Por Walter Laqueur, director del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos de Washington Traducción: José María Puig de la Bellacasa (LA VANGUARDIA, 10/07/11):
En un discurso pronunciado el pasado 22 de junio, el presidente Obama declaró que Estados Unidos se retiraría de Afganistán de modo gradual; unos 33.000 soldados se irían del país el año que viene y el resto, unos 65.000, se habrán ido para el 2014. Es decir, Estados Unidos había derrotado a Al Qaeda. Dado que nunca había abrigado el propósito de quedarse en aquel país para siempre, ha llegado pues la hora de marcharse y de transferir la seguridad del país a las fuerzas armadas y de seguridad afganas. El presidente no mencionó la circunstancia de las elecciones presidenciales del año que viene en EE. UU. ni el hecho de que la guerra es impopular y que la mayoría de estadounidenses se oponen a ella. Según una reciente encuesta Gallup, el 72% de la ciudadanía apoya al presidente.
Ha sido la guerra más larga librada por Estados Unidos y posiblemente aquella en que se ha incurrido en mayor número de errores. EE.UU. acudió a Afganistán tras los ataques del 11-S para destruir a la organización terrorista. Sin embargo, no se hallaba preparado para lidiar con una organización terrorista: esta tarea no había sido nunca la misión de unas fuerzas armadas, menos aún de una Armada o una fuerza aérea; únicamente al cabo de una serie de años dio con una estrategia eficaz para causar grandes pérdida a Al Qaeda. Si, pese a ello, se hubiera adoptado la decisión de invadir el país, habría debido llevarse a cabo la acción mediante una fuerza aplastante para concluir la campaña lo antes posible. En lugar de este panorama, se actuó con medias tintas y sin enviar fuerzas suficientes. Lo propio cabría decir del final de la guerra. Si se ha adoptado la decisión de irse, ¿por qué dilatar su puesta en práctica a lo largo de dos años? ¿Cree alguien seriamente que en el 2014 las fuerzas armadas afganas estarán mejor preparadas merced a sus propios recursos para lidiar con los talibanes?
Si bien el presidente Obama contaba con el respaldo suficiente de su propio partido y asimismo de amplios sectores republicanos que se habían tornado más aislacionistas que sus rivales, afloraron también duras críticas. El general Petraeus, comandante en jefe, mostró su disconformidad; Zalmay Khalilzad, que fue embajador estadounidense en Kabul, dijo que todo ello era un desastre y otras voces vieron en la situación una señal del declive de Estados Unidos (Ayaan Hirsi Ali) y un duro golpe al prestigio e influencia de Estados Unidos. La mayoría de expertos coincide en que tras la marcha de la OTAN los talibanes se apoderarán del país en cuestión de meses sino de semanas, tal vez no de todo el país pero sí de amplias zonas de él. Morirán numerosos afganos y el país caerá en un estado lamentable. Además, acecha el peligro de una talibanización de Pakistán, una potencia nuclear.
Ahora bien, ¿cómo podría Washington haber evitado esto? ¿Cómo, de hecho, podría haber ganado la guerra en Afganistán mientras sus aliados, los pakistaníes, apoyaban constantemente a los talibanes y a Al Qaeda? Un sector de Washington consideraba que el alto mando del terrorismo internacional se encontraba en Afganistán, pero resulta dudoso que tal cosa haya tenido alguna vez visos de ser cierta; incluso el alto mando de Al Qaeda se halla en Quetta, Pakistán. Hay suficientes países fracasados como Somalia o Yemen donde pueden planearse y prepararse ataques terroristas globales.
De todas formas, si bien el éxodo estadounidense implica riesgos, podría también reportar novedades positivas. Si se instala en Afganistán un régimen talibán en vías de expansión, constituirá una amenaza no para Estados Unidos y Occidente sino para sus países vecinos, sobre todo para India, China y también Rusia, en especial para las repúblicas ex soviéticas de Asia central. Mientras Estados Unidos se hallaba involucrado en la región, estas grandes potencias se frotaban las manos por el hecho de que no tuvieran que hacer frente a la situación afgana, pero esto va a cambiar. Podría suceder perfectamente que a consecuencia de estos cambios surgieran conflictos entre tales potencias, pero esto no afectará a EE.UU.. Es posible que China quiera valerse de los talibanes y de Pakistán como arma para debilitar a India, pero sabe también que este tipo de política comportaría riesgos a la vista de la presencia de una considerable minoría musulmana en China.
Hace cuatro décadas, un Estados Unidos derrotado abandonó Vietnam. Hoy, las relaciones entre ambos países son mejores que nunca anteriormente y Vietnam no se convirtió en parte de China o de la URSS. No hubo efecto dominó. Este tipo de acercamiento por parte de EE.UU. no parece probable en el caso de los talibanes en un futuro previsible, aunque ambas partes han iniciado negociaciones. Es improbable que prevalezca la paz en esta parte del mundo tras el éxodo estadounidense. Pero, una vez que Estados Unidos se haya ido de Asia central, todas las ecuaciones políticas actuales ya no servirán.
¿Cómo afectará la derrota de Estados Unidos (no tiene sentido andarse con rodeos) a su posición en el mundo? A corto plazo, de forma negativa. Sin embargo, a largo plazo podría ejercer un efecto saludable como así ha sucedido en el pasado. Estados Unidos seguirá siendo una destacada potencia con intereses en numerosas partes del mundo que podrá y querrá defender, aunque no de forma indiscriminada. No existen certidumbres, pero tal parece el panorama más probable de los próximos años.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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