Por Niall Ferguson, profesor de Historia Laurence A. Tisch de la Universidad de Harvard y miembro de la junta de gobierno del Jesus College de Oxford. Traducción: José María Puig de la Bellacasa (LA VANGUARDIA, 29/03/07):
Hace pocos días fui a París a comer (al fin y al cabo, está casi tan cerca como Manchester y resulta más agradable desde todos los puntos de vista). Cogí el Eurostar. Pagué con mi tarjeta de crédito de la Societé Générale. Compré mi billete de metro con euros. Mientras hacía mis preparativos de viaje - desplazándome en tren, no en avión, y en metro, no en taxi-, tenía muy presente el nuevo compromiso de la UE sobre la reducción de gases de efecto invernadero. En el restaurante empleé mi francés oxidado pero los camareros estaban encantados con la posibilidad de hablar en inglés. Para el caso poco importa, probablemente eran polacos.
Comprenderán por qué - tras dar buena cuenta de deliciosos platos y media botella de vino de Burdeos- me sentía favorablemente dispuesto a brindar por el tratado de Roma, la carta de fundación de la actual UE de cuya firma se cumplieron 50 años el 25 de marzo. ¿Quién iba a querer a estas alturas volver a la situación fragmentada de la Europa anterior a 1957? En el medio siglo anterior, Europa se había desgarrado en dos ocasiones y, cuando por fin llegó la paz en 1945, ciudades enteras estaban en ruinas. La gente pasaba hambre. Los billetes de banco eran papel sin valor.
Mientras daba un paseo por la orilla del Sena, pensé en la situación de París en 1940.
Para hacerse una idea cabal de aquellos días aciagos sólo tienen que leer el primer capítulo de la Suite Française de Irène Némirovsky, escrita en el breve espacio de tiempo que medió entre la ocupación nazi y su deportación a Auschwitz: “El fuego se intensificaba y retumbaban los cristales (…) Los vendedores ambulantes abandonaban sus carromatos en la calle llenos de flores. Un obús cayó tan cerca de París que los pájaros de los remates de los monumentos emprendieron de inmediato el vuelo”.
Actualmente, los alemanes en París son inofensivos turistas que hacen cola para entrar en el Louvre.
Continuar leyendo.
Hace pocos días fui a París a comer (al fin y al cabo, está casi tan cerca como Manchester y resulta más agradable desde todos los puntos de vista). Cogí el Eurostar. Pagué con mi tarjeta de crédito de la Societé Générale. Compré mi billete de metro con euros. Mientras hacía mis preparativos de viaje - desplazándome en tren, no en avión, y en metro, no en taxi-, tenía muy presente el nuevo compromiso de la UE sobre la reducción de gases de efecto invernadero. En el restaurante empleé mi francés oxidado pero los camareros estaban encantados con la posibilidad de hablar en inglés. Para el caso poco importa, probablemente eran polacos.
Comprenderán por qué - tras dar buena cuenta de deliciosos platos y media botella de vino de Burdeos- me sentía favorablemente dispuesto a brindar por el tratado de Roma, la carta de fundación de la actual UE de cuya firma se cumplieron 50 años el 25 de marzo. ¿Quién iba a querer a estas alturas volver a la situación fragmentada de la Europa anterior a 1957? En el medio siglo anterior, Europa se había desgarrado en dos ocasiones y, cuando por fin llegó la paz en 1945, ciudades enteras estaban en ruinas. La gente pasaba hambre. Los billetes de banco eran papel sin valor.
Mientras daba un paseo por la orilla del Sena, pensé en la situación de París en 1940.
Para hacerse una idea cabal de aquellos días aciagos sólo tienen que leer el primer capítulo de la Suite Française de Irène Némirovsky, escrita en el breve espacio de tiempo que medió entre la ocupación nazi y su deportación a Auschwitz: “El fuego se intensificaba y retumbaban los cristales (…) Los vendedores ambulantes abandonaban sus carromatos en la calle llenos de flores. Un obús cayó tan cerca de París que los pájaros de los remates de los monumentos emprendieron de inmediato el vuelo”.
Actualmente, los alemanes en París son inofensivos turistas que hacen cola para entrar en el Louvre.
Continuar leyendo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario