Por Álvaro de Soto, diplomático peruano, fue coordinador especial de la ONU para el Proceso de Paz en Oriente Próximo (EL PAÍS, 14/01/09):
No debería sorprendernos el rechazo casi inmediato, tanto de Israel como de Hamás, del alto al fuego pedido por el Consejo de Seguridad de la ONU.
Israel insiste en condiciones severas antes de concluir la Operación Plomo Fundido: primero, que cesen los disparos de cohetes; segundo, que se impida el rearme de Hamás, y tercero, que el cese sea duradero.
Hamás plantea, además, sus propias condiciones: la apertura de todas las puertas de entrada y salida que Israel ha abierto y cerrado arbitrariamente desde principios de 2006.
Además, si Hamás aceptara las condiciones segunda y la tercera, dejaría de ser movimiento de liberación militante.
Para entender mejor la recalcitrancia de Hamás es útil referirse a la resolución 1850 del Consejo, aprobada el 16 de diciembre de 2008, días antes de que se desencadenara la crisis.
Veamos por qué. Cuando asumió la presidencia, el líder palestino Mahmoud Abbas, que anhelaba reanudar las negociaciones rechazadas por Israel bajo su predecesor Arafat, tenía que llegar a entendimientos con las milicias que podrían sabotearlas.
La milicia principal era, y es, Hamás, que Estados Unidos y la UE califican de organización terrorista. Hamás tiene una milicia fuerte, motivada y comparativamente disciplinada que ha cometido actos de terror pavorosos, pero sin cuya cooperación no es posible controlar la violencia contra Israel. Circunscribirla a su actividad terrorista es incorrecto, pues Hamás tiene varias facetas: también es una organización social de beneficencia que suple la ineficacia y la corrupción de las autoridades de Fatah, el anquilosado partido de Arafat. Además, con su manejo hábil del púlpito y su desempeño relativamente limpio y eficiente en las municipalidades que encabeza, Hamás se ha convertido en un diestro actor político.
En marzo de 2005, en negociaciones auspiciadas por Egipto, Abbas logró dos objetivos importantes: Hamás suspendió los ataques contra Israel y aceptó participar en las elecciones legislativas, lo cual hasta entonces había rechazado porque éstas eran fruto de los acuerdos de Oslo que Hamás había denunciado. Abbas se comprometió a dar inicio a la reforma de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) a fin de incluir a Hamás.
En septiembre de 2005, de cara a las elecciones legislativas palestinas de enero de 2006, el Cuarteto (EE UU, UE, Rusia y la ONU), pese a la oposición del entonces premier israelí Ariel Sharon, respaldó la estrategia de Abbas, que apuntaba a integrar a Hamás al sistema político creado en Oslo. En la campaña Hamás hizo a un lado su documento de fundación, que postula la eliminación de Israel, y presentó un programa político más bien pragmático. Sus líderes se mostraron receptivos a una solución al conflicto en la que el futuro Estado palestino aceptaría por lo menos tácitamente al Estado israelí.
Para sorpresa de casi todos, Hamás ganó la mayoría de la legislatura. Ofreció integrar a miembros de Fatah en el Gobierno, y aceptó que Abbas, en su calidad de líder de la OLP, continuara como negociador palestino con Israel, sujeto, por cierto, a que el resultado fuese sometido a referéndum.
Los territorios palestinos ocupados dependían para entonces de Israel para comunicarse con el mundo exterior. Ahora, existe un lugar de cruce con Egipto que en principio debe ser vigilado por la UE. Por tanto, la Autoridad Palestina depende casi totalmente de la comunidad internacional, y, sobre todo, de los países europeos. Así, éstos tenían herramientas para influir positivamente sobre la evolución del nuevo Gobierno. La comunidad internacional había alentado las elecciones como parte de un proceso de democratización. Por tanto, tendría que haber ejercido esa influencia en forma que respetara la voluntad libremente expresada por el pueblo palestino, tras décadas de humillaciones, en las urnas. Habría hecho falta un fino trabajo diplomático con las nuevas autoridades de la Autoridad Palestina a fin de encaminarlas por la senda de una solución negociada del conflicto con Israel, hacia la cual daban señales de dirigirse.
Pero la comunidad internacional hizo caso omiso de la evolución positiva de Hamás. Quizás interpretando como señal de debilidad la disposición de Hamás de participar en elecciones y suspender los ataques, optó por exigirle, previo a cualquier cooperación o contacto, precondiciones que incluían el reconocimiento de Israel, lo que para Hamás, si no venía acompañado de un acuerdo de delimitación de fronteras, equivalía a legitimar la ocupación.
Con pocas excepciones, la comunidad internacional no solamente dio las espaldas a los gobernantes libre y justamente elegidos por el pueblo palestino, sino que al retirar la cooperación, debilitó las instituciones de la Autoridad Palestina que debían servir de base para un futuro Estado. Al hacerlo, cohonestó el castigo colectivo aplicado por Israel al pueblo palestino por haber elegido a Hamás, agudizando la miseria en la que vive y cortándole las vías para despegar económicamente.
El rechazo de la comunidad internacional continuó aún después de la formación, bajo los auspicios del rey de Arabia Saudí, de un Gobierno de unidad nacional, en febrero-marzo de 2007. Su fracaso llevó al cisma entre Fatah y Hamás y a la separación violenta entre Cisjordania y Gaza en junio de 2007, que hoy persiste. La política de exclusión ha tenido el efecto de radicalizar un movimiento que empezaba a orientarse hacia el juego democrático y la negociación.
El proceso de conversaciones iniciado en Annapolis en noviembre de 2007 entre Israel y Abbas intentaba crear una plataforma para que éste recuperara la iniciativa política a expensas de Hamás. Como varios dijimos en aquel momento, esas conversaciones estaban condenadas al fracaso: ¿cómo hacer la paz con la mitad de los palestinos, mientras se excluye y castiga a la otra mitad, que además goza de legitimidad ganada en las urnas? Abbas sale muy debilitado, como líder político e interlocutor, de la crisis actual.
La resolución 1850 intenta consolidar y codificar el proceso de Annapolis. Un observador malicioso podría pensar que el propósito de la resolución 1850 era maniatar al próximo presidente de Estados Unidos, el aliado más poderoso que tiene Israel, para que éste no cambie de rumbo. Ojalá que éste no sea el caso: los amigos de Israel le hacen un flaco servicio al alentarlo a que continúe en la vía actual que manifiestamente no da resultados positivos y que, a largo plazo, puede tener un costo altísimo.
A fines de 2007, Ehud Olmert advirtió a sus compatriotas que la creación de un Estado palestino es no solamente vital para la supervivencia del Estado de Israel, sino también urgente, pues de aquí a pocos años los palestinos constituirán mayoría en la Palestina histórica. Si se continúa por el camino actual, la advertencia de Olmert se tornará en profecía. La manera de impedir que ésta se realice y rescatar el malherido proyecto de solución de dos Estados es adoptando un enfoque inclusivo, que tienda a unir y sintetizar al pueblo palestino, no a dividirlo.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
No debería sorprendernos el rechazo casi inmediato, tanto de Israel como de Hamás, del alto al fuego pedido por el Consejo de Seguridad de la ONU.
Israel insiste en condiciones severas antes de concluir la Operación Plomo Fundido: primero, que cesen los disparos de cohetes; segundo, que se impida el rearme de Hamás, y tercero, que el cese sea duradero.
Hamás plantea, además, sus propias condiciones: la apertura de todas las puertas de entrada y salida que Israel ha abierto y cerrado arbitrariamente desde principios de 2006.
Además, si Hamás aceptara las condiciones segunda y la tercera, dejaría de ser movimiento de liberación militante.
Para entender mejor la recalcitrancia de Hamás es útil referirse a la resolución 1850 del Consejo, aprobada el 16 de diciembre de 2008, días antes de que se desencadenara la crisis.
Veamos por qué. Cuando asumió la presidencia, el líder palestino Mahmoud Abbas, que anhelaba reanudar las negociaciones rechazadas por Israel bajo su predecesor Arafat, tenía que llegar a entendimientos con las milicias que podrían sabotearlas.
La milicia principal era, y es, Hamás, que Estados Unidos y la UE califican de organización terrorista. Hamás tiene una milicia fuerte, motivada y comparativamente disciplinada que ha cometido actos de terror pavorosos, pero sin cuya cooperación no es posible controlar la violencia contra Israel. Circunscribirla a su actividad terrorista es incorrecto, pues Hamás tiene varias facetas: también es una organización social de beneficencia que suple la ineficacia y la corrupción de las autoridades de Fatah, el anquilosado partido de Arafat. Además, con su manejo hábil del púlpito y su desempeño relativamente limpio y eficiente en las municipalidades que encabeza, Hamás se ha convertido en un diestro actor político.
En marzo de 2005, en negociaciones auspiciadas por Egipto, Abbas logró dos objetivos importantes: Hamás suspendió los ataques contra Israel y aceptó participar en las elecciones legislativas, lo cual hasta entonces había rechazado porque éstas eran fruto de los acuerdos de Oslo que Hamás había denunciado. Abbas se comprometió a dar inicio a la reforma de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) a fin de incluir a Hamás.
En septiembre de 2005, de cara a las elecciones legislativas palestinas de enero de 2006, el Cuarteto (EE UU, UE, Rusia y la ONU), pese a la oposición del entonces premier israelí Ariel Sharon, respaldó la estrategia de Abbas, que apuntaba a integrar a Hamás al sistema político creado en Oslo. En la campaña Hamás hizo a un lado su documento de fundación, que postula la eliminación de Israel, y presentó un programa político más bien pragmático. Sus líderes se mostraron receptivos a una solución al conflicto en la que el futuro Estado palestino aceptaría por lo menos tácitamente al Estado israelí.
Para sorpresa de casi todos, Hamás ganó la mayoría de la legislatura. Ofreció integrar a miembros de Fatah en el Gobierno, y aceptó que Abbas, en su calidad de líder de la OLP, continuara como negociador palestino con Israel, sujeto, por cierto, a que el resultado fuese sometido a referéndum.
Los territorios palestinos ocupados dependían para entonces de Israel para comunicarse con el mundo exterior. Ahora, existe un lugar de cruce con Egipto que en principio debe ser vigilado por la UE. Por tanto, la Autoridad Palestina depende casi totalmente de la comunidad internacional, y, sobre todo, de los países europeos. Así, éstos tenían herramientas para influir positivamente sobre la evolución del nuevo Gobierno. La comunidad internacional había alentado las elecciones como parte de un proceso de democratización. Por tanto, tendría que haber ejercido esa influencia en forma que respetara la voluntad libremente expresada por el pueblo palestino, tras décadas de humillaciones, en las urnas. Habría hecho falta un fino trabajo diplomático con las nuevas autoridades de la Autoridad Palestina a fin de encaminarlas por la senda de una solución negociada del conflicto con Israel, hacia la cual daban señales de dirigirse.
Pero la comunidad internacional hizo caso omiso de la evolución positiva de Hamás. Quizás interpretando como señal de debilidad la disposición de Hamás de participar en elecciones y suspender los ataques, optó por exigirle, previo a cualquier cooperación o contacto, precondiciones que incluían el reconocimiento de Israel, lo que para Hamás, si no venía acompañado de un acuerdo de delimitación de fronteras, equivalía a legitimar la ocupación.
Con pocas excepciones, la comunidad internacional no solamente dio las espaldas a los gobernantes libre y justamente elegidos por el pueblo palestino, sino que al retirar la cooperación, debilitó las instituciones de la Autoridad Palestina que debían servir de base para un futuro Estado. Al hacerlo, cohonestó el castigo colectivo aplicado por Israel al pueblo palestino por haber elegido a Hamás, agudizando la miseria en la que vive y cortándole las vías para despegar económicamente.
El rechazo de la comunidad internacional continuó aún después de la formación, bajo los auspicios del rey de Arabia Saudí, de un Gobierno de unidad nacional, en febrero-marzo de 2007. Su fracaso llevó al cisma entre Fatah y Hamás y a la separación violenta entre Cisjordania y Gaza en junio de 2007, que hoy persiste. La política de exclusión ha tenido el efecto de radicalizar un movimiento que empezaba a orientarse hacia el juego democrático y la negociación.
El proceso de conversaciones iniciado en Annapolis en noviembre de 2007 entre Israel y Abbas intentaba crear una plataforma para que éste recuperara la iniciativa política a expensas de Hamás. Como varios dijimos en aquel momento, esas conversaciones estaban condenadas al fracaso: ¿cómo hacer la paz con la mitad de los palestinos, mientras se excluye y castiga a la otra mitad, que además goza de legitimidad ganada en las urnas? Abbas sale muy debilitado, como líder político e interlocutor, de la crisis actual.
La resolución 1850 intenta consolidar y codificar el proceso de Annapolis. Un observador malicioso podría pensar que el propósito de la resolución 1850 era maniatar al próximo presidente de Estados Unidos, el aliado más poderoso que tiene Israel, para que éste no cambie de rumbo. Ojalá que éste no sea el caso: los amigos de Israel le hacen un flaco servicio al alentarlo a que continúe en la vía actual que manifiestamente no da resultados positivos y que, a largo plazo, puede tener un costo altísimo.
A fines de 2007, Ehud Olmert advirtió a sus compatriotas que la creación de un Estado palestino es no solamente vital para la supervivencia del Estado de Israel, sino también urgente, pues de aquí a pocos años los palestinos constituirán mayoría en la Palestina histórica. Si se continúa por el camino actual, la advertencia de Olmert se tornará en profecía. La manera de impedir que ésta se realice y rescatar el malherido proyecto de solución de dos Estados es adoptando un enfoque inclusivo, que tienda a unir y sintetizar al pueblo palestino, no a dividirlo.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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