Por Francis Fukuyama, decano de la Universidad Johns Hopkins y presidente de The American Interest (LA VANGUARDIA, 27/03/07):
Apenas medio año después de haber asumido el cargo de primer ministro de Japón, Shinzo Abe está provocando ira en toda Asia y sentimientos encontrados en el país que es su aliado clave, Estados Unidos. Pero ¿usará la Administración Bush su influencia para apartar a Abe del comportamiento provocador?
El antecesor de Abe, Junichiro Koizumi, fue un líder que rompió moldes y revivió la economía de Japón, reformó el sistema de ahorro postal y destrozó el sistema de facciones del Partido Democrático Liberal que ha gobernado durante mucho tiempo. Pero Koizumi también legitimó un nuevo nacionalismo japonés, irritando a China y Corea del Sur con sus visitas anuales al santuario de Yasukuni. Abe, si acaso, está aún más comprometido con la construcción de un Japón seguro de sí mismo y sin arrepentimientos. Cualquiera que crea que la controversia sobre Yasukuni es un oscuro tema histórico con el que los chinos y coreanos golpean a Japón para sacar provecho político probablemente no haya estado mucho tiempo ahí. El problema no son los doce criminales de guerra que están enterrados en el santuario; el verdadero problema es el museo militar Yushukan contiguo.
Al pasar por los Zeros Mitsubishi, los tanques y ametralladoras que se exhiben en el museo, uno se encuentra una historia de la guerra del Pacífico que restaura la verdad de la historia moderna japonesa y que se apega a la narrativa nacionalista: Japón, víctima de las potencias coloniales europeas, sólo buscaba proteger al resto de Asia de ellas. La ocupación de Corea por Japón, por ejemplo, se describe como una asociación;en vano busca uno algún testimonio de las víctimas del militarismo japonés.
Podríamos defender el museo como representante de un punto de vista entre muchos en una democracia plural. Pero no hay otro museo en Japón que ofrezca una visión alternativa de la historia de Japón en el siglo XX. Sucesivos gobiernos japoneses se han ocultado tras el hecho de que es una organización religiosa privada la que gestiona el museo para eludir la responsabilidad por las opiniones que ahí se expresan. Ésa es una postura poco convincente. De hecho, a diferencia de Alemania, Japón nunca ha aceptado la responsabilidad que le corresponde por la guerra del Pacífico. Aunque en 1995 el primer ministro socialista Tomiichi Murayama se disculpó oficialmente con China por la guerra, Japón nunca ha tenido un verdadero debate interno sobre su grado de responsabilidad, y nunca ha hecho un esfuerzo decidido para propagar una versión alternativa a la de Yushukan.
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Apenas medio año después de haber asumido el cargo de primer ministro de Japón, Shinzo Abe está provocando ira en toda Asia y sentimientos encontrados en el país que es su aliado clave, Estados Unidos. Pero ¿usará la Administración Bush su influencia para apartar a Abe del comportamiento provocador?
El antecesor de Abe, Junichiro Koizumi, fue un líder que rompió moldes y revivió la economía de Japón, reformó el sistema de ahorro postal y destrozó el sistema de facciones del Partido Democrático Liberal que ha gobernado durante mucho tiempo. Pero Koizumi también legitimó un nuevo nacionalismo japonés, irritando a China y Corea del Sur con sus visitas anuales al santuario de Yasukuni. Abe, si acaso, está aún más comprometido con la construcción de un Japón seguro de sí mismo y sin arrepentimientos. Cualquiera que crea que la controversia sobre Yasukuni es un oscuro tema histórico con el que los chinos y coreanos golpean a Japón para sacar provecho político probablemente no haya estado mucho tiempo ahí. El problema no son los doce criminales de guerra que están enterrados en el santuario; el verdadero problema es el museo militar Yushukan contiguo.
Al pasar por los Zeros Mitsubishi, los tanques y ametralladoras que se exhiben en el museo, uno se encuentra una historia de la guerra del Pacífico que restaura la verdad de la historia moderna japonesa y que se apega a la narrativa nacionalista: Japón, víctima de las potencias coloniales europeas, sólo buscaba proteger al resto de Asia de ellas. La ocupación de Corea por Japón, por ejemplo, se describe como una asociación;en vano busca uno algún testimonio de las víctimas del militarismo japonés.
Podríamos defender el museo como representante de un punto de vista entre muchos en una democracia plural. Pero no hay otro museo en Japón que ofrezca una visión alternativa de la historia de Japón en el siglo XX. Sucesivos gobiernos japoneses se han ocultado tras el hecho de que es una organización religiosa privada la que gestiona el museo para eludir la responsabilidad por las opiniones que ahí se expresan. Ésa es una postura poco convincente. De hecho, a diferencia de Alemania, Japón nunca ha aceptado la responsabilidad que le corresponde por la guerra del Pacífico. Aunque en 1995 el primer ministro socialista Tomiichi Murayama se disculpó oficialmente con China por la guerra, Japón nunca ha tenido un verdadero debate interno sobre su grado de responsabilidad, y nunca ha hecho un esfuerzo decidido para propagar una versión alternativa a la de Yushukan.
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