Por Vaira Vike-Freiberga, ex presidente de Letonia, y Antonio Vitorino, ex comisionado portugués de la UE de Justicia y Asuntos Interiores. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen (Project Syndicate, 07/04/11):
Si hay un mensaje reconfortante en la creación de una coalición internacional para proteger a la población civil de Libia, es que Europa todavía cuenta para algo en el escenario mundial. El liderazgo de Francia y el Reino Unido fue vital para el montaje de una alianza de apoyo que incluyera a la Liga Árabe y los Estados Unidos, y para superar las divisiones que a menudo aquejan los intentos de Europa de hacer valer su peso en la escena mundial (Alemania, te estamos mirando).
La intervención en Libia también representa una confluencia de varias tendencias de más largo plazo. La primera “Scorecard” (tabla de calificaciones) anual de Política Exterior Europea, publicada por el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR), identifica esas tendencias en su análisis de 80 temas de política exterior. En conjunto, estas tendencias indican que, a pesar de una postura introspectiva en 2010, Europa está encontrando lo que necesita para contar como actor en el ámbito de la política exterior.
En primer lugar, la iniciativa franco-británica a favor de la intervención es el último ejemplo de política exterior europea impulsada por un pequeño número de estados miembro muy activos. Llegar a un acuerdo sobre cualquier cosa es difícil para una Unión Europea de 27 miembros. Conseguir un acuerdo viable una vez que se ha demostrado liderazgo es mucho más fácil.
De hecho, como muestra la Scorecard del ECFR, un pequeño grupo de países líderes ha sido vital para el enfoque multilateral hacia problemas como la proliferación nuclear de Irán (impulsado por la UE-3 de Alemania, Gran Bretaña y Francia), y lograr que se retomaran las conversaciones internacionales sobre el cambio climático en Cancún, tras la debacle de la cumbre de Copenhague en 2009.
En segundo lugar, los líderes europeos no sintieron la necesidad de esperar a los EE.UU. El mundo de hoy, con sus potencias mundiales emergentes (como la India, Brasil y China) y potencias regionales en ascenso (como Turquía y México), es cada vez más post-estadounidense. Sobre todo después de las experiencias aleccionadoras en Irak y Afganistán, la ex hiperpotencia es ahora el primero entre iguales. Francia y Gran Bretaña presionaron para que se interviniera en Libia, y sólo entonces EE.UU. se alineó con esta postura. Y una vez iniciada la intervención, el presidente Barack Obama no tuvo problemas con permitir que los europeos (y luego la OTAN) asumieran el papel principal.
En tercer lugar, en un mundo post-estadounidense, quienes tomaron la iniciativa de la intervención eran conscientes de la necesidad de actuar multilateralmente. Una coalición de los dispuestos que interviniera en un país árabe no podía estar compuesta sólo de las potencias europeas y EE.UU. El acuerdo de la Liga Árabe fue vital, al igual que la aprobación del Consejo de Seguridad de la ONU.
Las conversaciones sobre el cambio climático y la proliferación nuclear de Irán son otros ejemplos de una Europa que actúa de manera constructiva y multilateral. Algunos miembros de la UE son mejores en esto que otros: Suecia, por ejemplo, colabora por encima de su peso, mientras que otros socavan este enfoque al actuar por su cuenta.
En cuarto lugar, Alemania no siempre va a querer ser parte del juego. Su abstención en la Resolución 1973 del Consejo de Seguridad -que la puso en el mismo campo que los países BRIC (Brasil, Rusia, India y China)- fue una señal de que en su política exterior hoy pesan más las preocupaciones comerciales que la solidaridad europea. Al igual que muchos países europeos, la Scorecard de la ECFR observó que los esfuerzos de Alemania por hacer frente a la crisis económica dejó poco espacio para los asuntos exteriores. En cambio, su política exterior estuvo dominada por intereses económicos.
Sin embargo, la reticencia alemana no paraliza a Europa. La Scorecard identificó la división europea como una de las principales razones de los fracasos de Europa en la escena mundial, por ejemplo, en sus relaciones con Turquía y China. Pero la lección de la intervención de Libia es que la división se puede superar si existe la voluntad para ello. Europa no es un monolito, pero en muchas áreas todavía puede actuar de manera coherente, incluso sin que exista un acuerdo total. Si el elemento discordante es Alemania u otro estado miembro de la UE, la división no tiene por qué ser fatal.
Por supuesto, nada de esto significa que la intervención internacional en Libia vaya a tener éxito; la situación allí es demasiado complicada como para que se pueda predecir el resultado. Sin embargo, lo que sí significa es que Europa está encontrando una manera de trabajar en lo que respecta a la política exterior.
Como sugiere la Scorecard de la ECFR, Europa sigue fallando en muchas áreas: su peor desempeño se registra en las relaciones con sus vecinos inmediatos (en particular, Turquía) y en la defensa de valores como los derechos humanos. Pero hay razones de peso para el optimismo. Aunque Europa pasó el año pasado sumida en las inquietudes por la crisis financiera, el Tratado de Lisboa de la UE comenzó a sentar las bases institucionales necesarias para respaldar una política exterior efectiva basada en la UE.
El Servicio Europeo de Acción Exterior (que sirve de Ministerio de Relaciones Exteriores y cuerpo diplomático de la UE ) es una obra en curso, y las divisiones entre los Estados miembros han afectado la capacidad de la Alta Representante, Catherine Ashton para hablar sobre Libia a nombre de Europa. Sin embargo, a medida que estas instituciones maduren deberá surgir una política exterior de la UE más coherente. Dada la necesidad del liderazgo y el compromiso con el multilateralismo por parte de Europa en un mundo post-estadounidense -catalizada hoy por la crisis al sur de sus fronteras – la política exterior europea tiene la obligación de crecer con rapidez.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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