Por Ian Buruma, autor de, entre otros libros, A Japanese Mirror (Un espejo japonés), Inventing Japan (La invención de Japón) y The Wages of Guilt: Memories of War in Germany and Japan (El precio de la culpa: Recuerdos de la guerra en Alemania y Japón). Traducido del inglés por David Meléndez Tormen (Project Syndicate, 07/04/11):
En raras ocasiones -de hecho, tal vez no desde la Segunda Guerra Mundial- los japoneses han tenido tanta buena prensa en el extranjero. Hasta los periódicos de Corea del Sur han abundando en palabras de elogio por la autodisciplina de los japoneses comunes y corrientes en circunstancias extremas. Y, viniendo de los coreanos, por lo general no grandes fanáticos de Japón, eso no es poca cosa.
Sin embargo, cuando se trata de los funcionarios japoneses las cosas son un poco diferentes. Ha habido muchas quejas de los observadores extranjeros, los equipos de ayuda, los periodistas y los portavoces del gobierno por la falta de claridad, por no hablar de fiabilidad, de las declaraciones oficiales japonesas sobre los diversos desastres acaecidos tras el intenso terremoto que sacudió el noreste de Japón el 11 de marzo. Dio la impresión de que se intentó ignorar, ocultar o minimizar deliberadamente problemas de enorme gravedad.
Peor aún, pocas personas tenían alguna idea de quién era responsable de qué. A veces parecía como si los funcionarios de la Tokyo Electric Power Company (TEPCO), empresa propietaria de las centrales nucleares que están sufriendo fugas radiactivas por tierra, mar y cielo, estuviesen ocultando información al gobierno japonés mismo. En un momento dado, el primer ministro Naoto Kan tuvo que preguntar a los ejecutivos de TEPCO , “¿Qué diablos está pasando?” Si Kan no lo sabía, ¿cómo podría saberlo alguien más? De hecho, los poderosos burócratas del Japón, de los que por lo general se supone que saben lo que están haciendo, parecían estar tan a ciegas como un político recién electo.
Fuera de Japón, mucha gente cree que todo funciona de forma diferente ahí, debido a la exótica cultura del país. Esta percepción no es del todo falsa. Un aspecto importante de la cultura es el uso del lenguaje. A menudo las declaraciones de los funcionarios japoneses son deliberadamente vagas, para no tener que asumir la responsabilidad si las cosas resultan mal, rasgo bastante universal entre los poderosos. Sin embargo, algunas expresiones pueden “perderse en la traducción”. Cuando un funcionario japonés dice que va a tomar algo “muy en cuenta”, quiere decir “no”. Esto no siempre se entiende bien.
En el caso de la respuesta oficial de Japón a los desastres relacionados con el terremoto y tsunami, sin embargo, el exotismo cultural no es una explicación adecuada. De hecho, los propios japoneses han sido tan críticos como cualquier extranjero, si no más, de la aparente desorientación de sus políticos y de las evasivas y ofuscaciones de los funcionarios de TEPCO.
Algunas personas incluso están abandonando la relativa seguridad de Tokio, tras haber perdido la confianza en el gobierno y TEPCO, que tiene un historial de encubrimientos de fallas peligrosas en sus instalaciones nucleares. Una investigación realizada en 2002 reveló que TEPCO había presentado datos falsos al gobierno, ocultado accidentes y, literalmente, cubierto grietas.
La ruptura de la confianza pública en los funcionarios públicos japoneses sería preocupante si condujera a una ruptura democrática. Pero también podría dar lugar a cambios necesarios. A pesar de que los sistemas de gobierno pueden tener ciertos componentes tradicionales, los problemas de Japón son sistémicos, no culturales.
El gobierno japonés siempre fue paternalista y la cadena de mando, compleja y vaga. Durante la guerra, el emperador era omnipotente en teoría, pero relativamente sin poder en los hechos. Pero nunca hubo un dictador, tampoco. Las decisiones surgían de turbias negociaciones y las rivalidades ocultas entre los burócratas, los cortesanos imperiales, los políticos y los militares, a menudo empujaban en una u otra dirección por distintas presiones internas y externas, algunas de ellas violentas.
El orden político de post-guerra, aunque ya no beligerante, fue igual de turbio, con burócratas que actuaban como titiriteros de políticos con financiación insuficiente y mal informados, que llevaban a cabo operaciones regionales en que se asignaban fondos del estado para fines electoralistas en connivencia con las grandes empresas, que a su vez trabajaban en colusión con los burócratas. En tanto que Japón tuviera como misión ponerse al día con Occidente, y los recursos públicos e industriales se concentraran en el crecimiento económico, el sistema funcionaba bastante bien.
De hecho, era la envidia de muchos occidentales, hartos de los grupos de presión con intereses propios, los molestos sindicatos y los políticos entrometidos. Son los mismos occidentales que hoy a menudo sienten el mismo encantamiento con el sistema político paternalista de China, igual de opaco e impenetrable.
Pero fue este sistema lo que produjo los problemas que hoy se relacionan con TEPCO. Estrechas camarillas de burócratas y funcionarios corporativos se aseguraron de que una empresa de servicios públicos vital para el crecimiento económico nunca se viera obstaculizada por reglamentaciones estrictas ni la supervisión política. Las cómodas relaciones entre los funcionarios del gobierno y el mundo empresarial – y no sólo en el caso de TEPCO – se reflejaron en el gran número de burócratas jubilados que asumieron puestos en las juntas directivas de las empresas que supuestamente habían regulado
Muchos japoneses son conscientes de estos problemas, lo que explica por qué votaron por el Partido Demócrata de Japón (PDJ) de Kan en 2009, rompiendo el monopolio político ejercido por medio siglo por el conservador Partido Liberal Demócrata. Uno de los objetivos declarados del gobierno del PDJ era aumentar la transparencia del sistema político: menos autoridad oculta para los burócratas, más responsabilidad para los políticos electos.
Las secuelas del terremoto son, pues, un hito potencial. Si se culpa al relativamente inexperto gobierno de Japón por todo lo que sale mal, la gente tal vez desee refugiarse en las turbias formas del paternalismo conocido. Si, por el contrario, suficientes personas se dan cuenta de que las viejas costumbres son el problema en lugar de la solución, las reformas democráticas aún tendrán la oportunidad de buscar imponerse.
Eso echaría por lo menos un rayo de luz sobre la oscuridad que envuelve al Japón de hoy.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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