Por Xavier Sala i Martín, Columbia University, UPF y Fundación Umbele (LA VANGUARDIA, 17/07/11):
Si un individuo se presentara en nuestra oficina diciendo que es Leonardo Da Vinci y nos ofreciera la Mona Lisa por diez millones de euros, ¿qué haríamos? Supongo que no le compraríamos el cuadro porque todos sabemos que Leonardo ya hace casi quinientos años que está muerto y que La Gioconda está en el Museo del Louvre desde la Revolución Francesa. Al estar claro, pues, que la cosa es una farsa, el personaje sería debidamente expulsado de nuestra oficina.
Eso lo haría cualquier persona normal, ¿no? ¡Pues no! Parece que los políticos europeos le comprarían el cuadro al farsante. Al menos eso es lo que se deduce de la su actitud ante las agencias de rating. Me explico. Cuando los ciudadanos invertimos nuestros ahorros, necesitamos saber si lo que compramos es barato, caro, seguro o arriesgado. Como no entendemos del tema, aparecen unas empresas que lo hacen para nosotros: son las agencias de calificación.
Las tres grandes empresas del sector – Standard& Poor´s (creada en 1860), Moody´s (1909) y Fitch (1913)-han ofrecido sus servicios durante más de cien años. Su durabilidad es testigo de la utilidad de sus análisis para todos los inversores que necesitamos opinión experta a la hora de comprar productos financieros. A pesar de eso, las agencias se convirtieron en la diana mundial a raíz de la crisis financiera del 2007-08. La razón es que, sólo unos días antes de que Lehman Brothers desapareciera, decían que invertir en este banco no tenía ningún riesgo. Y poco antes de que Islandia quebrara, calificaban la deuda de este país de segura. Estos errores catastróficos hicieron que perdieran gran parte de la credibilidad acumulada durante décadas y se convirtieran en el centro de la crítica, el escarnio y la mofa mundial.
Las agencias han vuelto a estar en el ojo del huracán estas últimas semanas al ir rebajando la nota de la deuda de Grecia, Irlanda, Portugal, España o Italia. Incluso han molestado a las autoridades europeas al calificar el plan de rescate de Grecia de suspensión de pagos encubierta.
La pregunta es: ¿por qué lo que dicen las agencias de calificación tiene algún tipo de relevancia? Es decir, ¿por qué seguimos leyendo sus informes y llevándonos las manos a la cabeza cada vez que rebajan la nota de algún país si, desde el 2008, pensamos que no saben qué se hacen?
La razón es que estamos obligados a escucharlas y que estamos obligados por culpa de (por favor no rían) ¡la regulación que imponen los mismos políticos europeos que las critican! Por ejemplo, los fondos de pensiones que muchos de ustedes tienen contratados sólo pueden invertir el dinero en activos calificados de & die; seguros& die. ¿Calificados de seguros por quién?, se preguntarán. Pues calificados de seguros por… ¡las agencias de rating!Es decir: los mismos políticos que las acusan de no saber lo que hacen son los que hacen unas reglas que nos obligan a hacer lo que nos dicen estas agencias. ¿Se puede ser más esquizofrénico? Pues… la respuesta es que sí.
Veámoslo: el Banco Central Europeo (BCE) tiene una normativa que permite a los bancos utilizar la deuda de países como garantía. Es decir, cuando un banco compra deuda del Gobierno griego a cinco años por valor de un millón de euros, recibe un papelito denominado “bono” que dice que el Gobierno pagará al portador un millón de euros (más intereses) al cabo de cinco años. El banco coge este bono, lo lleva al BCE y lo ofrece como garantía para pedir un millón de euros. Después coge el dinero y lo vuelve a prestar para rentabilizarlo. Pues bien, el BCE tiene una normativa que dice que los bonos de países quebrados no pueden ser utilizados como garantía. La consecuencia es que si Grecia hiciera suspensión de pagos, todos los bancos que han pedido créditos al BCE utilizando la deuda griega como garantía tendrían que devolver el dinero inmediatamente, lo cual provocaría su propia quiebra. Hasta aquí todo muy normal, pero la pregunta es: ¿y a quién encarga el BCE la tarea de decidir si Grecia está en quiebra o no? La respuesta es: ¡a las mismas agencias de calificación que critica cada día!
La semana pasada la situación se convirtió en cómica (o trágica, según se mire) cuando Sarkozy propuso que los bancos privados utilizaran voluntariamente el dinero que el Gobierno griego les debía para concederle un nuevo crédito a treinta años. Cualquier economista que no trabaje para el Gobierno francés les dirá que eso sería una suspensión de pagos encubierta ya que es una manera de que Grecia no pague lo que debe. Las agencias de rating,lógicamente, calificaron la operación de quiebra encubierta y el plan francés fracasó. Todo el mundo acusó a las calificadoras de haber causado el fracaso. Pero en realidad las culpas eran del BCE por hacer una regulación nefasta. Las agencias sólo cumplieron con su obligación y calificaron de suspensión de pagos lo que sin duda lo era. ¡Imaginen qué hubiera dicho todo el mundo si hubieran dicho que todo estaba bien y después hubiera venido la catástrofe!
Resumiendo, las agencias de calificación ejercen un papel importante en nuestra economía a pesar de que hayan cometido errores garrafales. Ahora bien, si fuera cierto que no saben lo que hacen o tienen intereses ocultos, lo que tendríamos que hacer es ignorarlas y no aprobar reglas que nos obligan a comprar su producto. De alguna manera, es como si las autoridades europeas descubrieran que el personaje que se presenta en nuestra oficina disfrazado de Leonardo es un embaucador y, a pesar de todo, ¡nos obligaran a comprarle la falsa Mona Lisa!
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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