Por Marcos García Rey, investigador del islamismo yihadista (EL PERIÓDICO, 14/04/07)
Los últimos episodios de violencia terrorista en Argelia y Marruecos han hecho saltar las alarmas de seguridad en esos dos países norteafricanos. Pero también en Europa, debido al consabido tránsito de radicales entre el viejo continente y el Magreb. No en vano, más del 70% de los 346 detenidos en España desde 2001 por su relación con el terrorismo yihadista son de origen argelino o marroquí. A su vez, es importante reseñar que el diario Al Hayat publicaba en febrero una carta firmada por Bin Laden, enviada a un dirigente del Grupo Salafista de Predicación y Combate (GSPC), en el que le encomendaba reproducir en Francia el “escenario español” antes de las elecciones presidenciales del próximo día 22.
LA CAUTELA que requiere todo análisis sobre acontecimientos recientes no es óbice para subrayar algunas diferencias en la naturaleza de los atentados perpetrados en Argel y Casablanca. Es necesario no hacer una amalgama errónea entre unos atentados organizados con suficiencia por un grupo con larga experiencia y convenientemente reivindicados como los ejecutados en Argel, y los abortados por las fuerzas de seguridad marroquís que estaban siendo preparados toscamente por aficionados. En principio, el único nexo que une a los actos violentos en ambos países es la inspiración ideológica que preconiza Al Qaeda para extender sus fines y métodos allá donde haya musulmanes dispuestos a luchar contra regímenes apóstatas como los de Abdelaziz Buteflika y Mohamed VI.
La precariedad de medios, la fabricación casera de los explosivos, la desorganización, la no integración de los terroristas en ningún grupo documentado y su falta de preparación caracterizan las acciones de los jóvenes de Casablanca que se suicidaron el 11 de marzo en un cibercafé tras una riña con el dueño del local y el 10 de abril tras verse asediados por la policía. El resultado no parece exitoso para sus intenciones: cuatro yihadistas muertos, ninguna víctima mortal y más de 30 presuntos terroristas detenidos.
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Los últimos episodios de violencia terrorista en Argelia y Marruecos han hecho saltar las alarmas de seguridad en esos dos países norteafricanos. Pero también en Europa, debido al consabido tránsito de radicales entre el viejo continente y el Magreb. No en vano, más del 70% de los 346 detenidos en España desde 2001 por su relación con el terrorismo yihadista son de origen argelino o marroquí. A su vez, es importante reseñar que el diario Al Hayat publicaba en febrero una carta firmada por Bin Laden, enviada a un dirigente del Grupo Salafista de Predicación y Combate (GSPC), en el que le encomendaba reproducir en Francia el “escenario español” antes de las elecciones presidenciales del próximo día 22.
LA CAUTELA que requiere todo análisis sobre acontecimientos recientes no es óbice para subrayar algunas diferencias en la naturaleza de los atentados perpetrados en Argel y Casablanca. Es necesario no hacer una amalgama errónea entre unos atentados organizados con suficiencia por un grupo con larga experiencia y convenientemente reivindicados como los ejecutados en Argel, y los abortados por las fuerzas de seguridad marroquís que estaban siendo preparados toscamente por aficionados. En principio, el único nexo que une a los actos violentos en ambos países es la inspiración ideológica que preconiza Al Qaeda para extender sus fines y métodos allá donde haya musulmanes dispuestos a luchar contra regímenes apóstatas como los de Abdelaziz Buteflika y Mohamed VI.
La precariedad de medios, la fabricación casera de los explosivos, la desorganización, la no integración de los terroristas en ningún grupo documentado y su falta de preparación caracterizan las acciones de los jóvenes de Casablanca que se suicidaron el 11 de marzo en un cibercafé tras una riña con el dueño del local y el 10 de abril tras verse asediados por la policía. El resultado no parece exitoso para sus intenciones: cuatro yihadistas muertos, ninguna víctima mortal y más de 30 presuntos terroristas detenidos.
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