Por Justin Yifu Lin, economista jefe del Banco Mundial. Mansoor Dailami y uno de los autores principales de Horizontes de Desarrollo Global, y gerente del Equipo de Tendencias Globales Emergentes del Grupo de Perspectivas de Desarrollo del Banco Mundial (Project Syndicate, 06/02/11):
En un momento en que la economía global se ve afectada por una crisis de confianza, desequilibrios estructurales y perspectivas de crecimiento apagado, mirar diez años para adelante para predecir el curso del desarrollo exige un trabajo cuidadoso y algo más que sagacidad. Lo que se necesita es una estrategia multifacética que combine un sentido de la historia con un análisis meticuloso de las fuerzas actuales, como el cambio en el equilibrio del crecimiento global hacia el mundo emergente.
Un pronóstico de esta naturaleza también exige entender cómo las economías avanzadas aceptan ese cambio, y cómo el sistema monetario internacional se ajustará en consecuencia. Tras haber estudiado estos factores, creemos que la economía mundial está al borde de un cambio transformador –la transición hacia un orden económico mundial multipolar.
A lo largo de la historia, se trazaron y se volvieron a trazar paradigmas de poder económico de acuerdo con el ascenso y la caída de aquellos países mejor equipados para impulsar el crecimiento global y ofrecer estímulo a la economía global. La multipolaridad –vale decir, más de dos polos de crecimiento dominantes- a veces fue una característica clave de la economía mundial. Pero en ningún momento en la historia moderna los países en desarrollo estuvieron a la vanguardia de un sistema económico multipolar.
Todo está dado para que este patrón cambie. Para 2025, seis economías emergentes –Brasil, China, India, Indonesia, Corea del Sur y Rusia- en conjunto representarán aproximadamente la mitad del crecimiento global. El sistema monetario internacional probablemente deje de estar dominado por una moneda única a lo largo del mismo período. A medida que persigan oportunidades de crecimiento en el exterior y se vean alentadas por políticas mejoradas a nivel nacional, las corporaciones de los mercados emergentes desempeñarán un papel cada vez más prominente en los negocios globales y en las inversiones transfronterizas, mientras que grandes concentraciones de capital fronteras adentro les permitirán a las economías emergentes convertirse en actores elementales en los mercados financieros.
Conforme las economías emergentes dinámicas evolucionan para ocupar su lugar al timón de la economía mundial, se necesita repensar la estrategia convencional frente a la gobernancia económica global. El enfoque actual descansa en tres premisas: el vínculo entre el poder económico concentrado y la estabilidad; el eje Norte-Sur de flujos de capital, y la centralidad del dólar estadounidense.
Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, el orden económico global centrado en Estados Unidos se construyó en base a un conjunto complementario de acuerdos económicos y de seguridad tácitos entre Estados Unidos y sus socios principales, mientras que las economías emergentes desempeñaban un papel periférico. A cambio de que Estados Unidos asumiera la responsabilidad de mantener el sistema, actuara como mercado de último recurso y aceptara el papel internacional del dólar, sus socios económicos clave, Europa occidental y Japón, consintieron en los privilegios especiales de los que gozaba Estados Unidos –ganancias del cuño de monedas, autonomía doméstica en materia de políticas macroeconómicas y flexibilidad de la balanza de pagos.
En líneas generales, hoy este acuerdo todavía sigue en pie, aunque hace un tiempo se pudieron ver indicios de su erosión. Los beneficios que obtuvieron las economías emergentes a partir de expandir su presencia en el comercio y las finanzas internacionales son sólo un ejemplo de ello.
Una economía global cada vez más multipolar probablemente cambie la manera en que el mundo lleva a cabo los negocios internacionales. Una cantidad de firmas de los mercados emergentes dinámicos van camino a dominar sus sectores industriales a nivel global en los próximos años –de la misma manera en que lo hicieron las compañías basadas en las economías avanzadas en los últimos cincuenta años-. En el futuro, estas firmas probablemente presionen para que se implementen reformas económicas a nivel nacional, y actuarán como una fuerza que impulse una mayor integración de sus países de origen en el comercio y las finanzas globales.
De modo que tal vez llegó el momento de avanzar con el tipo de marco multilateral para regular las inversiones transfronterizas que tantas veces descarriló desde los años 1920. A diferencia de las relaciones comerciales y monetarias internacionales, no existe ningún régimen multilateral para promover y gobernar la inversión transfronteriza.
Por ahora, el dólar estadounidense sigue siendo la moneda internacional más importante. Pero este dominio se está desvaneciendo, como quedó demostrado por su uso menguante como moneda de reserva oficial, así como para facturar bienes y servicios, denominar reclamos internacionales y anclar tipos de cambio.
El euro representa el mayor competidor del dólar, siempre que la eurozona resuelva exitosamente su actual crisis de deuda soberana a través de rescates y de reformas institucionales de más largo plazo que salvaguarden los réditos de un proyecto de mercado único en vigencia desde hace mucho tiempo. Pero las monedas de los países en desarrollo sin duda se volverán más prominentes en el más largo plazo.
El volumen y dinamismo de la economía de China, y la rápida globalización de sus corporaciones y bancos, hacen que el renminbi muy probablemente asuma un papel internacional más importante. En Horizontes de Desarrollo Global 2011, el Banco Mundial presenta lo que considera el escenario monetario global más probable en 2025 –un acuerdo de múltiples monedas centrado en el dólar, el euro y el renminbi-. Este escenario está respaldado por la probabilidad de que Estados Unidos, la eurozona y China constituyan los tres polos de crecimiento más importantes de ese momento.
Finalmente, la comunidad financiera internacional debe asumir su responsabilidad de asegurar que la agenda de desarrollo siga siendo una prioridad. Los países con influencia económica global tienen la responsabilidad especial de aceptar que sus acciones políticas tienen importantes efectos de derrame en otros países. Por lo tanto, deberían acoger en particular todas aquellas iniciativas de política monetaria que hagan hincapié en una mayor colaboración entre los bancos centrales a fin de alcanzar una estabilidad financiera y un crecimiento sostenible en la liquidez global.
A pesar del considerable progreso que hicieron los países en desarrollo a la hora de integrarse en los canales comerciales y financieros internacionales, todavía hay mucho trabajo por hacer para asegurar que compartan el peso de mantener el sistema global en el que tienen una participación cada vez mayor. Al mismo tiempo, es esencial que los principales países desarrollados diseñen políticas que tomen en cuenta su creciente interdependencia con los países en desarrollo. Cada vez más, la gobernancia global dependerá de apalancar esa interdependencia para fortalecer la cooperación internacional y fomentar la prosperidad a nivel mundial.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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