Por Kenneth Rogoff, gran maestro internacional de ajedrez, profesor de Economía y Políticas Públicas de la Universidad de Harvard y ex economista en jefe del FMI. Traducción de Kena Nequiz (Project Syndicate, 06/07/11):
Hasta ahora, el implacable avance de la tecnología y la globalización ha favorecido enormemente la mano de obra altamente calificada, lo que ha ayudado a generar niveles sin precedentes de desigualdad en el ingreso y la riqueza en todo el mundo. ¿Será que a final de cuentas se renueve la lucha de clases en la que los gobiernos populistas lleguen al poder y se lleve al límite la redistribución del ingreso, y el Estado retome el control de la vida económica?
No hay duda de que la desigualdad en el ingreso es lo que más amenaza a la estabilidad social en todo el mundo, ya sea en los Estados Unidos, la periferia europea o en China. Con todo, es fácil olvidar que las fuerzas del mercado, si se les permite actuar libremente, a la larga podrían ejercer un papel estabilizador. En pocas palabras, cuanto mayor sea la prima para los trabajadores altamente calificados, más grande será el incentivo para encontrar la forma de economizar en el empleo de sus talentos.
El mundo del ajedrez, con el cual estoy muy familiarizado, ilustra claramente la manera en que la innovación puede tener un efecto muy diferente en los salarios relativos en las siguientes décadas de lo que lo tuvo en las últimas tres décadas.
Entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, un “autómata” que jugaba ajedrez de modo genial y creativo hizo una gira por las capitales del mundo. “El Turco” ganó partidas contra personas como Napoleón y Benjamín Franklin, mientras que desafiaba a mentes brillantes para conocer sus secretos. A los observadores les llevó varias décadas averiguar cómo funcionaba realmente el Turco: un jugador humano se ocultaba en un compartimiento movedizo en medio de un laberinto de vistosos aparatos.
Ahora, la estafa se revirtió: las máquinas de ajedrez pretenden ser jugadores humanos de ajedrez. Los programas de escritorio de ajedrez han superado considerablemente a los mejores jugadores humanos en la última década, y hacer trampa se ha convertido en un flagelo. Hace poco la Federación francesa de ajedrez suspendió a tres de sus mejores jugadores por conspirar para obtener asistencia computarizada. (Curiosamente, una forma de descubrir a los tramposos es mediante un programa de computadora que detecta si las movidas del jugador se parecen sistemáticamente a las jugadas favoritas de varios de los mejores programas de computadora.)
Por supuesto, hay muchos otros ejemplos de actividades que alguna vez se pensó eran del dominio exclusivo de los humanos intuitivos, pero que las computadoras han logrado manejar. Ahora muchos maestros y escuelas usan programas de computadora para escanear ensayos y así detectar copias, una falta antigua que se hace fácilmente mediante el Internet. En efecto, calificar ensayos es una ciencia en ascenso, y algunos estudios han mostrado que las evaluaciones por computadora son más justas, más coherentes y más informativas que las de un profesor promedio, aunque no necesariamente del mejor.
Los sistemas de computadora avanzados también están ganando terreno en la medicina, las leyes, las finanzas e incluso el entretenimiento. En vista de estos avances, hay razones para creer que la innovación tecnológica conducirá finalmente a la comercialización de muchas destrezas que ahora parecen únicas y valiosas.
Mi colega de Harvard, Kenneth Froot, y yo hicimos un estudio de los movimientos relativos de los precios en un periodo de 700 años de una serie de productos. Para nuestra sorpresa, encontramos que los precios relativos de cereales, metales y muchos otros productos básicos volvían a ubicarse en una tendencia media durante periodos suficientemente largos. Nuestra conjetura era que aunque los descubrimientos aleatorios, los eventos climáticos y las tecnologías podían causar variaciones espectaculares durante determinados periodos, los diferenciales de precio resultantes crearían incentivos en los innovadores para poner más atención en los bienes cuyos precios habían aumentado drásticamente.
Por supuesto, las personas no son bienes, pero los mismos principios se aplican. Como la mano de obra calificada se hace cada vez más cara respecto de la no calificada, las empresas tienen mayores incentivos para encontrar formas de “hacer trampa” mediante el uso de sustitutos en los insumos de precio elevado. El cambio podría llevar muchas décadas, pero también podría llegar mucho más rápido mientras la inteligencia artificial estimule la nueva ola de innovación.
Tal vez los trabajadores calificados intentarán asociarse para lograr que los gobiernos aprueben leyes y reglamentos a fin de que sea más difícil para las empresas hacer obsoletos sus empleos. Sin embargo, si el sistema de comercio global sigue abierto a la competencia, la habilidad de los trabajadores calificados para impedir indefinidamente la tecnología que prescinde de la mano de obra será más eficaz que los intentos en el pasado de los trabajadores no calificados.
La próxima generación de avances tecnológicos también podría promover una mayor equidad en el ingreso si se ofrece un acceso igualitario a la educación. Actualmente, los recursos educativos –en particular los del nivel superior (universidad)- en muchos países pobres están seriamente limitados respecto a los países ricos, y, hasta ahora, el Internet y las computadoras han exacerbado las diferencias.
Sin embargo, no tiene porque ser así. Con seguridad, la educación superior en última instancia se verá afectada por el mismo tipo de ola de tecnología que ha aplastado a las industrias del automóvil y de los medios de comunicación, entre otras. Si la comercialización de la educación en última instancia se extiende al menos al nivel universitario inferior, el impacto en la desigualdad del ingreso podría ser profundo.
Muchos comentaristas parecen creer que la brecha en aumento entre ricos y pobres es un efecto colateral inevitable de la globalización y la tecnología crecientes. Según su punto de vista, los gobiernos tendrán que intervenir radicalmente en los mercados para restaurar el equilibrio social.
No estoy de acuerdo. Sí, necesitamos realmente sistemas de impuestos progresivos, respetar los derechos de los trabajadores y políticas generosas de ayuda por parte de los países ricos. Sin embargo, el pasado no es necesariamente prólogo: dada la extraordinaria flexibilidad de las fuerzas del mercado, sería una tontería, si no peligroso, inferir la creciente desigualdad en los ingresos relativos en las siguientes décadas mediante la extrapolación de las tendencias recientes.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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