Por Tahar Ben Jelloum, escritor. Premio Goncourt 1987. Traducción: José María Puig de la Bellacasa (LA VANGUARDIA, 13/04/07):
Con el rey Mohamed VI, Marruecos está ingresando en la modernidad. Se ha reformado el Código de Familia, que recoge ahora más derechos para la mujer. Las interioridades de los años de plomo (sobre todo entre 1970 y 1999), años de represión, tortura y desapariciones, empiezan a salir a la luz en tanto una comisión al efecto presta oídos a los testimonios de miles de víctimas o de familiares de desaparecidos sobre las experiencias sufridas durante el reinado de Hasan II. Se les han concedido indemnizaciones. Y, sobre todo, ha desaparecido un tabú: la prensa informa sobre el grado de ejercicio de los derechos humanos y las asociaciones de defensa de esos mismos derechos se desenvuelven libremente. Marruecos ha querido estabilizar y normalizar su pasado reciente, tarea que ha emprendido con actitud transparente y valiente y que por cierto ningún otro país árabe se ha atrevido a poner en práctica.
En términos generales, se respira con mayor sosiego y tranquilidad y vuelve la confianza de inversores y protagonistas económicos.
Por otra parte, Marruecos presenta estos días su plan de autonomía sobre el Sahara Occidental a las Naciones Unidas y desea dar una solución definitiva a la cuestión de forma que el vecino argelino deje de usar esa palanca para señalar su hostilidad contra el régimen marroquí. Por otra parte, se habla crecientemente de la voluntad de Marruecos de abolir la pena de muerte. Sería el primero y en su caso el único país árabe musulmán en votar una ley de estas características.
Argelia, que acaba de ser víctima de dos atentados con un saldo de 33 muertos y al menos doscientos heridos, no ha logrado aún estabilizar su situación pese a los esfuerzos de reconciliación y aquietamiento del país, que sufre las consecuencias de una escasa consolidación y fragilidad de su realidad estatal: el ciudadano experimenta un problema de identidad y halla un cómodo refugio identitario en el islam. Tal problema de identidad procede de cuatro siglos de presencia otomana y 130 años de colonización francesa seguida de una guerra de ocho años de secuelas aún bien visibles. A este factor obedece en parte que el terrorismo se manifiesta de manera tan frecuente y trágica desde 1991, fecha de la interrupción del proceso electoral que había dado el triunfo al Frente Islámico de Salvación.
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Con el rey Mohamed VI, Marruecos está ingresando en la modernidad. Se ha reformado el Código de Familia, que recoge ahora más derechos para la mujer. Las interioridades de los años de plomo (sobre todo entre 1970 y 1999), años de represión, tortura y desapariciones, empiezan a salir a la luz en tanto una comisión al efecto presta oídos a los testimonios de miles de víctimas o de familiares de desaparecidos sobre las experiencias sufridas durante el reinado de Hasan II. Se les han concedido indemnizaciones. Y, sobre todo, ha desaparecido un tabú: la prensa informa sobre el grado de ejercicio de los derechos humanos y las asociaciones de defensa de esos mismos derechos se desenvuelven libremente. Marruecos ha querido estabilizar y normalizar su pasado reciente, tarea que ha emprendido con actitud transparente y valiente y que por cierto ningún otro país árabe se ha atrevido a poner en práctica.
En términos generales, se respira con mayor sosiego y tranquilidad y vuelve la confianza de inversores y protagonistas económicos.
Por otra parte, Marruecos presenta estos días su plan de autonomía sobre el Sahara Occidental a las Naciones Unidas y desea dar una solución definitiva a la cuestión de forma que el vecino argelino deje de usar esa palanca para señalar su hostilidad contra el régimen marroquí. Por otra parte, se habla crecientemente de la voluntad de Marruecos de abolir la pena de muerte. Sería el primero y en su caso el único país árabe musulmán en votar una ley de estas características.
Argelia, que acaba de ser víctima de dos atentados con un saldo de 33 muertos y al menos doscientos heridos, no ha logrado aún estabilizar su situación pese a los esfuerzos de reconciliación y aquietamiento del país, que sufre las consecuencias de una escasa consolidación y fragilidad de su realidad estatal: el ciudadano experimenta un problema de identidad y halla un cómodo refugio identitario en el islam. Tal problema de identidad procede de cuatro siglos de presencia otomana y 130 años de colonización francesa seguida de una guerra de ocho años de secuelas aún bien visibles. A este factor obedece en parte que el terrorismo se manifiesta de manera tan frecuente y trágica desde 1991, fecha de la interrupción del proceso electoral que había dado el triunfo al Frente Islámico de Salvación.
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