Por Giancarlo Santalmassi, periodista. Traducción de Carlos Gumpert (EL PAÍS, 02/04/11):
Resultan realmente extrañas ciertas historias paralelas y entrecruzadas de estos inicios de 2011. Estoy hablando de las de Berlusconi y Gadafi: la supervivencia de los amigos (aparentemente) derrotados.
En los primeros días del conflicto libio, el raís parecía que iba a durar como máximo unas semanas. Pero ha mantenido el control de Trípoli, llegó a estar a las puertas de Bengasi y ha aprovechado que el ejército se fuera consumiendo entre la vetustez del armamento y los míseros sueldos de los soldados (así, en caso de adhesión a los rebeldes, no se les unirían más que fuerzas irrelevantes); y ha decidido apostar por tropas mercenarias bien pagadas, adiestradas y armadas de forma moderna y eficaz.
En el caso de Silvio Berlusconi, lo mismo. Hace tres meses se le daba por desahuciado. Después abandonó a su destino a la tercera autoridad del Estado, esterilizando así la escisión del presidente del Parlamento, Gianfranco Fini, de la coalición de Gobierno; consiguió mantener bajo su control Palazzo Chigi, la sede del Ejecutivo, conservando la mayoría aunque fuera por tres votos; fue conquistando para su causa su propia cuota de mercenarios, promoviendo las defecciones en campo adversario y fichando a los prófugos con la perspectiva de un posible escaño parlamentario, la presidencia de alguna comisión aneja, o un sillón ministerial (que acabó cayendo en un siciliano investigado por los jueces por complicidad mafiosa) en la remodelación del Gobierno.
Diferencias también las hay. La resistencia de Gadafi pone en peligro las relaciones internacionales y los aun precarios equilibrios de la región. Además, han desaparecido las amazonas que hasta ahora servían de aureola al raís. Las 40 muchachas con ropa de campaña, cinturón, tacones, boina roja y maquillaje anti-motín, a las que él parecía preferir por ser “más dignas de confianza que los hombres”, han dejado de verse. Desde el comienzo de las revueltas, Gadafi solo se muestra en público rodeado por militares varones. “¿Las habrán despedido o se han esfumado?”, se pregunta el propio diario panárabe Al Quds Al Arabi. Algunas fuentes afirman que las 40 vírgenes (han jurado guardar su castidad) se han atrincherado con él en el interior de su búnker de Trípoli.
La resistencia de Berlusconi es distinta. De sus mujeres, mayores o menores de edad, no ha desaparecido ninguna (al contrario, la famosa Ruby ha participado incluso en el ex “gran” baile de los debutantes de Viena. Y, por encima de todo, ninguna de ellas ha jurado guardar su castidad). Más importante es que las consecuencias de su aguante se vuelcan sobre todo en el interior del país, descargándose en especial sobre las formaciones de centro y de la oposición. Los centristas Casini y Rutelli se hallan entre dos fuegos.
Por un lado, una reconquistada mayoría berlusconiana (el número final constatado de diputados que le son favorables asciende a 330);por otro, una cada vez mayor evanescencia del Partido Democrático (PD). La respuesta del mayor partido de oposición a la remontada de Berlusconi ha consistido en la entrega en el Parlamento de 10 millones de firmas recogidas a favor de la dimisión del presidente. A pesar de las acusaciones, los juicios y los periódicos, los sondeos no reflejan una caída significativa del Pueblo de la Libertad. En ascenso, en la intención de voto de los italianos, sí parece estar la suma del centro-izquierda y del centro. Pero, ¿adónde puede ir a parar un cúmulo de siglas que no pasa de mera suma aritmética y que queda muy lejos, desde luego, de parecerse a una alternativa política?
El exsecretario del PD Walter Veltroni vuelve al ataque del actual secretario (y seguidor de D’Alema) Pierluigi Bersani. Entre los dos líderes del partido, Veltroni y D’Alema, anida el resentimiento desde hace más de tres lustros. Es opinión común que ambos acabarán antes o después por tirarse sus dentaduras postizas el uno al otro. No hay programa, no hay propuestas. Ni certeza alguna sobre las candidaturas a las alcaldías (se vota en mayo, dentro de dos meses). En Nápoles, las primarias para elegir al candidato a alcalde del PD acabaron con su anulación por fraude y la intervención del partido local, y los 44.000 napolitanos que fueron a las urnas sienten que les han tomado el pelo. Mientras Di Pietro ha presentado como candidato a un juez, De Magistris, Bersani ha dicho que “no es el momento de los jueces”. Eso sí, 10 días después de pedirle precisamente a un magistrado, Raffaele Cantone, que se presentara a alcalde, recibiendo como respuesta un “no, gracias”.
Berlusconi ha presentado un proyecto de reforma constitucional de la justicia, que ha incluido muchas de las modificaciones que fueron acordadas hace 14 años en la comisión bicameral presidida por D’Alema. La respuesta del PD es siempre “no”. Y, con todo, la justicia en Italia hace años que ha dejado de ser el servicio axial propio de toda democracia occidental. Es convicción general que debe impedirse a los fiscales actuar después como jueces. Sin necesidad de desempolvar la tragedia de Enzo Tortora (el famoso presentador televisivo injustamente acusado de camorrista y sometido a un calvario judicial), basta con recordar en Aosta el caso de un fiscal que acabó casándose con la novia de un procesado. Es razonable conceder la atención necesaria a la justicia penal: nos jugamos el derecho fundamental a la libertad. Pero atañe a 50.000 personas al año y, como mucho, una vez en la vida. En cambio, la justicia civil nos atañe a todos y casi todos los días. Y reorganizar la justicia civil significaría eliminar el caldo de cultivo de los comportamientos mafiosos (porque tener que esperar décadas antes de obtener una sentencia puede empujar a más de uno hacia formas de persuasión más enérgicas, y de naturaleza bien distinta).
También en España se conoce el juego de los trileros: el ciudadano pierde siempre. Es lo que ha pasado una vez más en Italia. La reforma de la justicia ha quedado aparcada y Berlusconi sigue adelante con la ley del proceso breve para escapar de sus juicios. El ciudadano pierde, él gana. Mientras tanto, la oposición vuelve a hacer de las suyas y D’Alema se pelea con la presidenta del Partido Democrático, Rosy Bindi, una católica. El tema es si abandonar el Parlamento o seguir aguantando las embestidas ad personam del jefe de Gobierno. Un panorama seductor si hubiera que votar, ¿verdad?
En definitiva, si Italia no morirá democristiana, como se decía en otros tiempos, con toda probabilidad morirá berlusconiana.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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