Por Madeleine Bunting, escritora británica y columnista del periódico The Guardian (EL MUNDO, 14/04/07 - THE GUARDIAN, 09/04/07):
He aquí un sueño: se celebra la cumbre del G-7 del año 2009 y tiene lugar la sesión de fotos de los siete dirigentes principales del mundo. Todos los ojos apuntan al trío de mujeres que ocupan el centro del grupo: la presidenta de Estados Unidos, la de Francia y la canciller de Alemania. Para solemnizar el momento de éxito femenino, las tres grandes dirigentes mundiales han invitado a la cumbre, como observadoras, a las presidentas de Chile y Liberia. Después de mantener una reunión privada, las cinco mujeres difunden una declaración conjunta sobre la constitución de un fondo, generosamente dotado, para promover la salud y la educación de las mujeres en el mundo.
La realidad irrumpe bruscamente en este sueño cuando una se imagina los titulares y las informaciones periodísticas que podrían acompañar a esa foto. ¿Habrá conseguido la presidenta Ségolène Royal que las referencias sobre ella vayan más allá de frases rutinarias del estilo de «esta elegante madre de cuatro hijos»? ¿Seguirán describiendo a la presidenta Hillary Clinton como fría y calculadora? ¿Se calificará todavía el estilo de liderazgo de la canciller Merkel como propio de «la modestia femenina»? Es más, ¿serán los periodistas capaces de refrenar sus comentarios habituales sobre los vestidos y peinados de estos dirigentes políticos? Resulta deprimente que las convenciones que dominan la información política se aferren a los estereotipos de género todavía con mayor obstinación, según parece, que las propias instituciones políticas.
En la actualidad, nos encontramos ante un contexto realmente interesante. Falta poco más de una semana para que se celebre la primera ronda de votaciones para las elecciones a la Presidencia de Francia, y una mujer aspira por primera vez a ocupar el Elíseo. Y prácticamente en todas partes, a uno y otro lado del Atlántico, hay una mujer en el centro de la atención política.
Sin embargo, a pesar de que el género se sitúa en el centro del debate político, seguimos teniendo que soportar la pregunta grosera y vulgar sobre si una mujer está capacitada para desempeñar el cargo político de mayor categoría, aunque ahora se plantea de forma mucho más sibilina, empeñándose en obtener, como sea, opiniones sobre las cualidades personales de las candidatas de acuerdo con estereotipos sexistas.
He aquí un sueño: se celebra la cumbre del G-7 del año 2009 y tiene lugar la sesión de fotos de los siete dirigentes principales del mundo. Todos los ojos apuntan al trío de mujeres que ocupan el centro del grupo: la presidenta de Estados Unidos, la de Francia y la canciller de Alemania. Para solemnizar el momento de éxito femenino, las tres grandes dirigentes mundiales han invitado a la cumbre, como observadoras, a las presidentas de Chile y Liberia. Después de mantener una reunión privada, las cinco mujeres difunden una declaración conjunta sobre la constitución de un fondo, generosamente dotado, para promover la salud y la educación de las mujeres en el mundo.
La realidad irrumpe bruscamente en este sueño cuando una se imagina los titulares y las informaciones periodísticas que podrían acompañar a esa foto. ¿Habrá conseguido la presidenta Ségolène Royal que las referencias sobre ella vayan más allá de frases rutinarias del estilo de «esta elegante madre de cuatro hijos»? ¿Seguirán describiendo a la presidenta Hillary Clinton como fría y calculadora? ¿Se calificará todavía el estilo de liderazgo de la canciller Merkel como propio de «la modestia femenina»? Es más, ¿serán los periodistas capaces de refrenar sus comentarios habituales sobre los vestidos y peinados de estos dirigentes políticos? Resulta deprimente que las convenciones que dominan la información política se aferren a los estereotipos de género todavía con mayor obstinación, según parece, que las propias instituciones políticas.
En la actualidad, nos encontramos ante un contexto realmente interesante. Falta poco más de una semana para que se celebre la primera ronda de votaciones para las elecciones a la Presidencia de Francia, y una mujer aspira por primera vez a ocupar el Elíseo. Y prácticamente en todas partes, a uno y otro lado del Atlántico, hay una mujer en el centro de la atención política.
Sin embargo, a pesar de que el género se sitúa en el centro del debate político, seguimos teniendo que soportar la pregunta grosera y vulgar sobre si una mujer está capacitada para desempeñar el cargo político de mayor categoría, aunque ahora se plantea de forma mucho más sibilina, empeñándose en obtener, como sea, opiniones sobre las cualidades personales de las candidatas de acuerdo con estereotipos sexistas.
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