Por Paul Kennedy. Ocupa la cátedra J. Richardson de Historia y es director del Instituto de Estudios sobre Seguridad Internacional en la Universidad de Yale. Su último libro es The Parliament of Man, sobre Naciones Unidas. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia (EL PAÍS, 11/04/07):
Para los historiadores mundiales, no hay nada tan fascinante como darse cuenta de una coincidencia o una disyunción en el espacio pero que se producen, más o menos, en el mismo periodo de tiempo.
Por ejemplo, ¿fue una mera coincidencia que los nuevos y pujantes Estados de Alemania, Japón, Italia y Estados Unidos “madurasen” al mismo tiempo, a partir de 1870 aproximadamente? ¿Y no fue una extraña disyunción que la cultura política en Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos durante el periodo de entreguerras fuera tan pacifista, mientras en Alemania, Italia y Japón se desarrollaba un espíritu agresivo y militarista, hasta el punto de hacer que la Segunda Guerra Mundial fuera prácticamente inevitable?
También podemos retroceder hasta una de las disyunciones más extrañas de la historia. En los primeros decenios del siglo XV, el gran almirante chino Cheng Ho dirigió una serie de asombrosas expediciones marítimas a mundos lejanos, a través del estrecho de Malaca, por el océano Índico, hasta las costas orientales de África. En aquella época, no había nada comparable a la marina china.
Sin embargo, en los 10 años siguientes, las autoridades de Pekín abandonaron las aventuras marinas, ansiosos por no desviar el dinero que necesitaban para hacer frente a la amenaza terrestre de los manchúes, en el norte, y preocupados porque una sociedad marinera y de mercados abiertos podía debilitar su poder.
Al mismo tiempo, en el otro extremo del mundo, los exploradores y pescadores de Portugal, Galicia, Bretaña y el sureste de Inglaterra surcaban los mares hasta Terranova, las Azores, las costas occidentales de África.
Mientras las grandes flotas chinas empezaban a desmantelarse por orden imperial, Europa occidental empezaba a descubrir “nuevos” mundos, llenos de antiguos y extraordinarios pueblos y culturas, en las Américas, África, Asia y el Pacífico. Cualquier lugar vulnerable al poder naval y militar de Occidente estaba en peligro. Como nos enseñó el capitán de Marina estadounidense A. T. Mahan hace más de un siglo en su clásica The Influence of Sea Power Upon History (La influencia del poder naval en la historia) (1890), Occidente consideraba que las marinas eran la clave para tener influencia en el mundo.
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Para los historiadores mundiales, no hay nada tan fascinante como darse cuenta de una coincidencia o una disyunción en el espacio pero que se producen, más o menos, en el mismo periodo de tiempo.
Por ejemplo, ¿fue una mera coincidencia que los nuevos y pujantes Estados de Alemania, Japón, Italia y Estados Unidos “madurasen” al mismo tiempo, a partir de 1870 aproximadamente? ¿Y no fue una extraña disyunción que la cultura política en Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos durante el periodo de entreguerras fuera tan pacifista, mientras en Alemania, Italia y Japón se desarrollaba un espíritu agresivo y militarista, hasta el punto de hacer que la Segunda Guerra Mundial fuera prácticamente inevitable?
También podemos retroceder hasta una de las disyunciones más extrañas de la historia. En los primeros decenios del siglo XV, el gran almirante chino Cheng Ho dirigió una serie de asombrosas expediciones marítimas a mundos lejanos, a través del estrecho de Malaca, por el océano Índico, hasta las costas orientales de África. En aquella época, no había nada comparable a la marina china.
Sin embargo, en los 10 años siguientes, las autoridades de Pekín abandonaron las aventuras marinas, ansiosos por no desviar el dinero que necesitaban para hacer frente a la amenaza terrestre de los manchúes, en el norte, y preocupados porque una sociedad marinera y de mercados abiertos podía debilitar su poder.
Al mismo tiempo, en el otro extremo del mundo, los exploradores y pescadores de Portugal, Galicia, Bretaña y el sureste de Inglaterra surcaban los mares hasta Terranova, las Azores, las costas occidentales de África.
Mientras las grandes flotas chinas empezaban a desmantelarse por orden imperial, Europa occidental empezaba a descubrir “nuevos” mundos, llenos de antiguos y extraordinarios pueblos y culturas, en las Américas, África, Asia y el Pacífico. Cualquier lugar vulnerable al poder naval y militar de Occidente estaba en peligro. Como nos enseñó el capitán de Marina estadounidense A. T. Mahan hace más de un siglo en su clásica The Influence of Sea Power Upon History (La influencia del poder naval en la historia) (1890), Occidente consideraba que las marinas eran la clave para tener influencia en el mundo.
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