Por Daniel Zovatto, director regional para América Latina y el Caribe del Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (EL PAÍS, 15/07/11):
“Que se vayan todos” fue el grito que la ciudadanía argentina, desesperada por la crisis que vivía desde 2000, dirigió a la clase política de su país a finales de 2001. Fenómenos similares asociados a crisis profundas de representación política tuvieron lugar en otros países de América Latina.
Esta demanda, empero, no ha sido ni oída ni acatada por las dirigencias políticas en la mayoría de los países de la región. Todo lo contrario, durante la última década y media hemos visto crecer una ola favorable a la reelección, sea consecutiva o alterna. Si agregamos los intentos de aferrarse o regresar al poder vía familiares (esposas, hijos, hermanos), resultan muy pocos los que se han ido y muchos los que intentan seguir o incluso volver a como dé lugar.
Panorama regional. En 15 años, América latina pasó de ser antirreeleccionista a ser prorreelección, entendida esta como “el derecho de un ciudadano (y no de un partido) que ha sido elegido y ha ejercido una función pública con renovación periódica de postular y de ser elegido una segunda vez o indefinidamente para el mismo cargo: titular del Ejecutivo”. Hoy, la reelección está permitida en 14 de 18 países, y solo cuatro la prohíben: Guatemala, Honduras, México y Paraguay.
La normativa presenta variaciones importantes. En Venezuela se autoriza la reelección indefinida. En cinco países (Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, y Colombia) la reelección consecutiva está permitida, pero no de manera indefinida. En otros ocho casos solo es posible después de transcurrido al menos un mandato presidencial (Costa Rica, Chile, El Salvador, Nicaragua, Panamá, Perú, República Dominicana y Uruguay). Sin embargo, en Nicaragua una reciente y polémica sentencia de la Corte Suprema ha permitido al presidente Ortega postularse para intentar su reelección, de manera consecutiva, en los comicios de noviembre de este año. Por su parte, el presidente Martinelli de Panamá está considerando reducir el plazo de espera (de 10 años a cinco años) para poder ser reelegido. Frente a ello, la oposición ha comenzado a advertir que la verdadera intención de Martinelli es la de “perpetuarse en el poder”.
Cabe señalar, por su fuerte rasgo personalista, que las reformas a favor de la reelección, sobre todo en su modalidad consecutiva, tuvieron nombre y apellido, se llevaron a cabo durante la presidencia de los mandatarios que querían reelegirse, no responden a una tendencia ideológica única y, salvo en la República Dominicana con el presidente Hipólito Mejía, lograron su objetivo: la reelección del mandatario que reformó la Constitución para seguir en el poder (Cardoso, Menem, Fujimori, Uribe, Chávez, Morales, Correa).
La reelección conyugal. En Argentina, el matrimonio Kirchner inauguró una nueva modalidad de reelección: la “conyugal”. Primero fue electo presidente Néstor Kirchner, a quien lo sucedió su esposa, la actual presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Para las elecciones de octubre de 2011 estaba previsto que volviese Néstor Kirchner (quien falleció en octubre de 2010); de haber resultado victorioso, lo sucedería (eventualmente) su esposa, y así hasta que el electorado se cansase o la muerte de alguno de ellos o de ambos pusiera fin a esta estrategia.
Una fórmula similar trató de ser implementada en Guatemala entre el actual presidente Álvaro Colom y su esposa, Sandra Torres. Pero ante el riesgo de que la Corte de Constitucionalidad fuese adversa a la candidatura de Torres, ambos cónyuges decidieron divorciarse para así facilitar la candidatura de la primera dama a las elecciones presidenciales de septiembre próximo. En una confirmación explícita de esta forma de política “conyugal”, la señora Torres declaró: “Me divorcio (del presidente Colom) para casarme con el pueblo”.
Balance. Una mirada del mapa político latinoamericano muestra que la ola reeleccionista va ganando fuerza. De los actuales presidentes de la región, tres de América del Sur han sido reelectos de manera consecutiva (Morales en Bolivia, Correa en Ecuador y Chávez en Venezuela) y uno de manera alterna (García en Perú). En América Central y el Caribe uno fue reelecto de manera consecutiva (Fernández en República Dominicana) y otro de manera alterna (Ortega en Nicaragua, quien buscará su reelección consecutiva en noviembre de este año). Chávez ya anunció que intentará una nueva reelección en 2012. Por su parte, durante el último rally electoral (2009-2010), dos expresidentes trataron de regresar (Lacalle en Uruguay y Frei en Chile). Ambos pasaron a la segunda vuelta pero fueron derrotados en esta instancia por José Mújica y Sebastián Piñera, respectivamente. Dos elecciones que tendrán lugar en 2011 contienen la posibilidad de reelección: en Argentina (si bien aún no se anunció oficialmente) y en Nicaragua, ambos presidentes (Fernández de Kirchner y Ortega) irán en pos de su reelección consecutiva. En el caso de Perú, la hija del expresidente Fujimori (Keiko) fue derrotada en la segunda vuelta por Humala, mientras el expresidente Toledo fracasó en su intento de volver al haber sido derrotado en la primera vuelta.
Nos encontramos pues ante una fiebre reeleccionista y una obsesión por el poder que, a mi juicio, son malas noticias para una zona caracterizada por la debilidad institucional, la creciente personalización de la política y el hiperpresidencialismo. Como bien lo advirtió Simón Bolívar en su discurso del Congreso de Angostura, el 15 de febrero de 1819: “… nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo a un mismo ciudadano en el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerlo y él se acostumbra a mandarlo; de donde se origina la usurpación y la tiranía”.
Es cierto que en un buen número de países de la región la ciudadanía respalda, en las urnas, esta ola reeleccionista, pero ello se debe más a la inestabilidad política de las reformas democráticas y a la limitada capacidad de formación de opciones (en un escenario partidario caracterizado por la debilidad programática) que a una valoración de la calidad del desempeño gubernamental. Por su parte, el buen momento macroeconómico que vive la región, sobre todo en América del Sur, la utilización clientelar de los programas sociales y la creciente personalización de la política refuerzan la tendencia en pro del hiperpresidencialismo y la reelección.
Creo que el fortalecimiento y la consolidación de nuestras democracias no se obtendrán a través de líderes carismáticos y providenciales sino por la calidad de las instituciones, la madurez de los ciudadanos y una sólida cultura cívica. Quizás estos mismos argumentos fueron los que pesaron en mandatarios que con altos niveles de popularidad (Tabaré Vázquez en Uruguay, Lula en Brasil, Lagos y Bachelet en Chile) decidieron no cambiar las reglas de juego en su propio beneficio. Ya lo dijo el expresidente Lula da Silva: “Cuando un líder político comienza a pensar que es indispensable y que no puede ser sustituido comienza a nacer una pequeña dictadura”.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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