domingo, abril 15, 2007

Teorías del terror

Por Luis Fernández-Galiano, arquitecto (EL PAÍS, 12/04/07):

El terror es un juego serio. Tanto en la “destrucción mutua asegurada” de la guerra fría como en los conflictos asimétricos de las dos últimas décadas, el miedo ha sido el tablero sobre el que se han movido las fichas de la política. Agentes y víctimas a la vez, los occidentales han intentado entender el terror con las herramientas añejas de la filosofía de la historia y los instrumentos nuevos de la sociología del signo, pero sin acertar a formular estrategias que garanticen el éxito en este juego de azar. De la “reputación” intimidatoria del príncipe renacentista a la amenaza difusa del terrorista posmoderno, los teóricos del poder han transitado desde la pugna entre amigo y enemigo hasta el desvanecimiento líquido de las guerras virtuales, que el recientemente desaparecido Jean Baudrillard llevó al paroxismo con el “negacionismo” retórico de la guerra del Golfo y la interpretación onírica del 11 de septiembre. España, sujeta por la tenaza de dos terrorismos convergentes, el islamista del 11 de marzo y el de una ETA que juega sus bazas con atentados físicos y suicidios simbólicos, no puede fingir que libra un combate de sombras con simulacros evanescentes, ni permitir que la temperatura febril de la emoción airada divida a sus gentes como ahora lo hace. La estética sublime del terror tiene sus reglas, y la partida se disputa en el territorio áspero de lo real.

Sobrecogidos por el espectáculo de espectros que componen las ruinas humeantes, los cuerpos rotos y los rostros insolentes de los verdugos, querríamos entregarnos al nihilismo intelectual que en todo ello no ve sino simulación mediática, teatro del horror y ficción política. Sin embargo, esa visión paródica que asociamos a Baudrillard -sólo rescatado de la impostura, y aun de la infamia, por el humor negro de sus aforismos patafísicos, no muy lejanos de las greguerías marxianas del José Luis Coll con que ha compartido página necrológica- resulta escasamente consoladora cuando nos asomamos al panorama de un planeta que se enfrenta, más allá del conflicto de civilizaciones teorizado por Samuel Huntington, a lo que Dominique Moïsi ha llamado un “conflicto de emociones”, con Estados Unidos y Europa divididos por una cultura del miedo, el mundo islámico atrapado en una cultura de la humillación y sólo Asia capaz de manifestar una cultura de la esperanza. Más bien que con borrosos simulacros, nuestra cultura del miedo puede examinarse mejor a través de la reflexión sobre el Estado, el poder y la historia que, desde los think tanks norteamericanos, ha socavado los cimientos “políticamente correctos” de la ortodoxia posmoderna en los campus universitarios. Esta corriente, que se extiende desde Leo Strauss hasta Francis Fukuyama, y que se alimenta de fuentes transparentes o turbias que incluyen a Carl Schmitt, Alexandre Kojève o Reinhart Koselleck, ha situado el debate en el terreno esencial de la gobernanza planetaria.

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