2001 y 2005, se le considera ligado a las actividades encubiertas sirias en Líbano y fue el responsable de la primera represión violenta de las manifestaciones en Deraa, que generalizó su expansión por toda Siria. Sin embargo, no se incluyó al presidente Bashar desde el primer momento. Ya sea para introducir una separación entre los responsables directos y el responsable político o por otra razón no esclarecida hasta el momento, el presidente Bashar ha gozado de un margen de confianza amplio de la comunidad internacional que le ha visto prometer reformas que nunca ha emprendido, dictar órdenes de no disparar contra la población que no ha garantizado y que se ha limitado a excusarse con alusiones vagas a errores y a la falta de formación de las fuerzas de seguridad. Su inclusión, aunque sea a última hora, le hace responsable objetivo de las sanciones y, si se confirman las estimaciones sobre víctimas, candidato a acusaciones de crímenes de lesa humanidad por la Corte Penal Internacional si finalmente se deciden a solicitarlo los miembros del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Las repercusiones de las revueltas sirias en sus Fuerzas Armadas y de Seguridad
En el contexto actual de las revueltas, sostenidas desde hace ya más de dos meses y con un alto coste en vidas, la firmeza del régimen y la falta de fisuras se explica por la cohesión existente en la cúpula del Estado. Las movilizaciones comenzaron en la localidad de Deraa, a pocos kilómetros de la frontera jordana, y desde el primer momento el poder fue capaz de blindar en buena medida el acceso a la información sobre las mismas y las reprimió con extrema dureza. Mientras el régimen transmitía al mundo la idea de que las movilizaciones obedecían y obedecen a una manipulación yihadista (el hecho de que en buena medida las movilizaciones en Deraa se hicieran en torno a la mezquita El Omari ayudó a ello) y cercó la localidad con carros de combate y vehículos acorazados desde el 25 de abril. Posteriormente se enviaron a principios de mayo medios militares similares a las localidades de Homs, Hama, Rastan y Banias para ahogar también en ellas las protestas. A lo largo de mayo las cinco localidades citadas, conservadoras y de mayoría suní, han sufrido la represión de las Fuerzas de Seguridad y de las Fuerzas Armadas, y a ello hay que añadir acciones represivas en la propia Damasco en los días 20 y 21 de mayo. La utilización de las Fuerzas Armadas fue temprana –el 26 de marzo provocaron con su intervención en Latakia una veintena de muertos–, pero se ha ido generalizando a raíz de la intensificación y de la expansión de las protestas, hasta llegar a tomar el 21 de abril la ciudad de Homs, que alberga la Academia Militar y en la que el 17 de ese mes habían sido asesinados un general y sus dos hijos.
El régimen utilizó en las primeras semanas a las fuerzas de seguridad y a las milicias fieles al partido para intentar apagar las protestas, y excepcionalmente a los militares, pero acabó recurriendo sistemáticamente a estos para sofocar, con una contundencia aún mayor, lo que las anteriores no habían conseguido con sus sangrientas acciones. Las herramientas principales utilizadas hasta ahora implican a personas de la máxima confianza del presidente El Assad y de su cúpula militar y de seguridad, la mayoría de cuyos miembros se han formado en Rusia, en la Academia Militar de Frunze, la del antiguo KGB (hoy Servicio Federal de Seguridad, FSB) y la de las Fuerzas Especiales (GRU). Hasta el momento, las cadenas de mando se mantienen fieles al régimen y cuentan con la confianza del círculo familiar del presidente, sin que la escalada de la represión haya dividido a los mandos, tal y como ha ocurrido en Yemen, o que las fuerzas de seguridad y defensa se hayan opuesto a disparar contra la población civil, a diferencia de lo ocurrido en Túnez y Egipto.
También, y a diferencia de lo ocurrido en Libia, la renuencia de la comunidad internacional a intervenir diplomática o militarmente para contener la represión en Siria ha facilitado la escalada de la violencia. Como era de prever, ni la comunidad internacional tiene la capacidad de presionar y de influir que tuvo en Túnez, Egipto o Bahrein e, incluso, en Yemen para introducir cambios y contener la represión, ni tiene la posibilidad de intervenir militarmente como se ha hecho. La República Árabe de Siria sigue teniendo un régimen cerrado al exterior –en particular a los medios de comunicación extranjeros–, como lo es Irán, y su alianza con la República Islámica y su papel en Oriente Próximo obligan a los grandes actores internacionales, con EEUU y la UE a la cabeza, a mostrar una exquisita prudencia y a no ir más allá de las condenas verbales, primero, o de algunas sanciones por las medidas represivas tomadas, después. Mientras la diplomacia estadounidense trata de justificar su comportamiento diferenciado en Libia y en Siria y descarta una intervención militar, la UE, que hasta hace pocas semanas trataba de reforzar sus vínculos políticos y de cooperación con Siria, ha fracasado en su intento de promover ante el Consejo de Seguridad una declaración condenatoria por la escalada de la represión y el uso de las Fuerzas Armadas y se ha limitado a imponer el 6 de mayo sanciones a una docena de sus dirigentes políticos y militares, que se han ampliado el 23 de mayo con una lista adicional de personas sometidas a sanciones que, ahora sí, está encabezada por el presidente El Assad.
Conclusión
Perspectivas de futuro
Siria es un régimen en guerra formal contra Israel desde hace décadas, estando por ello bien dotado de armamento y munición y contando con Fuerzas Armadas suficientemente entrenadas. Esto hace que medidas como las sanciones que la UE comienza a aplicar, o la interceptación por Turquía a fines de abril de dos aviones cargados de armas destinadas a este país, no vayan a afectar seriamente a las capacidades del régimen para reprimir las revueltas. Las sanciones de la UE alcanzan ya a una veintena de altos cargos sirios incluyendo al jefe del Estado, pero no van más allá de impedirles desplazarse a territorio comunitario y bloquear sus cuentas bancarias. Además, la cohesión que se percibe en los círculos supremos de poder y la falta de capacidad de maniobra de terceros países permiten despejar cualquier escenario de guerra civil. Finalmente, la amenaza representada por los Hermanos Musulmanes sirios –y aún cuando el máximo líder de estos, Mohamed Riad Shaqfa, mostraba su apoyo a las revueltas el 12 de abril desde su exilio saudí– ni es tan importante como el régimen de Damasco pretende hacer creer ni es tan desdeñable como otros consideran. La tendencia visible a que las protestas se tiñan cada vez más de color religioso, como ocurriera a principios de los 80 cuando los Hermanos Musulmanes atentaron incluso contra la vida del presidente Hafez El Assad, el 26 de junio de 1980, siendo salvado in extremis por un guardaespaldas, no hará sino endurecer aún más la represión. Las Fuerzas Armadas y de Seguridad sirias mantendrán su lealtad al régimen de los Assad hasta que vean en peligro su propia supervivencia. Sin relaciones directas con otras Fuerzas Armadas, ni la presión de sanciones internacionales más importantes que las aprobadas hasta ahora por la UE, será difícil distanciar a las Fuerzas Armadas sirias del régimen y sus círculos íntimos de decisión, al menos hasta que el nivel de la violencia pueda obligarles a cuestionarse su lealtad, tal y como ya ha ocurrido con algunos miembros del partido Baas, o cuando la debilidad del régimen les permita tomar partido por otras opciones de futuro. Hasta el momento, y aunque la oposición ha informado de algunos casos en las redes sociales, no se conocen casos de militares represaliados por haberse negado a ejecutar las órdenes de disparar a la población. A pesar del blindaje informativo, también parece difícil pensar que un alto mando militar pueda comportarse de igual manera que el general tunecino Rachid Ammar y negarse a cumplir las órdenes del presidente Ben Alí. La coincidencia entre la cúpula militar y la familia y los intereses de los Assad blindan hoy por hoy al régimen y su posición en el tablero regional contribuye a dar confianza a dichas elites para mantener el statu quo actual.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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