Por Bernard-Henri Lévy, filósofo y escritor francés (EL MUNDO, 14/01/09):
Dejemos de lado los gritos de «Muerte a los judíos», perfectamente legibles en las pancartas de los manifestantes de Bruselas, París o Madrid. Pasemos por alto a ese sindicato italiano, el Flaica-Uniti-Cub que, según La Repubblica del 9 de enero, y «como signo de protesta» contra la operación israelí en Gaza, llama a «no comprar en los comercios pertenecientes a miembros de la comunidad judía», algo sin precedentes en Europa desde hace tres cuartos de siglo.
Tampoco seré tan cruel como para insistir en el eje, cuando menos nauseabundo, que se forma cuando a la señora Buffet (secretaria general del Partido Comunista Francés- y al señor Besancenot (Líder de la Liga Comunista Revolucionaria) se les une, en la cabeza de la manifestación, el anarquizante Dieudonné (humorista y actor) o, cuando el compadre de éste, Jean-Marie Le Pen (líder de la ultraderecha francesa) une su voz a la suya, para comparar la franja de Gaza con un «campo de concentración».
Es precisamente en Ramala, capital de la Autoridad palestina, y en Sderot, ciudad israelí en la frontera con Gaza sometida al fuego de los misiles Qassam, donde descubro las imágenes de estas manifestaciones de apoyo a la «causa palestina». Y al ver esas multitudes de europeos chillando y vociferando, al observarlas cuando me encuentro en compañía de personas de ambos bandos cuya máxima preocupación sigue siendo -a pesar de las bombas y a pesar de los sufrimientos y de los muertos- no cortar por nada del mundo el hilo de la convivencia y del diálogo, quiero añadir unas cuantas puntualizaciones a las que ya avanzaba la semana pasada y que me valieron, por parte de los internautas de Point, numerosos correos.
¡Qué alivio ver a los palestinos reales, en vez de a esos palestinos imaginarios, que creen estar haciendo resistencia, atacando sinagogas en Francia! Los primeros, repito, se obligan a la moderación y, con una admirable sangre fría, intentan preservar las oportunidades de cohabitación del mañana; los segundos arden de odio, son más radicales que los radicales y están dispuestos a vengar, sobre el asfalto de las ciudades de Europa, hasta la última gota de sangre del último palestino. Los primeros hacen distinciones.Saben que, en este asunto, ni todo es blanco ni todo es negro.Saben, sobre todo, que Hamas tiene una parte aplastante de culpa en el desastre en el que se ha visto sumido su pueblo. Los segundos, como si la confusión no fuese ya suficiente, utilizan con delectación las tonterías más enormes de la propaganda antiisraelí. Y se convierten en teóricos y prácticos del atentado suicida y del escudo humano de los nuevos Che Guevara, cuyas insignias y emblemas enarbolan. En vez de calmar el asunto, juegan a la política del cuanto peor, mejor y arrojan fuego a las almas.
¡Qué regresión, qué grado cero del pensamiento y de la acción entre estas gentes que, a distancia, ignorantes de los datos del drama, llaman al odio, cuando tendrían que estar propiciando la reconciliación y la paz! Una paz que supone dos estados que acepten vivir juntos y proceder al reparto de la tierra. Una paz que supone, por parte de ambos lados, la renuncia al extremismo, a ir hasta el final, a las ideas preconcebidas e, incluso, a los sueños. Una paz que implica, por ejemplo, un Israel que se retire de Cisjordania, como se retiró de Líbano y, después, de Gaza. Pero también implica que el bando palestino no aproveche las retiradas para transformar el territorio evacuado en base de lanzamiento de misiles contra los civiles. Una paz que pasa por un alto el fuego. Pasa por parar los combates que están ocasionando un número de víctimas, especialmente entre los niños, evidentemente insostenible. Pero también pasa por la eliminación política de un Hamas al que le importan un comino las víctimas y la paz y que, por no haber podido imponer la sharia a su pueblo, lo arrastra a la vía del martirio y del infierno.
Estoy, pues, en Ramala. En Sderot y en Ramala. Y viendo, desde Sderot y desde Ramala, esta movilización contra un «holocausto» que, en el momento en el que escribo, ocasionó 888 muertos, planteo unas simples preguntas. ¿Dónde estaban estos manifestantes, cuando se trataba de salvar, no ya a 888, sino a los 300.000 muertos de las matanzas programadas de Darfur? ¿Por qué nunca salieron a la calle cuando Putin arrasaba Grozni y transformaba a decenas de miles de chechenos en gavillas humanas y en carne de cañón? ¿Por qué se callaron, cuando, un poco antes, durante años interminables y, esta vez en el propio corazón de Europa, se exterminó a 200.000 bosnios, cuyo único crimen era haber nacido musulmanes? Parece que hay gente para la que el buen musulmán sólo es el que está en guerra contra Israel. Más aún, he aquí a los nuevos adeptos del viejo «dos pesos, dos medidas», que sólo se preocupan del sufrimiento musulmán cuando se creen autorizados a imputárselo a los judíos. El autor de estas líneas encabezó la movilización en pro de los habitantes de Darfur, de los de Chechenia y de los de Bosnia. Además, apuesta, desde hace cuarenta años, por un Estado palestino viable, al lado del Estado de Israel. Aunque sólo sea por eso, se le permitirá que considere este tipo de actitudes como algo repugnante y frívolo a la vez.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Dejemos de lado los gritos de «Muerte a los judíos», perfectamente legibles en las pancartas de los manifestantes de Bruselas, París o Madrid. Pasemos por alto a ese sindicato italiano, el Flaica-Uniti-Cub que, según La Repubblica del 9 de enero, y «como signo de protesta» contra la operación israelí en Gaza, llama a «no comprar en los comercios pertenecientes a miembros de la comunidad judía», algo sin precedentes en Europa desde hace tres cuartos de siglo.
Tampoco seré tan cruel como para insistir en el eje, cuando menos nauseabundo, que se forma cuando a la señora Buffet (secretaria general del Partido Comunista Francés- y al señor Besancenot (Líder de la Liga Comunista Revolucionaria) se les une, en la cabeza de la manifestación, el anarquizante Dieudonné (humorista y actor) o, cuando el compadre de éste, Jean-Marie Le Pen (líder de la ultraderecha francesa) une su voz a la suya, para comparar la franja de Gaza con un «campo de concentración».
Es precisamente en Ramala, capital de la Autoridad palestina, y en Sderot, ciudad israelí en la frontera con Gaza sometida al fuego de los misiles Qassam, donde descubro las imágenes de estas manifestaciones de apoyo a la «causa palestina». Y al ver esas multitudes de europeos chillando y vociferando, al observarlas cuando me encuentro en compañía de personas de ambos bandos cuya máxima preocupación sigue siendo -a pesar de las bombas y a pesar de los sufrimientos y de los muertos- no cortar por nada del mundo el hilo de la convivencia y del diálogo, quiero añadir unas cuantas puntualizaciones a las que ya avanzaba la semana pasada y que me valieron, por parte de los internautas de Point, numerosos correos.
¡Qué alivio ver a los palestinos reales, en vez de a esos palestinos imaginarios, que creen estar haciendo resistencia, atacando sinagogas en Francia! Los primeros, repito, se obligan a la moderación y, con una admirable sangre fría, intentan preservar las oportunidades de cohabitación del mañana; los segundos arden de odio, son más radicales que los radicales y están dispuestos a vengar, sobre el asfalto de las ciudades de Europa, hasta la última gota de sangre del último palestino. Los primeros hacen distinciones.Saben que, en este asunto, ni todo es blanco ni todo es negro.Saben, sobre todo, que Hamas tiene una parte aplastante de culpa en el desastre en el que se ha visto sumido su pueblo. Los segundos, como si la confusión no fuese ya suficiente, utilizan con delectación las tonterías más enormes de la propaganda antiisraelí. Y se convierten en teóricos y prácticos del atentado suicida y del escudo humano de los nuevos Che Guevara, cuyas insignias y emblemas enarbolan. En vez de calmar el asunto, juegan a la política del cuanto peor, mejor y arrojan fuego a las almas.
¡Qué regresión, qué grado cero del pensamiento y de la acción entre estas gentes que, a distancia, ignorantes de los datos del drama, llaman al odio, cuando tendrían que estar propiciando la reconciliación y la paz! Una paz que supone dos estados que acepten vivir juntos y proceder al reparto de la tierra. Una paz que supone, por parte de ambos lados, la renuncia al extremismo, a ir hasta el final, a las ideas preconcebidas e, incluso, a los sueños. Una paz que implica, por ejemplo, un Israel que se retire de Cisjordania, como se retiró de Líbano y, después, de Gaza. Pero también implica que el bando palestino no aproveche las retiradas para transformar el territorio evacuado en base de lanzamiento de misiles contra los civiles. Una paz que pasa por un alto el fuego. Pasa por parar los combates que están ocasionando un número de víctimas, especialmente entre los niños, evidentemente insostenible. Pero también pasa por la eliminación política de un Hamas al que le importan un comino las víctimas y la paz y que, por no haber podido imponer la sharia a su pueblo, lo arrastra a la vía del martirio y del infierno.
Estoy, pues, en Ramala. En Sderot y en Ramala. Y viendo, desde Sderot y desde Ramala, esta movilización contra un «holocausto» que, en el momento en el que escribo, ocasionó 888 muertos, planteo unas simples preguntas. ¿Dónde estaban estos manifestantes, cuando se trataba de salvar, no ya a 888, sino a los 300.000 muertos de las matanzas programadas de Darfur? ¿Por qué nunca salieron a la calle cuando Putin arrasaba Grozni y transformaba a decenas de miles de chechenos en gavillas humanas y en carne de cañón? ¿Por qué se callaron, cuando, un poco antes, durante años interminables y, esta vez en el propio corazón de Europa, se exterminó a 200.000 bosnios, cuyo único crimen era haber nacido musulmanes? Parece que hay gente para la que el buen musulmán sólo es el que está en guerra contra Israel. Más aún, he aquí a los nuevos adeptos del viejo «dos pesos, dos medidas», que sólo se preocupan del sufrimiento musulmán cuando se creen autorizados a imputárselo a los judíos. El autor de estas líneas encabezó la movilización en pro de los habitantes de Darfur, de los de Chechenia y de los de Bosnia. Además, apuesta, desde hace cuarenta años, por un Estado palestino viable, al lado del Estado de Israel. Aunque sólo sea por eso, se le permitirá que considere este tipo de actitudes como algo repugnante y frívolo a la vez.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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