Por Lluís Sáez Giol , sociólogo y profesor de Esade, Universitat Ramon Llull (LA VANGUARDIA, 17/07/11):
¿Nunca se han preguntado cómo en los países más pobres las familias tienen tantos hijos, si les va a costar alimentarlos? Hay dos razones para ello. Una es que la mayor mortalidad infantil no permite garantizar que todos sus hijos lleguen a la edad adulta. Pero la razón principal es que tener hijos es una inversión de futuro. En países donde no hay Estado del bienestar, ni mucho menos un sistema público de pensiones, tener muchos hijos es la principal garantía del sustento de la familia, ya que se les pondrá a trabajar bien temprano, y cuando llegue la senectud, serán ellos el sustento económico de sus padres (en sociedades donde aún perdura el que los hijos vean como un deber el mantener a los padres, claro). Así pues, en este tipo de culturas tener una familia numerosa es poco menos que una bendición del destino.
Hubo un tiempo en que en nuestra sociedad ser familia numerosa era también una inversión de futuro. Pese a las estrecheces de los primeros años que pasaban las familias humildes, a medida que los hijos iban creciendo se les ponía a trabajar (buena parte de nuestros abuelos/ as empezaron a hacerlo a los 12 años o incluso antes), y con sus sueldos contribuían a la economía familiar. Además, se maximizaba el ahorro apurando las economías de escala y reciclando (¡eso sí que era reciclaje!) ropa, libros y demás de hermano a hermano.
Eso lo sabrán bien muchos de los que fueron hermanos menores, condenados a nunca estrenar nada. Aunque vivieron tiempos en que la vida no fue fácil para casi nadie, lo cierto es que con sus estrategias cotidianas, el ser familia numerosa permitía un cierto alivio económico a medida que los hijos se hacían mayores. Incluso en épocas de crisis, puesto que si uno no trabajaba, el otro sí lo hacía, y entre unos y otros conseguían formar un mínimo “colchón” familiar.
Mucho ha cambiado desde aquellos tiempos. De entrada, porque hoy las familias numerosas de antaño son un fenómeno en extinción. Y es que, si no se tiene una situación económica muy desahogada, hay que ser muy valiente para aventurarse a tener muchos hijos. La razón es que lo que antes podía ser visto como un recurso, hoy puede convertirse en un suicidio económico. En primer lugar, porque para que los hijos puedan trabajar habrá que esperar a los 16 años como mínimo, y pueden ser más si deciden cursar estudios superiores. Y en segundo lugar, porque han cambiado mucho las pautas culturales de las familias.
Han cambiado en relación al consumo. En los tiempos del llamado hiperconsumo, el nivel de gasto (y endeudamiento) de las familias se ha disparado, y se han roto algunos hábitos cruciales: la individualización del consumo hace que los hijos quieran “heredar” cada vez menos cosas de los hermanos mayores, y piénsese en cuantos hogares tienen dos o tres aparatos de televisión, cuando antes el televisor era de uso común por excelencia. Si además se quiere ir a la moda en tiempos en que las modas duran (se hacen durar) menos que nunca, peor lo ponemos, ya que entonces los hijos se convierten virtualmente en un “bien de lujo”. A todo ello debemos añadir los gastos de ocio de los adolescentes, y otro cambio cultural: que pocos jóvenes destinan siquiera una parte de su sueldo a contribuir a la economía familiar. Más bien al contrario: con su sueldo se pagan una parte de “sus” gastos (que no son pocos, al contrario que antes), y la otra parte la sufragan – como pueden-los progenitores.
Es verdad que ahora en la mayoría de los hogares trabajan los dos cónyuges, y aumenta el ingreso familiar. O que sigue habiendo jóvenes que ayudan a sus padres en cuanto tienen empleo (sobre todo en familias que lo necesitan). Pero eso ocurre en tiempos de bonanza económica. En tiempos de crisis, como sucede ahora, el paro golpea a las familias, y entonces debe recordarse que el paro más alto es el de los jóvenes, que a su vez afrontan unas condiciones de empleo particularmente precarias (contratos temporales, sueldos de miseria, etcétera.). También es verdad que hay más ayudas a las familias, pero ni están especialmente dotadas, ni muchas veces son conocidas por quienes realmente las necesitan. En resumen, si al consumo desaforado de nuestros días sumamos el retraso de la edad de entrada al primer empleo, el paro galopante y la escasez en las ayudas a las familias, es fácil deducir por qué hoy en día ser una familia numerosa (en especial si los hijos son menores de edad) deviene un factor de altísimo riesgo ante situaciones de crisis. Lo que nos debería dar que pensar sobre lo mal que lo deben estar pasando ahora estas familias, y sobre qué hábitos actuales son en realidad muy malos hábitos.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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