Por JOSÉ LUIS BARBERÍA (El País.com, 29/01/2009)
"¿Tenemos un cretino en casa o es sólo un damnificado más de la precariedad laboral, el mileurismo o el exorbitado precio de la vivienda?" La duda ronda con frecuencia en los hogares de esta generación de jóvenes tan preparados, tan queridos y mimados y, tan apocados, sin embargo, a la hora de levantar el vuelo. Mientras la infancia se acorta por la imposibilidad de preservar a los niños de las informaciones adultas que circulan por las pantallas, preferentemente, la adolescencia se prolonga sin límites precisos. "A su edad, yo ya había...". Ése es el más común de los reproches.
¿Cuánto hay de realidad en la imagen que presenta a nuestros hijos como hedonistas, consumistas y materialistas impenitentes, personalidades egocéntricas e individualistas refractarias al compromiso y apáticas ante las cuestiones de interés general? ¿Y cuánto hay de desconocimiento y prejuicio adulto, del consabido reflejo castrador, generalmente gratuito, que toda generación activa contra los llamados a sucederle? Mientras algunos progenitores entonan el "Socorro, tengo un hijo adolescente" o el "Socorro, tengo a mi hijo en casa para toda la vida", otros, fieles al modelo "padres solícitos para siempre", actúan bajo la divisa "que no les falte nada". Así, aunque con frecuencia se trata de mujeres progresistas y profesionalmente activas, la mamá de clase media puede seguir lavando, cosiendo y planchando la ropa de los chicos, incluso de aquellos que, ya en la treintena, se han mudado a un piso, probablemente sufragado también por sus padres.
¡Ah, la familia española! Tranquilícense aquellos que temen por el futuro de la institución por excelencia de nuestro país. Por mucho que aumenten los divorcios y las familias monoparentales, las encuestas muestran que en España los jóvenes aman a su familia por encima de todas las cosas. La aman tanto que nuestros hijos son los europeos que, con crisis o sin ella, más tardan en emanciparse. El 51% de los chicos y el 50% de las chicas con ingresos suficientes como para poder independizarse optan, sin embargo, por permanecer en casa de sus padres, cuando en Francia esos porcentajes se reducen al 37% y el 33%, respectivamente. Y no parece que la "sociedad líquida" del sociólogo polaco Zygmunt Bauman, en la que lo único perenne es el cambio continuo, ni la "sociedad de riesgos", que da paso a formas de vida no limitadas a la familia, pueda cortar ese cordón umbilical. "Aquí no se plantea el conflicto generacional en el hogar porque hay una negociación contínua para una convivencia armónica", afirma el sociólogo valenciano Andreu López, coordinador del estudio Juventud en España 2008.
El colchón económico familiar es una verdadera excepción de nuestro país, un rasgo sociológico distintivo en una Europa donde la emancipación temprana es un valor y donde las instituciones facilitan la autosuficiencia con becas, ayudas a la inserción laboral y una amplia oferta de viviendas de alquiler. De hecho, los sociólogos y economistas extranjeros que nos analizan incluyen de oficio en sus prospecciones el factor familiar para explicarse la poca contestación a las políticas económicas y nuestra baja tasa de pobreza juvenil. Los padres, sobre todo, pero también los tíos y los abuelos suplen aquí a las instituciones públicas.
Los estudios de la OCDE y de Eurostat confirman que la posición de los jóvenes europeos en el mercado laboral ha empeorado desde 1995 y que ese deterioro es más acusado en los países del sur del continente, debido a la mayor temporalidad y precariedad salarial. Se entiende, pues, que con lo duras que están las cosas ahí fuera nuestros hijos, particularmente los de clase media y alta, se lo piensen antes de abandonar el hogar. Por lo general, han crecido sin estrecheces, más conscientes de sus derechos que de sus obligaciones.
Decir que viven como reyes no es sólo retórica. Con permiso del cambio climático y de los accidentes de tráfico -su mayor causa de mortandad-, esta generación está llamada a superar los 100 años de edad, más del doble de la esperanza de vida de los soberanos y príncipes de la corte de Versalles. Tienen, además, la menor tasa de suicidio de toda Europa y ahora mismo tampoco hay redoblados motivos para alarmarse por los estragos colectivos que puedan causarles el abuso del alcohol y otras drogas. Las últimas encuestas certifican el descenso del consumo de estupefacientes ilegales y la disminución de las enfermedades de transmisión sexual y de sida, aunque esa reducción no les permita por ahora abandonar las cabeceras de esas clasificaciones.
Lo que continúa suscitando la alarma es el fenómeno creciente del botellón, práctica habitual ya del 26% de los jóvenes, el 10% más que hace seis años. Por descorazonador que pueda resultar que los desmovilizados jóvenes españoles no encuentren mayor motivo de encuentro que beber en grupo, ni reivindicación mejor que un pretendido "derecho a divertirse", conviene no olvidar que las admoniciones de los adultos escandalizados ante jóvenes que "se emborrachan y blasfeman por las noches" lleva más de cinco siglos presente en la literatura. Si añadimos los escupitajos a ese cuadro y un comportamiento incívico con el mobiliario urbano, puede que lleguemos a la conclusión de que las cosas no han cambiado tanto en este aspecto.
La profesora de sociología de la Universidad Nacional de Educación a Distancia María Jesús Funes ve en las concentraciones del botellón un punto de encuentro y de contestación generacional -una de las pocas explícitas existentes-, antes que el ejercicio depravado del alcoholismo en masa. Lo que está claro es que los jóvenes españoles son hijos de una sociedad habituada al alcohol y a la noche.
El espacio nocturno ejerce sobre ellos tal fascinación -el 30% define la noche como "el momento de la gente joven para la gente joven"- que el 41% sale de noche cada fin de semana. La mitad no vuelve a casa antes de las tres de la madrugada y a la quinta parte le dan las seis en la calle. En España, la salida nocturna prolongada hasta la medianoche es un rito de paso de la infancia a la adolescencia más significativo, incluso, que el mantener relaciones sexuales. Y eso que nuestros chicos son cada vez más precoces en esta materia: 16 años y 10 meses de edad media a la hora de tener su primera relación sexual. Aunque a distancia todavía de los adolescentes anglosajones (que en abierto contraste con el puritanismo oficial de sus países se inician en el sexo a eso de los 14 años), los jóvenes españoles se separan del modelo mediterráneo y no digamos nada de los asiáticos y árabes. Contra lo que cabría suponer por el aumento de los embarazos prematuros -incremento constreñido a las comunidades de origen inmigrante-, la gran mayoría toma precauciones y se comporta con prudencia.
¿Pero qué piensa esta generación criada en los hábitos de la reclamación y el consumo y destinada a tomar las riendas de lo que, pese al aporte inmigrante, va asemejándose cada vez más a una sociedad de jubilados? ¿No es inquietante que el 36,5% de ellos esté a favor de la aplicación de la pena de muerte y que un porcentaje idéntico no haya leído un libro durante el último año? Además de que los políticos españoles deberían hacérselo mirar seriamente, ¿qué puede deducirse del dato de que el porcentaje de jóvenes que declara no tener "ningún interés en la política" haya pasado en cuatro años del 38% al 50%?
El estudio cuatrianual Juventud en España 2008, realizado a partir de 5.000 encuestas a chicos situados entre los 15 y los 29 años, indica que están bien adaptados, en general, a las normas del mundo adulto e incluso que se inclina por un mayor civismo. También que reproducen la polarización ideológica de los adultos y con un repunte conservador. Ese repunte, fruto, quizá del bienestar heredado y del poso cultural de inmigrantes poco instruidos en los valores ilustrados, se manifiesta también en un mayor rechazo al aborto y a los matrimonios homosexuales y un incremento de la importancia que se concede a la religión. Sólo el 12% se declara católico practicante, aunque el 27% dice que la religión es importante.
"Pese a la desafección que muestran hacia los partidos, sí están interesados en la política no convencional. De hecho, muchos participan en las ONG y también, y de manera creciente, en actividades ajenas a la política oficial", aclara María Jesús Funes. Está convencida de que existe ya un movimiento contestatario comprometido en dinámicas alternativas, ecologistas, antiglobalización, etcétera, que responde a las inquietudes de una quinta parte de la juventud, precisamente, el mismo porcentaje que componen los jóvenes grandes lectores. "Son chicos ilustrados, competentes y pluralistas, mayoritariamente de izquierdas, enemigos del consumismo plano y defensores de valores de solidaridad y justicia. Les une la idea de una red global". La socióloga detecta en este sector similitudes potenciales con la generación de Mayo del 68 francés.
El problema de nuestros jóvenes es que están sujetos a clamorosas contradicciones. Tienen su pedestal en casa, pero forman parte de lo que se ha dado en llamar la "generación en prácticas" europea. Viven en un mundo donde el consumo está idealizado como forma de realización personal y de relación social y resulta que están atacados por los riesgos e incertidumbres laborales de la globalización.
La encuesta Juventud en España 2008 ha venido a demostrar que la ocupación de los padres incide de forma significativa en el nivel de estudios que alcanzan los alumnos. El 43% de los hijos de los profesionales técnicos y similares accede a la educación superior, mientras que sólo lo consigue el 8% de los hijos de los trabajadores no cualificados. ¿Pero no habíamos quedado en que la igualdad de oportunidades debía materializarse en la educación? ¿Cómo es que nuestro sistema educativo reproduce tan obscenamente las posiciones sociales y, por tanto, las diferencias?
Aunque la ecuación "a mayor preparación, mejor y más temprano empleo" parece incuestionable, la frustración laboral alcanza también a no pocos titulados universitarios que ejercen funciones y tareas distintas y menos cualificadas a las de su formación. Esto explica, por lo visto, que un número creciente de jóvenes haya renunciado a la universidad en los últimos años. "Muchos han visto que sus hermanos mayores no han llegado profesionalmente muy lejos a pesar de tener una amalgama de títulos y cursos de formación", explica Almudena Moreno, profesora de sociología de la Universidad de Valladolid y coautora del mismo estudio. "Les entiendo porque soy de aquella generación del baby boom destinada a comerse el mundo que acabó bastante frustrada. Yo tuve la sensación de que todo había sido una gran mentira familiar y social", afirma esta socióloga, de 37 años. "No creo que los jóvenes se sientan ganadores. El deseo incumplido de formar una familia con hijos está presente en muchos de ellos", indica.
Con todo, el doctor en Ciencias Políticas y Sociología y coautor también del informe, Domingo Comas, juzga infundada la etiqueta "perdedores" que algunos expertos asignan a los jóvenes europeos. "Lo de jóvenes sin futuro es algo que se ha aplicado por sistema a todas las generaciones. También lo dijeron de nosotros en 1979 en unos informes que ahora nos hacen reír", subraya. No le parece evidente que la juventud esté condenada a vivir peor que sus padres.
Pero, establecido que muchos tienen dificultades objetivas para emanciparse, tampoco cabe minusvalorar el elemento cultural específico español. "No somos masoquistas. Quedarse en casa ofrece grandes ventajas. Yo sólo me independizaré cuando tenga las cosas muy claras con el trabajo estable y con mi novio", vienen a decir. Las relaciones de noviazgo tampoco son ya tan determinantes en esta sociedad posmoderna caracterizada por la ambivalencia y la contradicción. La disyuntiva, el tener que optar y renunciar a una de las opciones, ha sido reemplazada por la yuxtaposición. Se puede ser una cosa y otra, joven con espíritu adulto y viceversa, trabajar en esto y aquello.
Los noviazgos no implican ya la renuncia a las salidas con los amigos, "el grupo de iguales". Mientras para sus progenitores, la formación de una familia era prácticamente la única posibilidad de acceder a las libertades de la vida adulta, estos jóvenes pueden ensayar nuevas formas de vida social. La singularidad es un valor, y poseer la adaptabilidad de la ameba un requisito, por lo visto, imprescindible. Ya dice Ulrick Beck que los jóvenes de ahora están obligados a construirse ellos mismos una biografía, como de bricolaje.
Es una idea que enlaza con la impresión de muchos jóvenes de que transitan por terrenos "donde los senderos apenas están marcados". En la sociedad moderna, el dinero es un señuelo todopoderoso que eclipsa valores de referencia de generaciones pasadas, como ser un buen profesional, ejercer el magisterio o el arte. Y sin embargo, ¡sorpresa!, resulta que estos hijos nuestros que creíamos tan prosaicos dicen que ganar mucho dinero sólo ocupa el noveno lugar en su listado de prioridades.
El término juventud da nombre a realidades bien distintas. Mientras algunos regresan ahora al refugio familiar empujados por la crisis, un tercio de los situados entre los 26 y los 30 años tiene una vivienda a su nombre.Nunca hubo tantos jóvenes propietarios como ahora.
Convivir en un piso pequeño con un solo baño y sin demasiado confort es un acicate para buscarse la vida fuera; de la misma manera que vivir sin agobios invita a lo que Andreu López llama "aumento de capital social". A su juicio, quedarse en casa responde a una estrategia pragmática que permite a los jóvenes seguir formándose, rechazar los malos trabajos y elegir el momento de la emancipación. No tienen prisa porque tienen las necesidades básicas cubiertas.
No, nuestros jóvenes no son unos cretinos. Si nos fijamos bien descubrimos en ellos nuestro propio reflejo, no sólo físico, sino también cultural. Han heredado la sociedad que les hemos dado, son más libres, más tolerantes, más seguros de su capacidad y competencia. Pese a que la supervivencia parece exigirles la adaptabilidad de la ameba, puede que muchos de ellos echen en falta valores e ideales que estructuren su futuro y dé más sentido a sus vidas.
"¿Tenemos un cretino en casa o es sólo un damnificado más de la precariedad laboral, el mileurismo o el exorbitado precio de la vivienda?" La duda ronda con frecuencia en los hogares de esta generación de jóvenes tan preparados, tan queridos y mimados y, tan apocados, sin embargo, a la hora de levantar el vuelo. Mientras la infancia se acorta por la imposibilidad de preservar a los niños de las informaciones adultas que circulan por las pantallas, preferentemente, la adolescencia se prolonga sin límites precisos. "A su edad, yo ya había...". Ése es el más común de los reproches.
¿Cuánto hay de realidad en la imagen que presenta a nuestros hijos como hedonistas, consumistas y materialistas impenitentes, personalidades egocéntricas e individualistas refractarias al compromiso y apáticas ante las cuestiones de interés general? ¿Y cuánto hay de desconocimiento y prejuicio adulto, del consabido reflejo castrador, generalmente gratuito, que toda generación activa contra los llamados a sucederle? Mientras algunos progenitores entonan el "Socorro, tengo un hijo adolescente" o el "Socorro, tengo a mi hijo en casa para toda la vida", otros, fieles al modelo "padres solícitos para siempre", actúan bajo la divisa "que no les falte nada". Así, aunque con frecuencia se trata de mujeres progresistas y profesionalmente activas, la mamá de clase media puede seguir lavando, cosiendo y planchando la ropa de los chicos, incluso de aquellos que, ya en la treintena, se han mudado a un piso, probablemente sufragado también por sus padres.
¡Ah, la familia española! Tranquilícense aquellos que temen por el futuro de la institución por excelencia de nuestro país. Por mucho que aumenten los divorcios y las familias monoparentales, las encuestas muestran que en España los jóvenes aman a su familia por encima de todas las cosas. La aman tanto que nuestros hijos son los europeos que, con crisis o sin ella, más tardan en emanciparse. El 51% de los chicos y el 50% de las chicas con ingresos suficientes como para poder independizarse optan, sin embargo, por permanecer en casa de sus padres, cuando en Francia esos porcentajes se reducen al 37% y el 33%, respectivamente. Y no parece que la "sociedad líquida" del sociólogo polaco Zygmunt Bauman, en la que lo único perenne es el cambio continuo, ni la "sociedad de riesgos", que da paso a formas de vida no limitadas a la familia, pueda cortar ese cordón umbilical. "Aquí no se plantea el conflicto generacional en el hogar porque hay una negociación contínua para una convivencia armónica", afirma el sociólogo valenciano Andreu López, coordinador del estudio Juventud en España 2008.
El colchón económico familiar es una verdadera excepción de nuestro país, un rasgo sociológico distintivo en una Europa donde la emancipación temprana es un valor y donde las instituciones facilitan la autosuficiencia con becas, ayudas a la inserción laboral y una amplia oferta de viviendas de alquiler. De hecho, los sociólogos y economistas extranjeros que nos analizan incluyen de oficio en sus prospecciones el factor familiar para explicarse la poca contestación a las políticas económicas y nuestra baja tasa de pobreza juvenil. Los padres, sobre todo, pero también los tíos y los abuelos suplen aquí a las instituciones públicas.
Los estudios de la OCDE y de Eurostat confirman que la posición de los jóvenes europeos en el mercado laboral ha empeorado desde 1995 y que ese deterioro es más acusado en los países del sur del continente, debido a la mayor temporalidad y precariedad salarial. Se entiende, pues, que con lo duras que están las cosas ahí fuera nuestros hijos, particularmente los de clase media y alta, se lo piensen antes de abandonar el hogar. Por lo general, han crecido sin estrecheces, más conscientes de sus derechos que de sus obligaciones.
Decir que viven como reyes no es sólo retórica. Con permiso del cambio climático y de los accidentes de tráfico -su mayor causa de mortandad-, esta generación está llamada a superar los 100 años de edad, más del doble de la esperanza de vida de los soberanos y príncipes de la corte de Versalles. Tienen, además, la menor tasa de suicidio de toda Europa y ahora mismo tampoco hay redoblados motivos para alarmarse por los estragos colectivos que puedan causarles el abuso del alcohol y otras drogas. Las últimas encuestas certifican el descenso del consumo de estupefacientes ilegales y la disminución de las enfermedades de transmisión sexual y de sida, aunque esa reducción no les permita por ahora abandonar las cabeceras de esas clasificaciones.
Lo que continúa suscitando la alarma es el fenómeno creciente del botellón, práctica habitual ya del 26% de los jóvenes, el 10% más que hace seis años. Por descorazonador que pueda resultar que los desmovilizados jóvenes españoles no encuentren mayor motivo de encuentro que beber en grupo, ni reivindicación mejor que un pretendido "derecho a divertirse", conviene no olvidar que las admoniciones de los adultos escandalizados ante jóvenes que "se emborrachan y blasfeman por las noches" lleva más de cinco siglos presente en la literatura. Si añadimos los escupitajos a ese cuadro y un comportamiento incívico con el mobiliario urbano, puede que lleguemos a la conclusión de que las cosas no han cambiado tanto en este aspecto.
La profesora de sociología de la Universidad Nacional de Educación a Distancia María Jesús Funes ve en las concentraciones del botellón un punto de encuentro y de contestación generacional -una de las pocas explícitas existentes-, antes que el ejercicio depravado del alcoholismo en masa. Lo que está claro es que los jóvenes españoles son hijos de una sociedad habituada al alcohol y a la noche.
El espacio nocturno ejerce sobre ellos tal fascinación -el 30% define la noche como "el momento de la gente joven para la gente joven"- que el 41% sale de noche cada fin de semana. La mitad no vuelve a casa antes de las tres de la madrugada y a la quinta parte le dan las seis en la calle. En España, la salida nocturna prolongada hasta la medianoche es un rito de paso de la infancia a la adolescencia más significativo, incluso, que el mantener relaciones sexuales. Y eso que nuestros chicos son cada vez más precoces en esta materia: 16 años y 10 meses de edad media a la hora de tener su primera relación sexual. Aunque a distancia todavía de los adolescentes anglosajones (que en abierto contraste con el puritanismo oficial de sus países se inician en el sexo a eso de los 14 años), los jóvenes españoles se separan del modelo mediterráneo y no digamos nada de los asiáticos y árabes. Contra lo que cabría suponer por el aumento de los embarazos prematuros -incremento constreñido a las comunidades de origen inmigrante-, la gran mayoría toma precauciones y se comporta con prudencia.
¿Pero qué piensa esta generación criada en los hábitos de la reclamación y el consumo y destinada a tomar las riendas de lo que, pese al aporte inmigrante, va asemejándose cada vez más a una sociedad de jubilados? ¿No es inquietante que el 36,5% de ellos esté a favor de la aplicación de la pena de muerte y que un porcentaje idéntico no haya leído un libro durante el último año? Además de que los políticos españoles deberían hacérselo mirar seriamente, ¿qué puede deducirse del dato de que el porcentaje de jóvenes que declara no tener "ningún interés en la política" haya pasado en cuatro años del 38% al 50%?
El estudio cuatrianual Juventud en España 2008, realizado a partir de 5.000 encuestas a chicos situados entre los 15 y los 29 años, indica que están bien adaptados, en general, a las normas del mundo adulto e incluso que se inclina por un mayor civismo. También que reproducen la polarización ideológica de los adultos y con un repunte conservador. Ese repunte, fruto, quizá del bienestar heredado y del poso cultural de inmigrantes poco instruidos en los valores ilustrados, se manifiesta también en un mayor rechazo al aborto y a los matrimonios homosexuales y un incremento de la importancia que se concede a la religión. Sólo el 12% se declara católico practicante, aunque el 27% dice que la religión es importante.
"Pese a la desafección que muestran hacia los partidos, sí están interesados en la política no convencional. De hecho, muchos participan en las ONG y también, y de manera creciente, en actividades ajenas a la política oficial", aclara María Jesús Funes. Está convencida de que existe ya un movimiento contestatario comprometido en dinámicas alternativas, ecologistas, antiglobalización, etcétera, que responde a las inquietudes de una quinta parte de la juventud, precisamente, el mismo porcentaje que componen los jóvenes grandes lectores. "Son chicos ilustrados, competentes y pluralistas, mayoritariamente de izquierdas, enemigos del consumismo plano y defensores de valores de solidaridad y justicia. Les une la idea de una red global". La socióloga detecta en este sector similitudes potenciales con la generación de Mayo del 68 francés.
El problema de nuestros jóvenes es que están sujetos a clamorosas contradicciones. Tienen su pedestal en casa, pero forman parte de lo que se ha dado en llamar la "generación en prácticas" europea. Viven en un mundo donde el consumo está idealizado como forma de realización personal y de relación social y resulta que están atacados por los riesgos e incertidumbres laborales de la globalización.
La encuesta Juventud en España 2008 ha venido a demostrar que la ocupación de los padres incide de forma significativa en el nivel de estudios que alcanzan los alumnos. El 43% de los hijos de los profesionales técnicos y similares accede a la educación superior, mientras que sólo lo consigue el 8% de los hijos de los trabajadores no cualificados. ¿Pero no habíamos quedado en que la igualdad de oportunidades debía materializarse en la educación? ¿Cómo es que nuestro sistema educativo reproduce tan obscenamente las posiciones sociales y, por tanto, las diferencias?
Aunque la ecuación "a mayor preparación, mejor y más temprano empleo" parece incuestionable, la frustración laboral alcanza también a no pocos titulados universitarios que ejercen funciones y tareas distintas y menos cualificadas a las de su formación. Esto explica, por lo visto, que un número creciente de jóvenes haya renunciado a la universidad en los últimos años. "Muchos han visto que sus hermanos mayores no han llegado profesionalmente muy lejos a pesar de tener una amalgama de títulos y cursos de formación", explica Almudena Moreno, profesora de sociología de la Universidad de Valladolid y coautora del mismo estudio. "Les entiendo porque soy de aquella generación del baby boom destinada a comerse el mundo que acabó bastante frustrada. Yo tuve la sensación de que todo había sido una gran mentira familiar y social", afirma esta socióloga, de 37 años. "No creo que los jóvenes se sientan ganadores. El deseo incumplido de formar una familia con hijos está presente en muchos de ellos", indica.
Con todo, el doctor en Ciencias Políticas y Sociología y coautor también del informe, Domingo Comas, juzga infundada la etiqueta "perdedores" que algunos expertos asignan a los jóvenes europeos. "Lo de jóvenes sin futuro es algo que se ha aplicado por sistema a todas las generaciones. También lo dijeron de nosotros en 1979 en unos informes que ahora nos hacen reír", subraya. No le parece evidente que la juventud esté condenada a vivir peor que sus padres.
Pero, establecido que muchos tienen dificultades objetivas para emanciparse, tampoco cabe minusvalorar el elemento cultural específico español. "No somos masoquistas. Quedarse en casa ofrece grandes ventajas. Yo sólo me independizaré cuando tenga las cosas muy claras con el trabajo estable y con mi novio", vienen a decir. Las relaciones de noviazgo tampoco son ya tan determinantes en esta sociedad posmoderna caracterizada por la ambivalencia y la contradicción. La disyuntiva, el tener que optar y renunciar a una de las opciones, ha sido reemplazada por la yuxtaposición. Se puede ser una cosa y otra, joven con espíritu adulto y viceversa, trabajar en esto y aquello.
Los noviazgos no implican ya la renuncia a las salidas con los amigos, "el grupo de iguales". Mientras para sus progenitores, la formación de una familia era prácticamente la única posibilidad de acceder a las libertades de la vida adulta, estos jóvenes pueden ensayar nuevas formas de vida social. La singularidad es un valor, y poseer la adaptabilidad de la ameba un requisito, por lo visto, imprescindible. Ya dice Ulrick Beck que los jóvenes de ahora están obligados a construirse ellos mismos una biografía, como de bricolaje.
Es una idea que enlaza con la impresión de muchos jóvenes de que transitan por terrenos "donde los senderos apenas están marcados". En la sociedad moderna, el dinero es un señuelo todopoderoso que eclipsa valores de referencia de generaciones pasadas, como ser un buen profesional, ejercer el magisterio o el arte. Y sin embargo, ¡sorpresa!, resulta que estos hijos nuestros que creíamos tan prosaicos dicen que ganar mucho dinero sólo ocupa el noveno lugar en su listado de prioridades.
El término juventud da nombre a realidades bien distintas. Mientras algunos regresan ahora al refugio familiar empujados por la crisis, un tercio de los situados entre los 26 y los 30 años tiene una vivienda a su nombre.Nunca hubo tantos jóvenes propietarios como ahora.
Convivir en un piso pequeño con un solo baño y sin demasiado confort es un acicate para buscarse la vida fuera; de la misma manera que vivir sin agobios invita a lo que Andreu López llama "aumento de capital social". A su juicio, quedarse en casa responde a una estrategia pragmática que permite a los jóvenes seguir formándose, rechazar los malos trabajos y elegir el momento de la emancipación. No tienen prisa porque tienen las necesidades básicas cubiertas.
No, nuestros jóvenes no son unos cretinos. Si nos fijamos bien descubrimos en ellos nuestro propio reflejo, no sólo físico, sino también cultural. Han heredado la sociedad que les hemos dado, son más libres, más tolerantes, más seguros de su capacidad y competencia. Pese a que la supervivencia parece exigirles la adaptabilidad de la ameba, puede que muchos de ellos echen en falta valores e ideales que estructuren su futuro y dé más sentido a sus vidas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario