Por Alonso Cueto, escritor peruano. Su última novela publicada es La Venganza del Silencio, Planeta (EL PAÍS, 07/06/11):
He seguido de cerca o de lejos elecciones durante muchos años, y nunca había visto una campaña como la peruana tan crispada, espolvoreada de pasión pero también de rabia, prejuicios y maledicencia. El argumento moral en contra de Keiko Fujimori y el argumento del miedo en contra de Ollanta Humala han acechado todas las conversaciones, debates, discusiones y peleas que he presenciado alrededor de la pregunta sobre por quién (no) votar. En la semana anterior a la elección, un abogado algo mayor, de aspecto venerable, me dijo en tono calmado que si Humala resultaba elegido, saldría a la calle con una pistola que ya tenía cargada (lo hago por mis hijos, me advirtió), para protestar. Un escultor, por otro lado, me prometió que esculpiría una rata gigantesca frente a palacio, si Keiko Fujimori era elegida, y que haría una escultura nueva todos los días que durara su mandato.
Una de las mayores víctimas de esta campaña ha sido sin duda Mario Vargas Llosa, que luego de anunciar que iba a votar por Humala por razones morales, se granjeó los improperios y bajezas de gran parte de la prensa y de los sicarios morales que desfilaron frente a su casa, amenazaron a su hija Morgana y llenaron las redes sociales de insultos a su familia. Las mismas personas que lo habían felicitado por el Premio Nobel poco antes, se olvidaron de la contribución esencial de Vargas Llosa en toda su vida pública: vincular la política y la moral, y traer el olvidado impulso de la decencia a las decisiones de Gobierno.
¿Por qué el tema de la discusión electoral no fue alrededor de quién era el mejor sino no era el peor candidato? Porque de los cinco postulantes que se presentaron inicialmente, pasaron a la segunda vuelta los dos que acaparaban los mayores anticuerpos. En ese debate de muchas semanas, los defensores de Humala esgrimían el argumento moral contra la candidatura de Fujimori. Si un presidente había gestado o permitido torturas, asesinatos y sobornos durante su gestión, y había pasado a la historia mundial como uno de los más corruptos, ¿no era probable que su hija y las personas vinculadas a él que la acompañaban repitieran sus fechorías? ¿No resultaba inaceptable que un presidente que permite un sistema delictivo y es juzgado y encarcelado por ello, puede ver luego elegida a su hija en el mismo país donde lo hizo? Hay que recordar que en la actualidad hay 78 presos del régimen fujimorista entre funcionarios, militares, agentes del grupo paramilitar Colina, y excongresistas corruptos. Alberto Fujimori y su siniestro asesor Montesinos también están presos. Mientras conversaba de todo ello con el periodista Augusto Álvarez Rodrich, me dijo: “Si sale elegida Keiko, ¿cómo le explicamos al mundo que metimos preso al padre y elegimos a la hija?”.
Pero el argumento moral de los que pregonaban no votar por Keiko, era contrapesado por el único que puede hacerle frente en el juego de temores una campaña: el miedo. Si Humala era elegido, según decían los fujimoristas, iba a iniciar una campaña de estatalizaciones y embargos, que iba a ahuyentar a los inversores. Este mensaje, en una economía que ha progresado muchísimo en los últimos 10 años, donde el porcentaje de la pobreza se ha reducido del 43% al 30% de la población en el último lustro, que alberga a una clase media creciente y a un sector popular en emergencia, resultó eficaz durante un tiempo. Hace algunas semanas, una señora que vende frutas en una carretilla en la calle me dijo que no votaría por Humala de ninguna manera. Cuando le pregunté por qué, me contestó: “Porque el señor Humala me puede quitar esta carretilla, que es lo único que tengo”. Un médico conocido, cercano a la campaña de Humala, me resumió este miedo: “Hasta los que no tienen nada que perder tienen miedo de perder algo, por el miedo de la campaña fujimorista”.
La crispación se prolongó hasta el mismo día de las elecciones. El domingo, mientras hacía cola para votar en un barrio no muy acomodado de Lima, vi a un hombre de unos 60 años, que iniciaba un discurso improvisado frente a los demás. Según el tipo, todos los que estábamos a punto de votar debíamos hacerlo por Keiko Fujimori, pues de lo contrario entraríamos en un grave riesgo. Por último, definió el voto por Ollanta como un “salto al vacío”, pues no sabíamos qué podía pasar si era elegido. Cuando terminó su improvisado discurso, hubo un silencio que duró poco. Alguien en la cola, le contestó: “Mejor damos un salto al vacío que un salto a la cloaca del fujimorismo, señor”.
En ese vertedero del inconsciente que puede ser una campaña, los prejuicios también arreciaron. Una señora que coincidió conmigo en una reunión social me dijo que le parecía inadmisible que el Perú votara por otro “cholo” (término denigratorio para un tipo de raza indígena) como Humala. Cuando le dije que me parecía increíble (aunque desgraciadamente no lo es) que alguien pensara así, me dijo que prefería a los japoneses, pues ellos al menos “conformaban” una raza superior. Cuando le insistí en que durante el Gobierno de Fujimori se había robado de un modo sistemático, la señora me dio una respuesta similar a la que escuchó el escritor Jorge Eduardo Benavides de un taxista limeño hace unos meses: “Es verdad que Fujimori robó, pero robó lo justo”.
Frases como estas revelan que las culturas del racismo y de la corrupción siguen vigentes en el Perú, y que ningún programa económico, como el que han aplicado con buenos resultados los presidentes Toledo y García en los últimos años, tendrá pleno éxito en una sociedad todavía fragmentada social y culturalmente. Es obvio que el éxito económico requiere de una comunidad fluida y compacta, donde se haya construido un pacto de solidaridad natural, un objetivo que a pesar de los progresos realizados, los peruanos estamos aún lejos de ver.
¿Por qué ganó Humala en el último tramo? Creo que el factor decisivo fue su capacidad creciente de aparecer en las pantallas como un hombre sencillo, cuya naturalidad se fue imponiendo como una señal de honestidad. Su dicción llena de pausas y frases cortadas le da paradójicamente la sensación de no haber “preparado” nada, es decir, de estar diciendo lo que piensa. Esa presencia y su nuevo programa, que está más cerca del socialismo de Lula que del de Chávez, acabaron con la imagen de caudillo que a muchos, incluso a mí, había dejado antes de la primera vuelta.
¿Por qué perdió Fujimori? Algunos han especulado que la causa final fue el efecto de las denuncias de las últimas semanas sobre las esterilizaciones masivas a mujeres en el Gobierno de su padre.
Otros han dicho que su reunión final con políticos y tecnócratas conocidos la hicieron ver como una candidata del establishment. Y, sin embargo, creo también que la idea de que la moral debe tener alguna importancia en nuestras vidas y a lo mejor en nuestros Gobiernos, terminó por pesar en los electores, a la hora de decidirse. Alguna franja del electorado peruano comprendería al final que reeditar un Gobierno corrupto no solo iba contra sus principios sino también contra su bolsillo.
En cualquier caso, el proceso electoral peruano deja, a pesar de todo, una nota de optimismo. A diferencia de Chávez cuando salió elegido, Humala ha ganado por un margen estrecho. La situación de relativa prosperidad en la que ya vive una parte de la población peruana no augura conflictos sociales graves. Esto le da un cierto oxígeno al nuevo presidente para planificar sus acciones de gobierno con enorme prudencia y responsabilidad. Y la primera acción debía ser la de intentar reconciliar a quienes intercambiaron insultos en estas semanas tan odiosas y memorables.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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