Por Manuel Castells (LA VANGUARDIA, 24/01/09):
Una brisa de esperanza alienta EE. UU. aun en medio de una crisis que se agrava por momentos, con decenas de miles de nuevos parados cada día. Los bancos hacen cola pidiendo limosna a un Gobierno endeudado hasta las orejas y a unos contribuyentes que esperan los 1.000 dólares de rebaja de impuestos prometidos por Obama como el maná de supervivencia. Pero aunque el 70% de los ciudadanos ve mal al país, el 65% confía en que Obama los sacará del agujero. Ahora bien, el presidente no se cansa de repetir que sólo lo puede hacer con el esfuerzo y movilización de la gente. De hecho, se ha reactivado la organización de base que se formó en la campaña.
En una situación de emergencia, la nueva Administración está actuando rápidamente. Es significativo que sus primeras decisiones sean de orden ético y moral mediante órdenes ejecutivas que no requieren trámite parlamentario. Por un lado, prohibición de tráfico de influencias de quienes trabajen con Obama mientras sea presidente, aunque dejen el Gobierno; regulación de actividades de todo tipo de lobbies; congelación de salarios de los altos cargos; y toda una serie de medidas para asegurar la transparencia de la administración, incluyendo la reactivación del derecho de cada ciudadano a solicitar información del Gobierno.
Por otro lado, cierre de Guantánamo y de las cárceles clandestinas de la CIA en todo el mundo, prohibición de la tortura, revisión de los procesos en curso y establecimiento de un marco jurídico para la represión del terrorismo. Este es un primer gran desafío: luchar contra los fanáticos destructores de la libertad sin sacrificar los principios sobre los que se asienta la democracia. Ese es el argumento de Obama al que se oponen sectores que siguen viendo la guerra contra el terror como justificante de cualquier violencia. Pero también aquí se nota el nuevo liderazgo: hace un año, la mayoría de ciudadanos se oponían al cierre de Guantánamo. Hoy día, una ligera mayoría apoya la decisión del presidente.
Es cierto que hay algunas disposiciones legales ambiguas y que se tardarán meses en aplicar estas decisiones porque hay temas complejos por resolver, como dónde enviar a los presos que no sean condenados, pero lo esencial es la importancia que da la Administración Obama a recuperar el lugar de EE. UU. en la comunidad internacional. Una nueva actitud a la que debieran responder con gestos países amigos, como Zapatero que se proclama obamista, aceptando guantanameros en su territorio.
El valor de estas decisiones sobre el respeto de valores fundamentales va mas allá del ámbito de la moralidad. Constituyen un paso esencial en el restablecimiento de la confianza de la gente en el Gobierno. Primero, porque eran promesas de la campaña que había que cumplir. Segundo, porque la transparencia y limpieza en la gestión son factores básicos para que los ciudadanos acepten la dura realidad que hay que atravesar manteniendo la fe en la superación de la crisis. Sobre todo porque no se trata de volver a lo de antes, sino de construir un nuevo modelo económico, social, ecológico, en el que, por ejemplo, se salvará la industria del automóvil a cambio de que se fabriquen nuevos tipos de coches adaptados a la realidad tecnológica, energética y medioambiental de nuestro tiempo.
Pero el gran desafío es el planteado por la crisis económica estructural. Aquí Obama necesita el apoyo del Congreso porque el primer paquete de medidas propuesto por Bush ha fracasado: los bancos se han quedado el dinero para ellos, la inestabilidad financiera continúa y la producción y el empleo siguen en caída libre. Obama propone inyectar de inmediato 825.000 millones de dólares en la economía. De ellos, el comité de la Cámara aprobó el miércoles unos 275.000 en recortes de impuestos, excepto para los sectores de ingresos más elevados, con el objeto de estimular el consumo. El resto es para un programa de inversiones públicas, tanto en infraestructura física (carreteras, puentes) como “informacional” (internet de banda ancha, mejora de escuelas, aumento de gastos de investigación) y energética (inversión en energías renovables con un programa para crear 5 millones de puestos de trabajo en la próxima década). Ya se han aprobado también inversiones para reorganizar el sistema de salud. Es interesante que el primer paquete ha sido para informatizar la gestión sanitaria, condición básica para poder reducir costo y extender la cobertura.
Además, como más de la mitad de los millones que Bush consiguió aún no se han gastado, Obama está desviando parte de este dinero a pagar las hipotecas de la gente, exigiendo a los bancos que destinen fondos a este fin a cambio de recibir ayuda. Aun así, el caos financiero resultante de un capitalismo salvaje es tal que se habla muy seriamente de nacionalizar algunos bancos, como Citicorp y Bank of America. El problema, muy significativo, es que no hallan en Wall Street profesionales financieros capaces de gestionar bancos con criterios distintos de conseguir el máximo de ganancias trimestrales.
El tercer gran desafío es geopolítico y también aquí Obama ha iniciado las reuniones para aplicar la nueva política. Salir de Iraq ordenadamente. Desactivar las redes de Al Qaeda en Afganistán y Pakistán, con el objetivo de matar a Bin Laden y negociar la paz con los talibanes. Llevar a israelíes y palestinos a la mesa de negociación. Luego se abordarán medidas de cooperación en otros lugares del planeta, con énfasis en el multilateralismo, tanto por convicción como por necesidad: EE. UU. no tiene los medios económicos para seguir siendo imperio.
Demasiados desafíos tal vez para un joven presidente. Pero hay un hecho significativo. Durante la inauguración en Washington, en una multitud de dos millones, no hubo ni una sola detención por altercados. Es esa unidad reencontrada de la gran mayoría en un momento decisivo lo que buscaba Obama y parece haber conseguido. Si de ahí llegase a salir un nuevo EE. UU. próspero, multicultural, abierto y dialogante, a lo mejor aún podríamos cambiar el mundo.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Una brisa de esperanza alienta EE. UU. aun en medio de una crisis que se agrava por momentos, con decenas de miles de nuevos parados cada día. Los bancos hacen cola pidiendo limosna a un Gobierno endeudado hasta las orejas y a unos contribuyentes que esperan los 1.000 dólares de rebaja de impuestos prometidos por Obama como el maná de supervivencia. Pero aunque el 70% de los ciudadanos ve mal al país, el 65% confía en que Obama los sacará del agujero. Ahora bien, el presidente no se cansa de repetir que sólo lo puede hacer con el esfuerzo y movilización de la gente. De hecho, se ha reactivado la organización de base que se formó en la campaña.
En una situación de emergencia, la nueva Administración está actuando rápidamente. Es significativo que sus primeras decisiones sean de orden ético y moral mediante órdenes ejecutivas que no requieren trámite parlamentario. Por un lado, prohibición de tráfico de influencias de quienes trabajen con Obama mientras sea presidente, aunque dejen el Gobierno; regulación de actividades de todo tipo de lobbies; congelación de salarios de los altos cargos; y toda una serie de medidas para asegurar la transparencia de la administración, incluyendo la reactivación del derecho de cada ciudadano a solicitar información del Gobierno.
Por otro lado, cierre de Guantánamo y de las cárceles clandestinas de la CIA en todo el mundo, prohibición de la tortura, revisión de los procesos en curso y establecimiento de un marco jurídico para la represión del terrorismo. Este es un primer gran desafío: luchar contra los fanáticos destructores de la libertad sin sacrificar los principios sobre los que se asienta la democracia. Ese es el argumento de Obama al que se oponen sectores que siguen viendo la guerra contra el terror como justificante de cualquier violencia. Pero también aquí se nota el nuevo liderazgo: hace un año, la mayoría de ciudadanos se oponían al cierre de Guantánamo. Hoy día, una ligera mayoría apoya la decisión del presidente.
Es cierto que hay algunas disposiciones legales ambiguas y que se tardarán meses en aplicar estas decisiones porque hay temas complejos por resolver, como dónde enviar a los presos que no sean condenados, pero lo esencial es la importancia que da la Administración Obama a recuperar el lugar de EE. UU. en la comunidad internacional. Una nueva actitud a la que debieran responder con gestos países amigos, como Zapatero que se proclama obamista, aceptando guantanameros en su territorio.
El valor de estas decisiones sobre el respeto de valores fundamentales va mas allá del ámbito de la moralidad. Constituyen un paso esencial en el restablecimiento de la confianza de la gente en el Gobierno. Primero, porque eran promesas de la campaña que había que cumplir. Segundo, porque la transparencia y limpieza en la gestión son factores básicos para que los ciudadanos acepten la dura realidad que hay que atravesar manteniendo la fe en la superación de la crisis. Sobre todo porque no se trata de volver a lo de antes, sino de construir un nuevo modelo económico, social, ecológico, en el que, por ejemplo, se salvará la industria del automóvil a cambio de que se fabriquen nuevos tipos de coches adaptados a la realidad tecnológica, energética y medioambiental de nuestro tiempo.
Pero el gran desafío es el planteado por la crisis económica estructural. Aquí Obama necesita el apoyo del Congreso porque el primer paquete de medidas propuesto por Bush ha fracasado: los bancos se han quedado el dinero para ellos, la inestabilidad financiera continúa y la producción y el empleo siguen en caída libre. Obama propone inyectar de inmediato 825.000 millones de dólares en la economía. De ellos, el comité de la Cámara aprobó el miércoles unos 275.000 en recortes de impuestos, excepto para los sectores de ingresos más elevados, con el objeto de estimular el consumo. El resto es para un programa de inversiones públicas, tanto en infraestructura física (carreteras, puentes) como “informacional” (internet de banda ancha, mejora de escuelas, aumento de gastos de investigación) y energética (inversión en energías renovables con un programa para crear 5 millones de puestos de trabajo en la próxima década). Ya se han aprobado también inversiones para reorganizar el sistema de salud. Es interesante que el primer paquete ha sido para informatizar la gestión sanitaria, condición básica para poder reducir costo y extender la cobertura.
Además, como más de la mitad de los millones que Bush consiguió aún no se han gastado, Obama está desviando parte de este dinero a pagar las hipotecas de la gente, exigiendo a los bancos que destinen fondos a este fin a cambio de recibir ayuda. Aun así, el caos financiero resultante de un capitalismo salvaje es tal que se habla muy seriamente de nacionalizar algunos bancos, como Citicorp y Bank of America. El problema, muy significativo, es que no hallan en Wall Street profesionales financieros capaces de gestionar bancos con criterios distintos de conseguir el máximo de ganancias trimestrales.
El tercer gran desafío es geopolítico y también aquí Obama ha iniciado las reuniones para aplicar la nueva política. Salir de Iraq ordenadamente. Desactivar las redes de Al Qaeda en Afganistán y Pakistán, con el objetivo de matar a Bin Laden y negociar la paz con los talibanes. Llevar a israelíes y palestinos a la mesa de negociación. Luego se abordarán medidas de cooperación en otros lugares del planeta, con énfasis en el multilateralismo, tanto por convicción como por necesidad: EE. UU. no tiene los medios económicos para seguir siendo imperio.
Demasiados desafíos tal vez para un joven presidente. Pero hay un hecho significativo. Durante la inauguración en Washington, en una multitud de dos millones, no hubo ni una sola detención por altercados. Es esa unidad reencontrada de la gran mayoría en un momento decisivo lo que buscaba Obama y parece haber conseguido. Si de ahí llegase a salir un nuevo EE. UU. próspero, multicultural, abierto y dialogante, a lo mejor aún podríamos cambiar el mundo.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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