Por Henry I. Miller. Trabaja en Filosofía Científica y Políticas Públicas en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Fue funcionario del gobierno de Estados Unidos entre 1977 y 1994 (Project Syndicate, 08/04/11):
El terremoto –y los problemas relacionados con el tsunami en la planta de energía nuclear Daiichi Fukushima de Japón- han inspirado una infinidad de comentarios y especulaciones. Desafortunadamente, gran parte del debate sobre el desastre y sus implicancias ha sido problemático y estuvo caracterizado por la desinformación.
Los niveles de radiación han aumentado hasta 40 veces el nivel normal a 20 kilómetros de la planta de Fukushima; se ha detectado una mayor radioactividad en leche, pescado y una variedad de verduras cultivadas en la región; y el agua potable en Tokio, a 225 kilómetros de Fukushima, ha sido declarada no apta para el consumo por parte de los niños. Varios países han prohibido las importaciones de leche y verduras provenientes de la zona afectada.
¿Qué vamos a hacer con todo esto?
La radiación a estos niveles plantea una amenaza mínima para la salud humana para todos aquellos que estén fuera del área inmediata de la estación de energía nuclear. Gran parte de la radiación es Yodo-131, lo cual es una buena noticia por varias razones. Primero, este isótopo tiene una vida media corta –sólo unos ocho días-, de modo que cae a niveles insignificantes en poco tiempo (en 10 semanas, queda menos del 0,1%). Segundo, indica que la causa de la radiación es el propio reactor, y no barras de combustible usadas (que almacenan radioisótopos mucho más peligrosos y de más larga vida). Tercero, existe un antídoto efectivo y de fácil alcance para aquellas personas en riesgo: yodo no radioactivo, disponible en tabletas o en líquido, que bloquea la absorción del Yodo-131 en la glándula tiroides.
Es más, los límites para la radioactividad en los alimentos normalmente incorporan órdenes de magnitud del margen de seguridad, y se predican para una ingesta a largo plazo. Y los límites para la exposición a la radiación en Japón son incluso más conservadores (es decir, más bajos) que los establecidos por las agencias internacionales.
Otro factor que podría mitigar el daño de la radiación es un fenómeno llamado hormesis –una relación bifásica dosis-respuesta en la que algo como un metal pesado tóxico o una radiación iónica que es perjudicial en dosis moderadas a altas puede en realidad producir efectos benéficos adaptativos en dosis bajas. En otras palabras, no vemos una relación completamente lineal entre la dosis de la potencial toxina y un efecto nocivo; más bien vemos una distribución que parece algo así como una “marca de verificación”, con una concentración en el eje horizontal y algún grado de daño en el eje vertical.
La hormesis es un subproducto de la evolución. Desde los comienzos de la vida en la tierra, los organismos han estado expuestos a condiciones potencialmente severas, donde las células individuales han estado frecuentemente expuestas a sustancias tóxicas como agentes químicos y radiación. Para evitar una muerte temprana y la extinción, los organismos desarrollaron mecanismos complejos para hacer frente a este tipo de peligros ambientales, que incluyen la alteración de la síntesis de ácidos nucleicos y proteínas para activar vías de protección o reparar el daño.
Por ejemplo, el biólogo Paul Z. Myers de la Universidad de Minnesota describió un estudio animal en el que embriones de peces experimentan una toxicidad no lineal a partir del alcohol, una toxina que causa serias deformidades en los embriones del pez cebra en altas dosis y una exposición prolongada. Según Myers
“He realizado series de concentración, donde expusimos a grupos de embriones a concentraciones cada vez mayores, y de allí extrajimos una excelente curva lineal: una mayor cantidad de alcohol lleva a una mayor frecuencia y severidad de los defectos de la media línea y el arco branquial. Con una excepción: en bajas concentraciones de aproximadamente 0,5% de alcohol, los embriones tratados en realidad han reducido las tasas de mortalidad relativas a los controles, y no han registrado anomalías en el desarrollo.”
En otras palabras, parece haber una especie de sobrecompensación que explica los mecanismos protectores mejorados que son generados por pequeñas cantidades de una toxina. Los mecanismos protectores se activan en un grado mayor de lo que sería necesario simplemente para neutralizar la amenaza, lo que resulta en un efecto benéfico neto.
Existen algunos estudios epidemiológicos que se anuncian como que ofrecen ilustraciones en el mundo real de hormesis en seres humanos, pero tienen deficiencias notables. Un excelente análisis que hizo de ellos el cirujano oncólogo David H. Gorski, M.D. y Ph.D., (http://www.sciencebasedmedicine.org/?p=11636), generó la exageración escandalosa por parte de una experta estadounidense de los probables beneficios de la hormesis en Japón. La mujer declaró que “la única buena noticia es que alguien expuesto a la radiación de las plantas de energía nuclear hoy probablemente tengan menos probabilidades de contraer cáncer”.
Pero eso sería solo válido para exposiciones incrementales a la radiación a niveles extremadamente bajos. A la luz de lo que ahora sabemos –e incluso con los datos que probablemente tengamos en el futuro cercano-, no podemos estar seguros sobre las exposiciones. Algunos trabajadores de Fukushima probablemente hayan recibido dosis más altas de radiación (no sólo de I-131, sino también de otros radioisótopos más peligrosos y de más larga vida, como el Cesium-137) de las que activarían la respuesta hormética; en marzo, tres trabajadores sufrieron quemaduras por radiación con agua altamente radioactiva que penetró su ropa protectora. Y la gente (especialmente bebés o niños) expuestos a altos niveles de I-131 antes de que se los pudiera proteger con la profilaxis de yodo también pueden haber recibido dosis que generen cáncer.
Algo es seguro: salvo en dosis extremadamente bajas –tal vez apenas más altas que los niveles del entorno- la radiación produce cáncer. Más allá de eso, la física de radiación y la hormesis son fenómenos muy crípticos y complejos, y entenderlos requiere algo más que un conocimiento superficial.
Si quieren entender todos los matices, obtengan un diploma de ciencia en el MIT o en el Eidgenössische Technische Hochschule de Zúrich. De lo contrario, sigan en sintonía, aprendan de los expertos y no saquen conclusiones apresuradas.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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