Por Omar Ashour, director del Programa de Estudios para Graduados sobre Oriente Medio en el Instituto de Estudios Árabes e Islámicos, Universidad de Exeter. Es el autor de The De-Radicalization of Jihadists: Transforming Armed Islamist Movements (Project Syndicate, 15/07/11):
Los autócratas de Oriente Medio por costumbre advierten a su pueblo que habrá ríos de sangre, ocupación occidental, pobreza, caos y Al Qaeda si sus regímenes son derrocados. Esas amenazas se pudieron oír en Túnez, Egipto, Yemen, Bahrain, Siria y -al estilo de una comedia negra- en Libia. Pero en toda la región está arraigada la idea de que los costos de erradicar las autocracias, por más altos que puedan ser, son bajos en comparación con el daño infligido por los gobernantes en curso. En resumidas cuentas, la libertad justifica el precio.
En Libia, cuatro escenarios pueden afectar negativamente las perspectivas de democratización: guerra civil/tribal, régimen militar, “quedar atascado en una transición” y división. Dado el precio elevado que los libios han pagado, esos escenarios deberían impedirse más que remediarse.
El escenario de la guerra civil/tribal es el peor riesgo. Los revolucionarios de Egipto lo entendieron. Cuando allí estalló la violencia sectaria luego del derrocamiento de Hosni Mubarak, las coaliciones revolucionarias adoptaron el eslogan “No te regodearás con esto, Mubarak”. Las dictaduras represoras no pueden ganar elecciones libres y justas. Pero pueden usar la violencia extrema para consolidar su control sobre el estado, su pueblo y sus instituciones.
De modo que, para ganar, el coronel Muammar el-Qaddafi de Libia, deliberada y exitosamente, ha convertido una campaña de resistencia civil en un conflicto armado. Eso tendrá ramificaciones en el contexto post-autoritario. Un estudio publicado por la Universidad de Columbia sobre resistencia civil ha demostrado que la probabilidad de que un país caiga en una guerra civil tras una campaña armada exitosa contra la dictadura es del 43%, comparado con un 28% si la campaña no es armada.
Según el mismo estudio, que se basó en 323 casos de campañas de oposición armadas y no armadas entre 1900 y 2006, la probabilidad de una transición democrática en el lapso de cinco años luego de una campaña opositora armada exitosa es de apenas el 3%, comparado con el 51% cuando las campañas no son armadas.
Libia, por supuesto, puede sobrevivir a la perspectiva sombría de una guerra civil post-autoritarismo. Pero esto exige frenar la polarización tribal y regional, así como las rivalidades entre el Consejo Nacional Interino (CNI) y el Consejo Militar (CM), y entre los altos comandantes militares. Una polarización violenta se desarrolló no sólo entre las tribus del este y del oeste, sino también entre algunas de las tribus del oeste.
El mes pasado, por ejemplo, estallaron enfrentamientos armados entre rebeldes en al-Zintan y los pobladores de al-Rayyaniya, a 15 kilómetros de distancia. Seis personas fueron asesinadas -un recordatorio de lo que puede suceder si la polarización violenta se propaga entre ciudades y pueblos vecinos-. La política de la venganza no es una novedad en Libia y, en una sociedad armada conformada por más de 120 tribus -entre ellas aproximadamente 30 con dimensiones y recursos considerables-, puede volverse extremadamente peligrosa.
Otro escenario negativo es el régimen militar. Varias figuras de los “oficiales libres” -el grupo que planeó el golpe d 1969 contra la monarquía- están al frente del CNI. Entre ellos está el general Abd al-Fattah Younis, el general Soliman Mahmoud, el coronel Khalifa Haftar, el mayor Mohamed Naim, y otros. Esas figuras detentan una mezcla de legitimidad histórica, por participar en el golpe de 1969, y de legitimidad actual, por contribuir a la revolución del 17 de febrero. También pertenecen a varias tribus grandes, lo que garantiza una amplia representación tribal si un consejo militar tomara el poder, como en Egipto.
A diferencia de Egipto, sin embargo, quien tome el poder en Libia no necesariamente heredará condiciones económicas adversas que puedan amenazar su legitimidad y socavar su popularidad. Esto podría llevar a que un grupo de altos oficiales gobernara directamente, sobre todo si la victoria en Libia llega de la mano del ejército. Una acción por parte de oficiales del ejército en Trípoli contra Qaddafi y sus hijos podría terminar con el conflicto, y los comandantes militares se podrían adjudicar el mérito -y el capital político.
Pero cuatro décadas de dictadura militar pueden ser suficientes para los libios, una mayoría de los cuales en realidad nunca se vio beneficiada por la riqueza o el potencial del país. Cuando se trata de generar terroristas e inmigrantes indocumentados -dos cuestiones críticas para Europa-, los dictadores militares árabes tienen antecedentes vergonzosos. Argelia en los años 1990 es un fuerte recordatorio de esto, y los gobiernos occidentales no quieren que vuelva a comenzar el círculo vicioso de autócratas represores que generan teócratas y refugiados violentos.
“Quedar atascado en una transición” es un tercer escenario posible, en el que Libia permanecería en una “zona gris” -sin ser ni una democracia plena ni una dictadura, sino un país “semi-libre”-. Esto significa elecciones regulares, una constitución democrática y una sociedad civil, junto con fraude electoral, representación desvirtuada, violaciones a los derechos humanos y restricciones a las libertades civiles. Quedar atascado en una transición normalmente acaba con el impulso a favor del cambio democrático, y la corrupción generalizada, las instituciones estatales débiles y la falta de seguridad sirven para reforzar el mito del “autócrata justo”. El régimen de Vladimir Putin en Rusia ilustra este resultado.
Desafortunadamente, un estudio publicado en el Journal of Democracy demostró que de los 100 países que estaban catalogados como “en transición” entre 1970 y 2000, sólo 20 se volvieron plenamente democráticos (por ejemplo, Chile, Argentina, Polonia y Taiwán). Cinco terminaron cayendo en dictaduras brutales (entre ellos Uzbekistán, Argelia, Turkmenistán y Bielorrusia), mientras que el resto quedó atrapado en la transición.
Dada la falta de experiencia democrática de Libia, algunos ven esto como un posible desenlace en la era post-Qaddafi. Pero Libia no es el único país que intentó pasar de una dictadura a una democracia con instituciones débiles e identidades tribales fuertes. Albania, Mongolia e India aprobaron pruebas más complicadas -y ofrecen algunas lecciones útiles en transiciones democráticas bajo condiciones desfavorables.
El cuarto escenario es la división, en el que se menciona la antigua estructura de tres provincias al estilo otomano: Cyrenaica (este), Fezzan (sur) y Tripolitania (oeste). Pero las fronteras administrativas de estos distritos nunca se establecieron plenamente y han cambiado por lo menos ocho veces desde 1951. En 2007, Libia tenía 22 sha‘biya (distritos administrativos), no tres.
Todos estos escenarios se verán afectados por los desenlaces en Egipto y Túnez. En el caso de transiciones democráticas, un éxito cercano muchas veces ayuda en casa. Cualquiera de los dos países, o ambos, podría ofrecerle a Libia modelos de transición exitosos, erigiendo un obstáculo importante para la dictadura militar o la guerra civil.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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