Por Richard Youngs, director general de Fride (EL PAÍS, 01/04/11):
Por fin la comunidad internacional ha reconocido sus errores en el norte de África y Oriente Próximo y ha prometido cambiar su política hacia el mundo árabe. Pero es desalentador que tantas cosas hayan tenido que pasar para que los líderes occidentales se dieran cuenta de lo que ya se veía venir: muchos países árabes llevaban años al borde del estallido de la violencia por la falta de reformas políticas, sociales y económicas.
Ahora, los Gobiernos occidentales y la alta representante de la Unión Europea, Catherine Ashton, no paran de decir que van a “apoyar el futuro”; no se sabe muy bien qué habría que hacer para apoyar el pasado. Pero el futuro político de la región todavía es incierto. Uno de los principales retos consiste en ayudar a las poblaciones que ya han acabado con la dictadura, otro en ejercer presión sobre aquellos regímenes que se muestran más aptos para eludir el cambio democrático antes de que sea demasiado tarde. Las lecciones aprendidas en Libia deberían ser suficientes: en vez de centrarse en “cómo reaccionar”, es mejor prevenir y apoyar la reforma política.
Recientemente, la Comisión Europea y la Alta Representante han presentado propuestas para una Asociación para la Democracia y la Prosperidad Compartida; ideas muy loables y bienvenidas. Sin embargo, hace falta mucho más que buenas intenciones. En ese sentido, es casi mejor apuntar lo que no se debería hacer en el nuevo Oriente Próximo. La otra cara de la moneda de los siguientes “noes” son los “síes” que podrían servir de guía para la acción internacional:
1. No crear expectativas que luego no se puedan cumplir. Las falsas promesas perjudican la reforma. El Proceso de Barcelona, creado para manejar las relaciones con los países del Mediterráneo, había prometido muchas cosas en materia de ayuda y comercio que nunca se cumplieron. Ahora, pocos en el mundo árabe piensan que los Veintisiete sean capaces de ejercer una presión significativa.
2. No apostar por grupos o individuos específicos. Todos dicen haber aprendido que no se debe favorecer a ningún grupo en particular, pero los Gobiernos occidentales parecen incapaces de resistir la tentación de apoyar a los individuos que consideran los reformistas más prometedores, moderados y carismáticos. Así no se suele llegar a ningún lado.
3. No fijarse solo en las élites. A menudo los que se dedican a promover la democracia por el mundo se obsesionan con las élites y se olvidan de las normas institucionales subyacentes. Estas pueden parecer menos urgentes en medio de las protestas, pero cuando la reforma se relega a un segundo plano o se pospone, las transiciones tienden a flaquear más adelante. No hay más que mirar a Irak.
4. No ignorar a los países donde todavía no se ha dado el cambio democrático. Es necesario apoyar a Túnez y Egipto. Pero hacen falta aún más esfuerzos con respecto a los regímenes que se muestran más resistentes a la presión de la sociedad. Hasta ahora, hay pocos indicios de que la comunidad internacional esté tomando nuevas medidas con relación a países como Arabia Saudí o Siria.
5. No caer en la trampa de las reformas a medias. No se debe confundir la prisa de algunos países árabes por repartir enormes subsidios entre sus poblaciones con el fin de evitar las protestas masivas, con un verdadero compromiso hacia la reforma. Desafortunadamente, varios líderes internacionales ya están alabando las medidas -insignificantes y claramente cosméticas- en países como Marruecos, Jordania, Bahréin y Kuwait.
6. No ignorar los riesgos derivados de la captura del Estado. A menudo Occidente ha apoyado a nuevos demócratas, incluso cuando estos han intentado apropiarse de los recursos estatales al igual que el régimen saliente. Hace falta no solo apoyar a los reformistas, sino también ayudar a desarrollar las normas institucionales para evitar que la esfera política (re)colonice las instituciones del Estado, especialmente en países ricos en hidrocarburos como Libia.
7. No militarizar la construcción de la democracia. El aparato de seguridad del Estado necesita ser democratizado y estar sujeto a un control civil, aun cuando parezca que eso podría complicar las cosas. Incluso en ocasiones en las que el ejército desempeña un papel positivo, ante la falta de una reforma del sector de la seguridad los militares podrían llegar a menoscabar la consolidación democrática. El miedo a los islamistas en Egipto, por ejemplo, no debería dejar el poder en manos del ejército por tiempo indefinido, ya que podría impedir que un nuevo Gobierno asuma el mando de la política exterior y de seguridad, socavando la legitimidad del control civil y fomentando la aparición de grupos extremistas.
8. No agravar las dificultades que existen para organizar elecciones. No sirve solo apoyar la celebración de nuevos comicios en Túnez, en Egipto y en otros lugares. Dado que los Gobiernos occidentales y el Servicio Europeo de Acción Exterior ya están enviando observadores para supervisar los procesos electorales, hace falta comprender el contexto político más amplio que influye en todo el ciclo electoral. Con frecuencia, la comunidad internacional no entiende las formas sutiles de intimidación e influencia que ejercen los regímenes en la región (tanto los que se encuentran en el poder como los de transición). Al final, se acaba por legitimar unos comicios manipulados. Asimismo, a menudo se ha preferido ignorar algunas de las imperfecciones de las primeras elecciones celebradas en un país tras el cambio democrático, principalmente por temor a desestabilizar al nuevo Gobierno. Pero eso deja la vía libre para que la nueva élite gire la balanza a su favor creando desperfectos electorales que a la larga serán más difíciles de corregir.
9. No olvidar a los partidos políticos. Un problema recurrente consiste en que la asistencia internacional se centra en el Estado y en la sociedad civil, pero brinda muy poco apoyo a la sociedad política. Los partidos políticos son el vínculo clave entre la organización cívica y el Estado. La necesidad urgente de aglomerar movimientos cívicos espontáneos y crear organizaciones políticas inclusivas ya es evidente en el mundo árabe. Actualmente, la debilidad del sistema de partidos constituye una barrera a la consolidación democrática y, en muchos casos, incluso 20 años después del proceso formal de transición.
10. No confundir democratización con europeización. Es posible que los nuevos Gobiernos árabes quieran adoptar algunas de las normas y regulaciones occidentales, pero exportar todo el acquis communautaire no beneficiará necesariamente el proceso de democratización. Podría llegar a generar la percepción de que la UE intenta vender procesos institucionales bajo la bandera de la reforma del Estado de derecho que sirven más a los intereses de los inversores europeos que a la justicia local. Hay que intentar incorporar parte de las estructuras e identidades tradicionales, incluso si algunas son consideradas no liberales. En caso contrario, esas formas tradicionales podrían resurgir y perjudicar el proceso de reforma. En Libia y otros países, el papel de las identidades tribales se hace notar a medida que colapsan las estructuras del Estado y hay que prestar la debida atención.
Por último, compartir con los países árabes las experiencias occidentales de transición es una parte clave de las respuestas a las revueltas, pero hay que tener cuidado. Los activistas árabes ya saben cómo llevar a cabo una transición democrática. Necesitan ayuda material, no lecciones abstractas. En el mejor de los casos, decirles qué tienen que hacer es algo tangencial a la necesidad de solucionar los problemas relacionados con las dinámicas internas de poder. En el peor, podría servir para resaltar el hecho de que los Veintisiete seguirán sin ofrecer el incentivo de la ampliación al norte de África, el único aspecto de la política europea de promoción de la democracia que realmente ha servido para fomentar la reforma en otras partes del mundo durante los últimos 25 años.
Los jefes de Estado y de Gobierno occidentales, así como los diversos representantes de la política exterior europea, deberían enfocar sus (limitados) recursos y sus capacidades diplomáticas en las áreas políticas que podrían tener un impacto más significativo sobre el futuro de Oriente Próximo y el norte de África. Incluso si las cosas empiezan a ir bien, es necesario mantener el apoyo y la presión en el largo plazo. Esta es la oportunidad de una generación; necesitaremos otra generación completa para cosechar todos los frutos.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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