Por Daniel Gros, director del Centro de Estudios de Políticas Europeas. Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos (Project Syndicate, 07/07/11):
Había una vez, un país plagado de grandes déficits, elevada inflación, y décadas de estancamiento económico. Cuando, una vez más, los problemas económicos se tornaron especialmente agudos, los líderes del país adoptaron un enfoque radical para lograr la estabilidad de precios.
Se introdujo una nueva moneda y se la indexó al dólar de EE.UU., con una tasa de cambio uno a uno. Una nueva ley estipuló que esta unión cuasi-monetaria duraría para siempre. Es más, se abrió la economía, se privatizaron las empresas estatales, y el país participó en una importante iniciativa de libre comercio regional.
Inicialmente, la nueva alineación funcionó muy bien. Regresó el crecimiento, y la confianza entre los inversores extranjeros era tal que llegaron grandes flujos de inversión extranjera directa, especialmente en el sector bancario.
Pero, después de unos 10 años, la historia de éxito se tornó en amarga. El socio comercial dominante de la región devaluó su moneda y el dólar de EE.UU. se apreció considerablemente. El país, por lo tanto, tenía problemas de exportación. Surgieron déficits externos y el crecimiento se enlenteció.
Aún más, la política fiscal de no haberse mantenido bajo control, habría resultado en una creciente deuda pública. Los inversores internacionales inicialmente tenían muy buena disposición para financiar al gobierno, pero las primas de riesgo comenzaron a aumentar cuando los déficits se tornaron crónicos.
Las dificultades se intensificaron cuando la aversión al riesgo en los mercados financieros internacionales se incrementó de forma acentuada, debido a las moratorias en otros mercados emergentes. Cuando las primas de riesgo amenazaban con llegar a ser insoportables, la comunidad internacional respondió con grandes paquetes de ayuda financiera, financiados principalmente por el Fondo Monetario Internacional y algunos países amigos.
El primer paquete de rescate vaticinó la reanudación del crecimiento, una disminución en el déficit fiscal y reformas estructurales. Nada de esto se logró, ya que la economía se deterioró bajo el impacto de las medidas fiscales, que no fueron compensadas por un aumento rápido en las exportaciones, porque los salarios no podían reducirse para ganar competitividad.
Un año más tarde, las primas de riesgo eran incluso más altas que antes, y se preparó un segundo paquete de rescate, tras el cual se llevó a cabo una gran reestructuración “voluntaria” de la deuda.
Pero nada de esto fue suficiente para restablecer la confianza de los inversores internacionales, que no estaban convencidos de que el gobierno podría pagar su deuda ya que estaba frente a una creciente resistencia social y una economía que continuaba contrayéndose. Peor aún, los ahorristas del país perdieron confianza en su propio gobierno, y comenzaron a retirar sus depósitos. A medida que la fuga de depósitos se aceleraba, la economía comenzó a caer en picada y las tensiones sociales estallaron. El gobierno cayó, y uno de sus fugaces sucesores anunció el cese de los pagos a los tenedores de bonos extranjeros y puso fin de la paridad cambiaria.
El país era Argentina, que tuvo unos 10 años para pasar desde su dura paridad cambiaria con el dólar que adoptó en 1991, a su desordenada moratoria a fines de 2001 y principios de 2002.
La experiencia de Grecia – hasta ahora, al menos – parece una repetición del drama argentino. Grecia también tuvo un historial de problemas fiscales e inflación, que se supone debiesen haberse curado con su adhesión a la Unión Económica y Monetaria de la Unión Europea (UEM) en 2001 (casualmente, precisamente en el momento en que Argentina se preparaba para entrar en moratoria). Su primera década en la UEM también se caracterizó por un rápido crecimiento económico, avivado principalmente por las abundantes y baratas entradas de flujos de capital.
Sin embargo, durante esta primera década, un problema subyacente fundamental surgió a medida que Grecia perdía competitividad frente a Alemania, al igual que Argentina había perdido competitividad frente a Brasil.
Mientras que la Argentina había sido golpeada por las repercusiones de la crisis de la deuda de los mercados emergentes de finales de los noventa, Grecia ahora está siendo afectada por el aumento de la aversión al riesgo que se inició a partir de la crisis financiera de 2008. Al igual que con Argentina hace una década, Grecia ya no es vista como solvente por los inversores internacionales cuando ellos toman en consideración el lento crecimiento del país y primas de riesgo más altas.
Su escepticismo parece justificado, ya que los indicadores habituales de sostenibilidad de la deuda lucen mucho peor en el caso de Grecia en comparación con los de Argentina en aquel momento. El déficit fiscal y externo griego es aproximadamente tres veces más grande, y el nivel de deuda acumulada es más del doble del de la Argentina antes de la moratoria.
El primer gran paquete de rescate para Grecia también tuvo un similar destino al de la Argentina. Después de un año, las primas de riesgo son aún más altas, se arma un segundo paquete, y se les pide a los acreedores privados refinanciar sus tenencias de bonos “voluntariamente”.
Grecia, al mismo tiempo, recibe mucho más apoyo financiero extranjero del que recibió Argentina. Con los dos paquetes de rescate, se ha prometido a Grecia créditos oficiales por valor de € 230 mil millones – más del 100% de su PIB.
Además de esto, Grecia ha recibido € 90 mil millones por parte del BCE (a una tasa de interés del 1,25%). Esta enorme financiación hasta el momento ha salvado al sistema bancario griego del colapso, y se constituye en la principal ventaja de unirse a una unión monetaria real, en oposición a la “cuasi-unión monetaria” de Argentina con el dólar estadounidense. Sin embargo, ¿qué pasaría si, como en el caso de Argentina, la fuga de depósitos continúa y se acelera?
Si los ahorristas griegos retiraran sólo la mitad de sus depósitos remanentes, el BCE tendrá que prestar otros € 100 mil millones a los bancos griegos para mantenerlos a flote. De hecho, en última instancia, Grecia podría requerir más de € 400 millones de dólares en ayuda oficial – casi el 200% de su PIB en la actualidad.
Si Grecia fuera a seguir el guión de la Argentina y se viera obligada a abandonar la zona euro después de que una moratoria desordenada, es probable que su PIB nominal se reduzca a la mitad. En ese caso, la deuda del gobierno griego a sus socios de la eurozona sería equivalente a un 400% de su PIB, y muy poco de dicha deuda se reembolsaría. Argentina entró en moratoria con relación a su deuda privada, pero al menos pagó toda su deuda oficial.
Karl Marx escribió la célebre frase que dice que historia se repite como farsa. En el caso de Grecia, la historia podría convertirse en una versión mucho más grande de la tragedia de Argentina.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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