Por Juan José Tamayo, director de la Cátedra de Teología y CC. de las religiones en la Universidad Carlos III de Madrid (EL CORREO DIGITAL, 11/04/07):
Durante la Semana Santa he compartido, en un clima de solidaridad y esperanza, la dolorosa experiencia de la parroquia de San Carlos Borromeo en el barrio madrileño de Entrevías, cuyo cierre ha sido anunciado por el arzobispo de Madrid. ¿Razones? No celebrar la eucaristía conforme a las normas litúrgicas establecidas y hacer unas catequesis eclesialmente no homologables. El arzobispado, no obstante, ha elogiado la «acción social-caritativa» (según el lenguaje eclesiástico) que se lleva a cabo en la parroquia y, para mejor controlarla, ha pedido a los sacerdotes que sigan trabajando socialmente conforme a los cánones de la acción caritativa de la Iglesia y bajo el control de Cáritas.
En cuanto me enteré de la decisión de la jerarquía eclesiástica, fui a visitar a Enrique de Castro, uno de los sacerdotes de la parroquia, a quien conozco desde hace muchos años, para peguntarle el porqué de esa resolución episcopal. Él me explicó la trayectoria de la parroquia. Durante más de cinco lustros viene siendo hogar de los marginados y excluidos, sin discriminación de ningún tipo, ni religiosa, ni social, ni geográfica, ni sexual, ni étnica, ni racial, ni de género. En ella han encontrado acogida y tienen su hogar prostitutas, toxicómanos, insumisos, okupas, personas sin hogar, niños y adolescentes de la calle, inmigrantes, gitanos, ex presos, madres contra la droga, verdaderas heroínas en lucha contra el tráfico de la ‘heroína’ que mata a sus hijos, ex presos, personas creyentes de otras religiones, no creyentes. Actualmente hay censadas en la comunidad parroquial 180 personas que necesitaban regularizar su situación.
Me contó la confesión de un joven musulmán que fue acogido en la parroquia: «Mira, Enrique, soy musulmán, pero aquí he descubierto mi iglesia». Me habló de la manera de celebrar la fe en el barrio de Entrevías: no individualmente, sino en comunidad; no como acto ritual vacío, sino como experiencia de compartir; no con protagonismo clerical, sino con participación activa de todos los miembros de la comunidad; no reducida sólo a fieles cristianos, sino abierta a quienes quieren asumir con ellos el compromiso por la justicia y la defensa de la vida. En la eucaristía ofrecen, comparten y bendicen el pan amasado por el colectivo de madres contra la droga; comparten igualmente la copa de vino, como hizo Jesús de Nazaret en la cena pascual que celebró con sus discípulos. Pan y vino que, como dice la liturgia católica, son «fruto de la tierra y del trabajo del ser humano». ¿Dónde está la heterodoxia en la manera de celebrar de la parroquia de San Carlos Borromeo, cuando es la del propio Jesús, de los primeros cristianos y cristianas y de muchas comunidades en el mundo? La comunidad considera inseparable la celebración de la fe y la lucha por la justicia; la liturgia y la acogida a las hermanas y hermanos necesitados.
Enrique me habló de los jóvenes que habían muerto por la droga. Por eso ha asumido el compromiso titánico de luchar por la vida y ha implicado a los propios jóvenes, muchos de ellos drogadictos, en esa lucha que, bien seguro, van a ganar. Su discurso era impecable por la coherencia entre su vida y sus ideas, así como por la plena sintonía entre su fe y su praxis de liberación hecha realidad a diario. Y todo ello en el mundo de la marginación, que es -debería ser- el lugar de las religiones y, por supuesto, del cristianismo. Volví a casa con admiración, reconocimiento y agradecimiento. Fue una de las mejores lecciones que, tras tantos años de estudio y enseñanza de la teología, he recibido en mi vida.
Ya en casa, consulté los documentos del Concilio Vaticano II, el concilio de la renovación de la Iglesia convocado por Juan XXIII en la década de los sesenta del siglo pasado, por ver si encontraba algún texto que pudiera justificar el cierre de la parroquia. ¿Y qué me encontré? Todo menos argumentos a favor de la medida represiva del arzobispado de Madrid. El Concilio manda adaptar la liturgia a las necesidades de nuestro tiempo. Y, más importante todavía, muestra la opción por los pobres y los que sufren, en un texto realmente antológico: «Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez los gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón».
Continuar leyendo.
Durante la Semana Santa he compartido, en un clima de solidaridad y esperanza, la dolorosa experiencia de la parroquia de San Carlos Borromeo en el barrio madrileño de Entrevías, cuyo cierre ha sido anunciado por el arzobispo de Madrid. ¿Razones? No celebrar la eucaristía conforme a las normas litúrgicas establecidas y hacer unas catequesis eclesialmente no homologables. El arzobispado, no obstante, ha elogiado la «acción social-caritativa» (según el lenguaje eclesiástico) que se lleva a cabo en la parroquia y, para mejor controlarla, ha pedido a los sacerdotes que sigan trabajando socialmente conforme a los cánones de la acción caritativa de la Iglesia y bajo el control de Cáritas.
En cuanto me enteré de la decisión de la jerarquía eclesiástica, fui a visitar a Enrique de Castro, uno de los sacerdotes de la parroquia, a quien conozco desde hace muchos años, para peguntarle el porqué de esa resolución episcopal. Él me explicó la trayectoria de la parroquia. Durante más de cinco lustros viene siendo hogar de los marginados y excluidos, sin discriminación de ningún tipo, ni religiosa, ni social, ni geográfica, ni sexual, ni étnica, ni racial, ni de género. En ella han encontrado acogida y tienen su hogar prostitutas, toxicómanos, insumisos, okupas, personas sin hogar, niños y adolescentes de la calle, inmigrantes, gitanos, ex presos, madres contra la droga, verdaderas heroínas en lucha contra el tráfico de la ‘heroína’ que mata a sus hijos, ex presos, personas creyentes de otras religiones, no creyentes. Actualmente hay censadas en la comunidad parroquial 180 personas que necesitaban regularizar su situación.
Me contó la confesión de un joven musulmán que fue acogido en la parroquia: «Mira, Enrique, soy musulmán, pero aquí he descubierto mi iglesia». Me habló de la manera de celebrar la fe en el barrio de Entrevías: no individualmente, sino en comunidad; no como acto ritual vacío, sino como experiencia de compartir; no con protagonismo clerical, sino con participación activa de todos los miembros de la comunidad; no reducida sólo a fieles cristianos, sino abierta a quienes quieren asumir con ellos el compromiso por la justicia y la defensa de la vida. En la eucaristía ofrecen, comparten y bendicen el pan amasado por el colectivo de madres contra la droga; comparten igualmente la copa de vino, como hizo Jesús de Nazaret en la cena pascual que celebró con sus discípulos. Pan y vino que, como dice la liturgia católica, son «fruto de la tierra y del trabajo del ser humano». ¿Dónde está la heterodoxia en la manera de celebrar de la parroquia de San Carlos Borromeo, cuando es la del propio Jesús, de los primeros cristianos y cristianas y de muchas comunidades en el mundo? La comunidad considera inseparable la celebración de la fe y la lucha por la justicia; la liturgia y la acogida a las hermanas y hermanos necesitados.
Enrique me habló de los jóvenes que habían muerto por la droga. Por eso ha asumido el compromiso titánico de luchar por la vida y ha implicado a los propios jóvenes, muchos de ellos drogadictos, en esa lucha que, bien seguro, van a ganar. Su discurso era impecable por la coherencia entre su vida y sus ideas, así como por la plena sintonía entre su fe y su praxis de liberación hecha realidad a diario. Y todo ello en el mundo de la marginación, que es -debería ser- el lugar de las religiones y, por supuesto, del cristianismo. Volví a casa con admiración, reconocimiento y agradecimiento. Fue una de las mejores lecciones que, tras tantos años de estudio y enseñanza de la teología, he recibido en mi vida.
Ya en casa, consulté los documentos del Concilio Vaticano II, el concilio de la renovación de la Iglesia convocado por Juan XXIII en la década de los sesenta del siglo pasado, por ver si encontraba algún texto que pudiera justificar el cierre de la parroquia. ¿Y qué me encontré? Todo menos argumentos a favor de la medida represiva del arzobispado de Madrid. El Concilio manda adaptar la liturgia a las necesidades de nuestro tiempo. Y, más importante todavía, muestra la opción por los pobres y los que sufren, en un texto realmente antológico: «Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez los gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón».
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1 comentario:
Difícil entender la reacción de la jerarquía católica, que decidió cancelar la eucaristía en esa parroquia que según señala el autor, ha sido tan plural, tan incluyente, y que ha dejado a un lado las discriminaciones. Por supuesto, el argumento es el "no haberse apegado a las nórmas litúrgicas establecidas
y hacer unas catequesis eclesialmente no homologables".
Recuerdo que mis padres me han contado que anteriormente las misas se oficiaban de una forma muy distinta a la de ahora: que los sacerdotes daban la espalda a los fieles todo el tiempo que duraba la celebración, y que la misa se oficiaba en latín. O sea, prácticamente se mantenía a los fieles "apartados", "alejados", sin oportunidad de realmente entender y participar del ritual.
Sin embargo, se llevaron a cabo los cambios necesarios para que las misas se oficiaran de modo que los fieles participaran y entendieran lo que ahí se decía, es decir se hizo una adecuación.
Creo que lo que se hizo en la parroquia de San Carlos Borromeo, fue precisamente adecuar sus formas de modo que pudiera darse la integración con la pluraridad de personas que a ella acudían.
Ahora,existen algunas parroquias o iglesias en las que algunos de sus sacerdotes (y lo digo por que he sido testigo fiel), confunden su función de apoyo espiritual, de tal forma que en ocasiones da la impresión de que más que asistir a una celebración eucarística, se está asistiendo a un mitin político, pues el sacerdote enfoca la celebración de tal modo que parece que está dando un discurso político más que una omilía.
En fin. Reitero que es una lástima que se haya decidido en cerrar o clausurar las liturgias de esa Parroquia de San Carlos Borromeo, en Madrid. Y, en todo caso, quizá haya muchas otras por ahí a las que verdaderamente tendrían que evaluarles su "desempeño"
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