Por Dominique Moisi, profesor visitante en la Universidad de Harvard y autor de The Geopolitics of Emotions. Copyright: Project Syndicate, 2009. Traducción de Claudia Martínez (EL PAÍS, 26/01/09):
Desde el Cáucaso, en agosto de 2008, hasta Oriente Próximo, en enero de 2009, ¿intenta Francia, bajo la presidencia de Nicolas Sarkozy, encarnar lo que podría llamarse “Occidente por omisión”, haciendo un uso máximo de la oportunidad de la ventana abierta por la transición presidencial de Estados Unidos?
¿O acaso Sarkozy simplemente intenta capitalizar su visibilidad global para reforzar su popularidad en casa, donde una mayoría de los ciudadanos franceses sigue respaldando el liderazgo diplomático de su presidente hiperactivo? A pesar de su intento fallido de orquestar un alto el fuego entre Israel y Hamás, ¿no estaba en lo correcto al intentarlo?
Para los franceses, la determinación de actuar de Sarkozy, a pesar de la escasez de probabilidades, parece muy superior al cinismo pasivo de aquellos que pregonan la abstención o se contentan a sí mismos con palabras vacías.
Más allá de su impacto en Oriente Próximo, el intento fallido pero valiente de Sarkozy de actuar como intermediario representa una ventana interesante para los métodos y ambiciones en materia de política exterior de la Francia de hoy. Ya que el interrogante esencial respecto de la diplomacia al estilo Sarkozy es si refleja una estrategia bien definida, basada en una visión clara del mundo, o simplemente expresa un activismo astuto y pragmático que aplica un agudo instinto político doméstico al terreno de los asuntos exteriores.
La respuesta dista de ser clara, y probablemente sea una combinación de ambas cosas. Sarkozy es un hombre proclive a seguir sus instintos. No teoriza sobre lo que se debería hacer; simplemente lo hace, sin ningún prejuicio o limitación de tipo ideológico.
Sin embargo, a medida que pasa el tiempo, uno percibe que está surgiendo algo así como una nueva autodefinición francesa, que probablemente sea la más claramente “occidental” de la historia de la V República.
Como candidato presidencial, a Sarkozy muchas veces se lo describía como Sarkozy el Norteamericano, una expresión que aludía a su estilo proclive a la acción, a su gusto por la “ostentación” y a la manera muy norteamericana en la que usaba su historia personal para ganar el respaldo de los posibles votantes. Pero ahora uno podría describirlo como Sarkozy el Occidental.
Esto no es únicamente porque él haya querido que Francia actuara, desde el Cáucaso hasta Oriente Próximo, en nombre de sí misma y de Europa en un momento en que Estados Unidos no cumplía con su papel. Tampoco es simplemente el resultado de la decisión de Sarkozy de acercar a Francia a Estados Unidos, una maniobra que culminará simbólicamente con el posible retorno de Francia a la estructura militar integrada de la OTAN en abril de 2009.
En un sentido más profundo, la diplomacia de Sarkozy refleja cambios en la opinión que tiene el presidente francés sobre la idea de “Occidente” en el mundo globalizado de hoy. Bajo Charles de Gaulle, Francia combinaba la lealtad a la causa occidental en tiempos de crisis con una fuerte voluntad de promover su independencia diplomática y su libertad de maniobras. Y, a pesar de sus estilos muy diferentes, tanto Valéry Giscard d’Estaing como François Mitterrand eran más “europeos” que “occidentales”.
No se puede decir lo mismo de Sarkozy, a pesar de que él afirme lo contrario. Su reacercamiento al Reino Unido y su notable distanciamiento de Alemania no son, desde esta perspectiva, en absoluto accidentales.
En un mundo donde, en términos comparativos, hay menos Estados Unidos debido al ascenso de China y de la India y al resurgimiento de Rusia, y menos Europa en términos diplomáticos y estratégicos (debido a la parálisis institucional), si no en términos económicos y culturales, Francia, según Sarkozy, debe definirse claramente como parte de Occidente.
Y, como la noción misma de Occidente hoy debe analizarse y probablemente redefinirse para el siglo XXI, entonces Francia debe desempeñar un papel central en este acto de reevaluación. ¿Occidente es un concepto definido sobre todo por su cultura política -es decir, democracia y derechos humanos-, por su dimensión cultural, que incluye la religión, o simplemente por sus implicaciones diplomáticas y estratégicas frente el ascenso de nuevas potencias?
Si el concepto de Occidente ha de convertirse en la nueva piedra angular de la identidad diplomática de Francia, debe aplicarse con prudencia y moderación, aunque la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca probablemente mejore la imagen de la principal potencia occidental. Francia no está en la misma liga que Estados Unidos en términos de poder e influencia. Es más, sería paradójico que, justo cuando Estados Unidos declara su voluntad de apelar más a sus aliados, particularmente sus aliados europeos, el concepto de Occidente en realidad lleve a la reducción, si no al entierro, del ideal europeo.
Desde el Cáucaso, en agosto de 2008, hasta Oriente Próximo, en enero de 2009, ¿intenta Francia, bajo la presidencia de Nicolas Sarkozy, encarnar lo que podría llamarse “Occidente por omisión”, haciendo un uso máximo de la oportunidad de la ventana abierta por la transición presidencial de Estados Unidos?
¿O acaso Sarkozy simplemente intenta capitalizar su visibilidad global para reforzar su popularidad en casa, donde una mayoría de los ciudadanos franceses sigue respaldando el liderazgo diplomático de su presidente hiperactivo? A pesar de su intento fallido de orquestar un alto el fuego entre Israel y Hamás, ¿no estaba en lo correcto al intentarlo?
Para los franceses, la determinación de actuar de Sarkozy, a pesar de la escasez de probabilidades, parece muy superior al cinismo pasivo de aquellos que pregonan la abstención o se contentan a sí mismos con palabras vacías.
Más allá de su impacto en Oriente Próximo, el intento fallido pero valiente de Sarkozy de actuar como intermediario representa una ventana interesante para los métodos y ambiciones en materia de política exterior de la Francia de hoy. Ya que el interrogante esencial respecto de la diplomacia al estilo Sarkozy es si refleja una estrategia bien definida, basada en una visión clara del mundo, o simplemente expresa un activismo astuto y pragmático que aplica un agudo instinto político doméstico al terreno de los asuntos exteriores.
La respuesta dista de ser clara, y probablemente sea una combinación de ambas cosas. Sarkozy es un hombre proclive a seguir sus instintos. No teoriza sobre lo que se debería hacer; simplemente lo hace, sin ningún prejuicio o limitación de tipo ideológico.
Sin embargo, a medida que pasa el tiempo, uno percibe que está surgiendo algo así como una nueva autodefinición francesa, que probablemente sea la más claramente “occidental” de la historia de la V República.
Como candidato presidencial, a Sarkozy muchas veces se lo describía como Sarkozy el Norteamericano, una expresión que aludía a su estilo proclive a la acción, a su gusto por la “ostentación” y a la manera muy norteamericana en la que usaba su historia personal para ganar el respaldo de los posibles votantes. Pero ahora uno podría describirlo como Sarkozy el Occidental.
Esto no es únicamente porque él haya querido que Francia actuara, desde el Cáucaso hasta Oriente Próximo, en nombre de sí misma y de Europa en un momento en que Estados Unidos no cumplía con su papel. Tampoco es simplemente el resultado de la decisión de Sarkozy de acercar a Francia a Estados Unidos, una maniobra que culminará simbólicamente con el posible retorno de Francia a la estructura militar integrada de la OTAN en abril de 2009.
En un sentido más profundo, la diplomacia de Sarkozy refleja cambios en la opinión que tiene el presidente francés sobre la idea de “Occidente” en el mundo globalizado de hoy. Bajo Charles de Gaulle, Francia combinaba la lealtad a la causa occidental en tiempos de crisis con una fuerte voluntad de promover su independencia diplomática y su libertad de maniobras. Y, a pesar de sus estilos muy diferentes, tanto Valéry Giscard d’Estaing como François Mitterrand eran más “europeos” que “occidentales”.
No se puede decir lo mismo de Sarkozy, a pesar de que él afirme lo contrario. Su reacercamiento al Reino Unido y su notable distanciamiento de Alemania no son, desde esta perspectiva, en absoluto accidentales.
En un mundo donde, en términos comparativos, hay menos Estados Unidos debido al ascenso de China y de la India y al resurgimiento de Rusia, y menos Europa en términos diplomáticos y estratégicos (debido a la parálisis institucional), si no en términos económicos y culturales, Francia, según Sarkozy, debe definirse claramente como parte de Occidente.
Y, como la noción misma de Occidente hoy debe analizarse y probablemente redefinirse para el siglo XXI, entonces Francia debe desempeñar un papel central en este acto de reevaluación. ¿Occidente es un concepto definido sobre todo por su cultura política -es decir, democracia y derechos humanos-, por su dimensión cultural, que incluye la religión, o simplemente por sus implicaciones diplomáticas y estratégicas frente el ascenso de nuevas potencias?
Si el concepto de Occidente ha de convertirse en la nueva piedra angular de la identidad diplomática de Francia, debe aplicarse con prudencia y moderación, aunque la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca probablemente mejore la imagen de la principal potencia occidental. Francia no está en la misma liga que Estados Unidos en términos de poder e influencia. Es más, sería paradójico que, justo cuando Estados Unidos declara su voluntad de apelar más a sus aliados, particularmente sus aliados europeos, el concepto de Occidente en realidad lleve a la reducción, si no al entierro, del ideal europeo.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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