Por Edward N. Luttwak, experto del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS) de Washington (LA VANGUARDIA, 08/04/11):
La próxima vez que la Liga Árabe celebre una reunión urgente para hacer un llamamiento a favor de un gobernante árabe especialmente sanguinario enfrascado en la tarea de atacar a sus propios súbditos, EE. UU. debería responder con cálidos elogios y sus mejores deseos transmitidos de todo corazón. Al fin y al cabo, la Liga Árabe es fundamentalmente una reunión de monarcas y dictadores no electos y la verdad es que infunde ánimos observar a todas esas poderosas figuras esforzándose sin embozo alguno por superar sus propias limitaciones…
Sin embargo, EE. UU. no debería usurpar las funciones y tareas de signo militar que pueden realizar cumplidamente las propias fuerzas armadas de la Liga Árabe frente al prevaleciente punto de vista en contra. El cazabombardero F-15E Strike Tagle que se estrelló en Libia el 21 de marzo – los dos tripulantes se eyectaron pero se perdió una aeronave valorada en ocho millones de dólares-había iniciado su misión partiendo de larga distancia, desde la base aérea de Lakenheath, en Inglaterra. Esto es, a 2.960 kilómetros de Bengasi en línea recta, salvo que debe añadirse que la distancia recorrida fue de hecho aún mayor porque el avión hubo de hacer escala en Aviano (Italia) para repostar. El F-15E es un bimotor biplaza muy potente de tripulación muy competente y experimentada, pero con las defensas antiaéreas libias fuera de combate y los objetivos fácilmente distinguibles en la límpida atmósfera del desierto, un F-16 egipcio o un MiG-29 argelino procedentes de bases mucho más próximas podrían haber bombardeado igualmente el blanco. La fuerza aérea egipcia han recibido su parte correspondiente de ayuda militar estadounidense a Egipto en millardos de dólares y sus pilotos, por otra parte, están ociosos. Y para la fuerza aérea argelina debería ser un alivio defender a la población civil en lugar de atacarla.
No obstante, la razón principal de por qué no debería repetirse el error de la intervención libia es, por supuesto, de carácter político. EE. UU. posee intereses en el mundo árabe que merecen defenderse, y este tipo de intervención – ayudar, por ejemplo, a un aliado frente a un ataque iraní-podría resultar necesario y además sería útil. Indudablemente, mejoraría la credibilidad de EE. UU. y reuniría apoyos para las políticas estadounidenses en la región, como sucedió con la operación de rescate de un invadido Kuwait en 1991.
No puede decirse lo mismo de la intervención libia ni de ninguna otra intervención estadounidense en nombre de la democracia o de los derechos humanos. El mundo entero, incluidos árabes e iraníes, acaba de presenciar cómo reacciona Washington cuando la familia gobernante suní de Bahréin hace uso de la fuerza para reprimir a su mayoría chií para, acto seguido, solicitar la ayuda de la Guardia Nacional saudí comandada por miembros de tribus wahabíes para sumarse a la represión de su propio pueblo. EE. UU. tiene una base naval en Bahréin y es de creer que goza de notable influencia sobre los líderes de ese país. Los saudíes, a su vez, no pueden hacer caso omiso de EE. UU., pues confían en su protección. No obstante, Washington no realizó iniciativa alguna para poner coto a la opresión sobre la mayoría chií de Bahréin. A juicio de los chiíes de India, Pakistán, Irán, Iraq y Líbano, la prueba del cinismo e hipocresía estadounidenses es concluyente y mina el poder e influencia de Estados Unidos.
Lo propio debe decirse sobre una intervención en relación con los derechos humanos.
El régimen saudí tiene sus virtudes, incluida la moderación en la gestión de las políticas tanto sobre la región como sobre el petróleo. Pero es el mayor violador de los derechos humanos en toda la región. Los iraníes, a veces, matan mujeres acusadas de adulterio así como homosexuales inculpados e imponen severas cortapisas a las mujeres. Pero en el caso de la jurisdicción penal saudí ya resulta rutinario decapitar o cercenar manos, piernas, orejas y lenguas. Los derechos religiosos están muy limitados en el caso de los chiíes y son negados totalmente a los no musulmanes: en el extremista y fanáticamente antiisraelí Irán, las sinagogas funcionan todos los sábados, pero en Arabia Saudí unos dos millones de trabajadores cristianos no pueden practicar su religión salvo en secreto y con gran riesgo de encarcelamiento, castigos corporales y expulsión del país. En cuanto a los derechos de las mujeres, han estado durante mucho tiempo a punto de ser ampliados, pero de momento ninguna mujer puede conducir y toda mujer de cualquier edad necesita el permiso de un familiar masculino, que podría ser un hijo de trece años, para realizar algo de ese tipo. En la medida en que Estados Unidos es el principal protector de Riad, no puede declararse defensor de los derechos humanos cuando interviene en Libia o en cualquier otro lugar del mundo árabe.
Ni tampoco cabe afirmar legítimamente que el propósito estadounidense en Libia se limita a proteger vidas civiles. Pero si el motivo es exclusivamente humanitario, una vida no debería importar más que otra, y en tal caso EE. UU. debería concentrar sus esfuerzos en África,donde son asesinados muchos más en combates en Congo y últimamente en Costa de Marfil que los que estuvieron en peligro en algún momento en Libia.
La próxima vez que la Liga Árabe trate de superar sus limitaciones para hacer un llamamiento a favor de la protección de civiles árabes atacados, EE. UU. debería elogiarlo… y aguardar el envío de fuerzas militares árabes para tal protección.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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