Por Enrique Rojas, catedrático de Psiquiatría (EL MUNDO, 08/04/11):
Se puede afirmar sin temor a exagerar que el mundo se ha psicologizado. Cualquier análisis de la realidad que se precie va a descansar en el fondo sobre elementos psicológicos. ¿Por qué? ¿Qué ha pasado para que se haya operado este cambio tan marcado? ¿Cuáles podrían ser las claves que expliquen este fenómeno? No se puede dar una respuesta sencilla que resuma todo lo que está sucediendo. Son muchos los factores que han originado esta instalación en el campo de la psicología de una gran parte de la humanidad.
Para relacionar esto hay que señalar las luces y sombras de nuestra época actual. Tenemos haber y debe positivo y negativo. Por una parte están los grandes avances alcanzados, las cimas a las que ha accedido el hombre en estos últimos años. El despegue de la ciencia moderna, la acelerada tecnificación, que nos ha permitido conquistar metas hasta ahora insospechadas, la revolución informática, que es capaz de simplificar los sistemas de ordenación y procesamiento de datos. También hay que subrayar la denominada revolución de las comunicaciones: ya no hay distancias en el mundo. Internet es el puente levadizo hacia un mundo interconectado. Y en pocas horas nos plantamos en el otro extremo de la tierra; esto era hace tan solo unos años algo impensable.
De otro lado, se han despertado muchas conciencias dormidas, tales como los derechos humanos, la democratización de una gran mayoría de países que viven en libertad -ahora la llama de la democracia se expande por los países musulmanes de Oriente Medio- y la progresiva preocupación por la justicia social, que ha llevado a una equidad mayor por un lado y a la existencia de una clase media cada vez más sólida y estable por otro. Los altos niveles de confort y bienestar han cambiado la vida del ser humano de nuestros días, sobre todo si lo comparamos con el de principios de este siglo o si nos remontamos a la última etapa del siglo XIX.
Hay que señalar también, en este balance positivo, la riqueza cultural de la actualidad, que va desde la música a la literatura, pasando por la pintura, la escultura, la ordenación de nuevos y grandes museos. La conciencia ecológica, que demuestra una nueva sensibilidad por la naturaleza, los espacios verdes y su posible degradación y, además, la nivelación hombre/mujer; se está superando el machismo tradicional y se avanza hacia un feminismo bien entendido, que respeta y valora la condición femenina, y que reconoce que la mujer no puede estar discriminada en tareas intelectuales, políticas, artísticas, docentes, etcétera.
Pero en la cultura occidental actual hay sombras importantes. Algunas insospechadas, sorprendentes. Los ismos más importantes son los siguientes: de un lado, el materialismo: sólo cuenta aquello que es tangible, que se toca y se ve; es como el destino casi último de la sociedad de la abundancia. Junto a él se alinea el hedonismo, que pone como bandera fundamental el placer y el bienestar. Ambos nos dan una mezcla muy singular. Sólo cuenta la posesión y el disfrute de unos bienes materiales que, por muy abundantes que sean, siempre terminan dejando insatisfecho el corazón humano. De ahí brotará una vivencia de la nada, que esta muy cerca de lo que supone la experiencia de la ansiedad. Materializado el ser humano en sus aspiraciones mas profundas, terminará deslizándose hacia una nueva decadencia.
Hay que subrayar también, como puntos negativos, la permisividad: no hay cotas, ni lugares prohibidos; hay que atreverse a todo, hay que probarlo todo, curiosear todos los rincones y recovecos de la intimidad humana. Hay que ir cada vez mas lejos: llegar a lo inaudito y sorprendente, bordeando territorios antes vedados, y ser así cada vez mas audaces e innovadores. Es importante también el relativismo que ha ido llevando a un marcado subjetivismo; todos los juicios son flotantes, todo depende de algo, como en una especie de cadena de conexiones; todo es relativo. Se produce así una absolutización de lo relativo. Además, el consumismo; ésta es una nueva forma de liberación. Estamos destinados a consumir, objetos, cosas superfluas, información, revistas, viajes, relaciones; se trata de tener cosas. La pasión por consumir. Hay a nuestro alrededor un exceso de reclamos , tirones, estímulos, y decimos que si a casi todos ellos. De aquí surge un nuevo hombre; embotado, repleto de cosas, pero vacío interiormente. Va a ir siguiendo la ruta de la ansiedad, que terminará en una forma especial de melancolía e indiferencia.
Y salta otro dato en este inventario de factores: la deshumanización. Ha venido de la mano de la ciencia, de la técnica y del materialismo. Las dos primeras bien utilizadas son muy importantes, pero mal empleadas reducen al ser humano y lo degradan. El hombre tecnificado se desdibuja, pierde apoyo y consistencia y llega a posponer el valor del ser humano como tal. Nunca a lo largo de la Historia nos habíamos preocupado tanto del hombre como ahora y a la vez, nunca había estado éste tan olvidado, tan cosificado, tan reducido a objeto. La sociedad actual vive en una permanente contradicción; dice una cosa y hace la contraria; predica unas teorías y en la práctica pone en juego otras muy distintas.
Entramos así en una cierta masificación: gregarismo, todos decimos lo mismo, se repiten tópicos y lugares comunes. Así se alcanza una nueva cima desoladora y terrible: la socialización de la inmadurez, que va a definirse por tres notas muy especiales: la desorientación, es decir, el no saber a que atenerse, el carecer de criterios firmes, el flotar sin brújula, poco a poco a la deriva; la inversión de los valores: esto es, una nueva fórmula de vivir, el atreverse a diseñar la vida con unos esquemas brillantes y descomprometidos, pero sin fuerza, en una especie de ejercicio circense parecido al mas difícil todavía, pero en aras de una libertad voceada y ruidosa; y, en tercer lugar, el vacío espiritual: que no comporta ni tragedia ni apocalipsis, personas sin respuestas a los grandes interrogantes de la vida.
Como vemos, la ansiedad va surgiendo de aquí y de allá en este recorrido analítico. Pero hay mas aspectos que caracterizan esta cultura occidental de nuestros días y que no quisiéramos pasar por alto. Hay que mencionar la exaltación del erotismo y la pornografía inflados y a la carta: el ser humano queda rebajado, envilecido, reducido a la categoría de objeto. Es el sexo-máquina; orgía repetitiva y sin misterio. Se consume sexo. Y, al final, asoma de nuevo un vacío que es hartura y cansancio del ejercicio del sexo trivializado, convertido en un bien de consumo sofisticado. Los mercaderes del sexo ofrecen sus materiales, atreviéndose cada vez a ir más lejos, a llegar casi al límite de la destrucción de lo mas humano del hombre. Lo de internet es enfermizo.
El autor francés Gilles Lipovetsky ha definido esta época como «la era del vacío». Y Alain Finkielkraut concluye así: «Una sociedad finalmente convertida en adolescente. Glucksmann prefiere definirla como la sociedad del cinismo». Éste es el nihilismo de nuestros días. Decían los existencialistas que la angustia era la vivencia de la nada; se saboreaban el vacío y la ausencia de contenidos. Es la disolución por ausencia: todo es hueco, laguna, vaciedad, desierto.
Nihilismo que se define en versión inglesa como apatía new look. Desprecio de todos los valores superiores. Indiferencia pura. Es el desierto posmoderno. Se cumple el diagnóstico de Nietzsche, aunque con un poco de retraso; elogio del pesimismo y exaltación del absurdo. Etapa decadente, de apatía de las masas. Indiferencia por saturación de contradicciones: esto ocurre en la gran mayoría de los campos, pero se observa con especial claridad en el campo de la información. Plétora informativa vertiginosa y detallada que termina por ser abrumadora, coyuntural, sin conclusiones personales y sin emociones duraderas. Información no formativa: no conduce a conseguir un hombre mejor, más completo, rico, denso y más preparado; al contrario, llegamos a una versión opuesta; un hombre débil, sin criterio, anestesiado por tanta noticia, dispar, incapaz de hacer una síntesis de todo lo que le llega de aquí y de allá. El destino de todo esto apunta hacia una banda de transición que va de la melancolía a la desesperación, de la ansiedad al suicidio. En conclusión: la vida no merece la pena o es tan banal que el hombre moderno de la cultura occidental vive sin referencias ni puntos de apoyo sólidos. La existencia se hace insostenible.
Hay una novela que resume de alguna manera este tipo de vida. Es del Premio Nobel Saul Bellow y se llama Herzog. Narra la vida de un profesor de la universidad, divorciado por tres veces, que está siempre decaído y sumido en unas brumas ansiosas. Se pasa el día medio tumbado y se escribe cartas a si mismo diciéndose como se encuentra y haciendo, a retazos, un balance de su vida. Desde esa posición personal va construyendo una semifilosofía de la vida.
Y no hay rebelión. Hemos pasado de los conflictos a la era de la ansiedad y de la depresión. Se han ido entronizando la apatía, la dejadez y una especie de neutralidad asfixiante. Para completar el mosaico de contradicciones, por otra parte, el hombre de nuestros días muestra una enorme curiosidad por todo. Quiere saber lo que pasa, lo que sucede aquí y allá. Estar atento y captar los cambios y movimientos que se suceden. Pero sin pretender que eso nos ayude a mejorar, a cambiar en positivo. Es una banalización general, vivir sin ideales, sin objetivos trascendentes, consumir lo más que se pueda… y que pasen los días. La imagen de Woody Allen planea sobre el hombre moderno. Europa agoniza.
Dejo para mi próximo artículo las luces de nuestra cultura, que brillan menos, pero que asoman y se esconden. Y hay que saber tipificarlas.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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