Por Nathan Gardels, director de Global Viewpoint Network/Tribune Media y NPQ. Es además asesor del Berggruen Institute. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia. © 2011 Global Viewpoint Network. Distributed by Tribune Media Services (EL PAÍS, 05/07/11):
Cuando Henry Kissinger se sentó a hablar con el presidente Mao sobre la apertura de China en los años setenta, Estados Unidos estaba en la cima de su poder. Seguramente Kissinger no pensó que, menos de medio siglo después, ahora que el Partido Comunista Chino celebra, lleno de seguridad en sí mismo, su 90º aniversario, iba a estar de nuevo en Pekín, a sus 88 años de edad, para ceder el bastón de mando de la hegemonía mundial a sus anfitriones.
Hace un par de sábados, durante la inauguración de una reunión del principal think-tank chino sobre globalización, el gran estadista comparó la China de hoy con el Estados Unidos de 1947. Después de las guerras napoleónicas, observó Kissinger, Gran Bretaña se convirtió en la mayor potencia mundial, y lo fue durante más de un siglo. Sin embargo, en 1947, Ernest Bevin, ministro de Exteriores en el ocaso del Imperio, se sintió obligado a decirle a su homólogo estadounidense: “Estados Unidos es el primer acreedor mundial y, como tal, debe tomar la iniciativa a la hora de crear el nuevo orden”. A partir de ahí, se sucedieron el Plan Marshall puesto en marcha por los estadounidenses para la reconstrucción tras la guerra, el papel dominante del dólar y el ascenso de EE UU durante el resto del siglo XX.
Hoy, China es el mayor acreedor y está donde estaba Estados Unidos en 1947, a las puertas de un nuevo orden mundial. Kissinger aseguró a sus anfitriones que, aunque esta transición de un sistema a otro tardará probablemente 30 años en completarse, el papel de China crecerá sin cesar, porque está obligada, por su propio interés, a dar forma a un sistema mundial que se ha alejado del “polo del Atlántico Norte” para aproximarse al país asiático y las economías emergentes.
En opinión de Kissinger, China se verá arrastrada a ejercer el liderazgo a toda velocidad por la parálisis que sufre Occidente. Estados Unidos, dijo educadamente, “está absorto en un debate sobre el papel del Gobierno y las fuentes de vitalidad en nuestro país; cuánta intervención del Gobierno debe haber y quién debe pagarla”. Y Europa está atrapada en “una crisis financiera y conceptual, suspendida entre un marco nacional y lo que debe sustituirlo”.
“Es fundamental tener sentido de la cooperación”, continuó Kissinger, “porque hemos entrado en una era nueva y compleja y estamos buscando un marco fundamental. Debemos adaptarnos a la incorporación de nuevos actores” en el escenario mundial. Y, para Kissinger, “el principal instrumento de adaptación es el G-20″, en el que cada país debe incorporar sus aspiraciones nacionales a un acuerdo internacional, “que evite las rivalidades de suma cero en el crecimiento económico”.
Kissinger tiene razón. En los dos últimos siglos, Gran Bretaña y Estados Unidos fueron las potencias hegemónicas que impusieron los “bienes públicos mundiales” de la seguridad, la estabilidad financiera, una divisa de reserva importante y el libre comercio. Hoy, Estados Unidos y las economías avanzadas del G-7 tienen cada vez más dificultades para garantizarlos. Y las economías emergentes, encabezadas por China, no pueden hacerlo todavía.
Por ese motivo, el G-20, que agrupa a las economías avanzadas y emergentes, debe ser el que, de forma colectiva, ofrezca esos bienes públicos mundiales. Es de prever que en un mundo verdaderamente multipolar, aunque China sea la primera economía en 2050, esto sea “lo normal”.
El reto es si es posible establecer una gobernanza mundial sin una potencia dominante o una serie de intereses que controlen la situación. Una vía es la sugerida por Zheng Bijian, antiguo vicepresidente de la Escuela Central del Partido, autor de la doctrina del “ascenso pacífico” de China y confidente de las máximas autoridades del país. China, dice Zheng, solo puede alcanzar sus metas de “mejorar cualitativamente la vida de los chinos corrientes” y ascender en la escala de las rentas medias “en el contexto de la interdependencia”.
Por consiguiente, dice Zheng, China debe dejar atrás la idea del “ascenso pacífico” para “ampliar y profundizar la convergencia de intereses con otros actores mundiales. Cuando haya una acumulación de intereses convergentes, habrá una base sólida para tener intereses comunes”.
Esos “intereses convergentes” son los bienes públicos mundiales del siglo XXI. Zheng menciona en concreto la lucha contra el cambio climático y las iniciativas conjuntas sobre el crecimiento bajo en carbono, en especial con Estados Unidos.
También existen otros que el G-20 debe adoptar, como la estabilidad financiera mundial, la introducción gradual de un cesto mundial de reserva multidivisas (que incluya el renminbi, RMB) para sustituir al dólar, una nueva estructura de gobierno para el FMI que refleje el poder de las economías emergentes y una reanimación o reconfiguración de la ronda de negociaciones comerciales de Doha.
Un ámbito en el que China, como primer acreedor del mundo, podría desempeñar un papel crucial es el de ayudar a estabilizar los países de Oriente Próximo y el norte de África (MENA) mediante el desarrollo económico, algo que interesa a todo el mundo, entre otras razones por motivos de seguridad energética. Al fin y al cabo, China ya está cumpliendo una función muy importante en Europa al comprar bonos de los países que tienen más problemas.
Tras las revoluciones árabes, se habló mucho de un Plan Marshall para los países MENA. En la reciente reunión del G-8 en Deauville, el presidente francés, Nicolas Sarkozy, obtuvo el compromiso de dedicar 20.000 millones de dólares a dicho fin. Pero es un compromiso que parece más bien hueco, dado que las economías avanzadas se encuentran sumidas en déficits y una crisis de la deuda soberana.
En vez de un Plan Marshall, ¿por qué no un Plan Hu Jintao auspiciado por el G-20, en el que China reutilice parte de su enorme excedente de reserva, junto con los Estados del Golfo, de manera beneficiosa para el sistema mundial?
¿Es posible, como sugirió Kissinger, que, igual que el Plan Marshall aunó las obligaciones y los intereses de Estados Unidos durante la implantación del orden mundial para la segunda mitad del siglo XX, haya llegado ahora el momento de que China asuma un nuevo papel de ese tipo? Los estadounidenses hicieron bien en escuchar a Ernest Bevin. A los chinos les convendría hacer caso a Henry Kissinger.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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