Por Ramin Jahanbegloo, filósofo iraní y catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad de Toronto. Traducción del inglés de Juan Ramón Azaola (EL PAÍS, 01/04/11):
Las manifestaciones y protestas que han tenido lugar en Irán han demostrado que el Movimiento Verde no ha muerto, a pesar de haber sido duramente represaliado desde las disputadas elecciones presidenciales de 2009.
Al parecer, los levantamientos en Túnez y Egipto han revitalizado a la sociedad civil iraní, ayudándola a hacerse más firme y más franca en sus demandas a favor de la democratización de Irán. Después de 20 meses de detenciones, tortura, ejecuciones y arrestos domiciliarios de figuras clave de la oposición, la dimensión de las protestas en las ciudades iraníes contrasta profundamente con las afirmaciones del Gobierno de que es general el apoyo popular al régimen islámico. A pesar de meter en la cárcel a Musaví y a Karubi, la voz de la protesta no ha sido silenciada en Irán. Las detenciones se produjeron después de que en las páginas web de ambos líderes se publicaran llamamientos a la protesta en Teherán y otras ciudades para presionar en favor del levantamiento de sus arrestos domiciliarios.
Durante las pasadas semanas, decenas de miles de manifestantes antigubernamentales han desafiado y se han enfrentado a las fuerzas de seguridad en Teherán, Shiraz y Kurdistán. Estas manifestaciones han mostrado un tono más radicalizado que las que se produjeron en 2009, aunque han seguido siendo de naturaleza no violenta. Los participantes desafiaron la prohibición oficial de manifestarse destinando sus increpaciones a la teocracia iraní y a su líder, el ayatolá Jamenei, que está en el poder desde hace tanto tiempo como algunos de los gobernantes de Oriente Próximo a los que se ha hecho frente en las semanas recientes.
La respuesta oficial a las protestas ha sido dura. La televisión estatal calificó a los manifestantes de “hipócritas, monárquicos, matones y sediciosos” y los legisladores de la línea dura del régimen pusieron en marcha una campaña para “ejecutar a los líderes de la oposición”. Sin embargo, varios jefes del Cuerpo de los Guardianes de la Revolución Islámica (CGRI, conocidos como los pasdaran), expresaron su preocupación ante la posibilidad de que los militares simpatizaran con la oposición. Según el The Daily Telegraph, “oficiales de alta graduación pertenecientes a los Guardianes de la Revolución iraní han escrito una carta a su comandante en jefe pidiendo garantías de que no se les exigirá abrir fuego contra manifestantes antigubernamentales”.
Los militares egipcios, desde luego, se cuidaron de prohibir huelgas y manifestaciones y, por el contrario, trataron de tranquilizar a los líderes de la oposición de que estaban sinceramente comprometidos con una transición democrática en Egipto. La cúpula del CGRI, por su parte, ha intensificado su presión sobre la sociedad iraní accediendo a la dirección de su economía y de su política y a la supervisión de sus programas nucleares y de misiles.
Establecido en los días que siguieron a la Revolución Islámica de 1979 para defender a la República Islámica de amenazas internas y exteriores, el CGRI disfruta de un estatus privilegiado a todos los niveles de la sociedad iraní; por ejemplo, sus miembros ordinarios pueden beneficiarse de accesos a la universidad y a sus dirigentes se les conceden participaciones en el monopolio iraní de las telecomunicaciones. El CGRI también lleva a cabo operaciones en otros países, incluido el entrenamiento y el suministro de armas a la milicia Hezbolá del Líbano.
En 2005, con la elección de Mahmud Ahmadineyad (que durante varios años estuvo afiliado al CGRI), la influencia política de los Guardianes creció. Su denuncia y supresión de las protestas poselectorales de 2009 fueron percibidas por muchos como el comienzo de la consolidación de un Estado militarizado, teocrático ahora tan solo de nombre. Una de las consecuencias más importantes de esa evolución es que actualmente el CGRI está capacitado para enfrentarse y someter, por los medios que sean necesarios, a todo aquello que real o potencialmente suponga una amenaza para la estabilidad de la República Islámica.
El poder del CGRI significa que el movimiento cívico en Irán tiene ante sí una lucha mucho más dura que las de Túnez y Egipto. El régimen iraní es más implacable y sistemático en la represión de sus oponentes que lo que lo eran los de Ben Ali y Mubarak. Tiene también una base ideológica más fuerte que los regímenes árabes de la región del golfo Pérsico. Los líderes iraníes creen que representan legítimamente a su país, al concederle el derecho a un Gobierno acorde con sus creencias religiosas. En la mayoría de sus discursos, por ejemplo, el presidente Ahmadineyad introduce referencias al duodécimo imán de los chiíes, que siglos atrás desapareció y que un día volverá para gobernar el mundo. Ahmadineyad ha anunciado también su intención de regresar al contexto de la primera década de la Revolución al objeto de reavivar los valores revolucionarios.
Semejante retórica es un acto de autodefensa utilizado para justificar la supresión de toda forma de disenso, en un momento en el que el régimen está experimentando su peor crisis de legitimidad desde su fundación. De nuevo, las manifestaciones a favor de la democracia en Teherán y otras ciudades iraníes han erosionado la imagen del régimen como vanguardia de la resistencia contra los opresores en el mundo musulmán.
Las recientes revueltas en las calles árabes contra las dictaduras corruptas de Túnez, Egipto, Libia, Argelia, Jordania y Bahréin tenían una mayor sincronización con el paso y el ritmo de las manifestaciones no violentas de Teherán que con las acciones violentas de los matones Basiji (jóvenes paramilitares) blandiendo sus porras.
El régimen ha basado gran parte de su propaganda internacional sobre su condición de recta respuesta islámica a los regímenes corruptos de Oriente Próximo; ahora las políticas domésticas antidemocráticas del Gobierno están barriendo sistemáticamente su legitimidad en tanto que “popular” e “islámica”.
Lo que es seguro es que los actuales ocupantes del poder han perdido credibilidad moral como consecuencia de sus brutales medidas represivas sobre la sociedad civil iraní. Es más, al hacer valer el principio republicano de soberanía popular, el Movimiento Verde plantea una reivindicación de legitimidad contra la teocracia iraní. El Movimiento Verde se enfrenta a una situación problemática, pero cuenta con su estrategia de no violencia como capital moral. El Movimiento se está definiendo clara y democráticamente, desenmascarando las debilidades intelectuales y las brutalidades políticas del régimen islámico.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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